Capítulo 9: Diamantes.

182 58 41
                                    

La anciana del saco rojo y la bolsa de compras negra, salió de la estación del subterráneo. Afuera, imperaban los bocinazos, los pasos acelerados de las personas y las sirenas policiacas. Caminaba con dificultad y varias veces se detuvo a tomar aire. Sin embargo, la gente a su alrededor la ignoraba. Los pacificeños no se destacaban precisamente por su solidaridad.

Caminando encorvada, la mujer dobló a la izquierda y se encontró en un calle angosta, de veredas poco iluminadas ya que la mayoría de las lámparas habían sido rotas a piedrazos.

Entonces, volvió a doblar y esta vez se metió en un callejón oscuro, repleto de botes de basura donde los gatos rompían las bolsas con sus garras. De pronto, la mujer se volteó y vio a dos tipos en la entrada del callejón. Uno era alto y corpulento, y el más pequeño, llevaba una gorrita visera. Al verlos, la anciana se adentró con prisa dentro del callejón. Ahora avanzaba con prisa, como si sus dolencias hubiesen quedado atrás. Pero rápidamente se topó con la pared. Los hombres se acercaron. Ya no tenía salida. Pero en lugar de tener miedo, sonrió a sus perseguidores.

―Ella está muy lejos, ni siquiera se acerca. Yo creo que no tiene ni idea de nada. Vive su vida ajena a todo. Este contrato es más fácil de lo pensábamos ―comentó la mujer, pero ahora, su voz no era la de una anciana, sino la de una muchacha. Y de pronto, comenzó a mutar, tanto cuerpo como vestimenta, hasta que se transformó en una chica de traje violeta de gimnasia.

―Yo opino lo mismo que Lechuga. Cuando me tocó seguirla, me di cuenta que ni siquiera se acerca a esos lugares. No tiene idea de su existencia ―agregó con despreocupación el joven quién tenía una remera con el dibujo del juego Street Fighter.

―De todas formas, hay que vigilarla. No podemos relajarnos y confiarnos. Quizás algún día podría empezar a investigar ―explicó el hombre con seriedad.

―Tienes razón, Tuerto. Lo haremos a tu manera ―suspiró la chica.

―Bien. Es mi turno. Iré a vigilarla hasta mañana.

―Todo sea por nuestros diamantes ―agregó el joven.

―Por nuestros diamantes ―respondieron Lechuga y Tuerto al unísono.

―Bien, regresen al refugio. Y pórtense bien ―les ordenó Tuerto y se transformó en un vagabundo de parche en el ojo. Rápidamente salió del callejón y se perdió al doblar la esquina.


No se olviden de votar, por favor!!!

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora