Capítulo 10: La Carta. Yuri.

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<<Cuando llegue el Delert Mort ―pensó―, no saben lo que les espera, asquerosos pajarracos.>>

Esa tarde, Yuri deambulaba por las calles de Ciudad Pacífico. Sin temor alguno y con decisión, caminaba por la acera de la calle El Milagro. Con la vista, el olfato y el oído atentos, fue identificando posibles peligros y vías de escape. Fue tomando nota mental de todo. Tenía muy buena memoria.

<<Di, te extraño, amor. Ayudaré al líder a liberar a nuestra raza, te lo juro>>, suspiró.

Había tenido un altercado por la mañana. Así que ahora tenía un ojo algo ennegrecido, y dolores en las costillas y en la pierna derecha. Incluso todavía llevaba la misma ropa, sucia de tierra y manchas de sangre. Sin embargo, no le importaba, solo pensaba en la misión.

<<El Arat Tokrglor.>>

Era éste a quién debían encontrar. Eran sus pistas. El Arat Tokrglor les daría un mapa y ese mapa los llevaría a la salvación. Claro que ese secreto estaba bien guardado. El guardián no se los regalaría tan fácilmente solo porque se presentaran y lo reclamaran. Tendrían que pasar por muchas pruebas. La leyenda decía que serían difíciles y estarían en juego sus propias vidas.

<<Pero por mis seres queridos daré hasta la vida en esta misión>>, pensó.

Ésta era una antigua leyenda de los licántropos. Yuri siempre pensó que era nada más que un cuento para cachorros. Pero recordó que un día, gris y lluvioso, el Chamán Tudor llegó a la manada en los Pirineos. Un licántropo vestido con una capa con capucha roja, la cual se agitaba a merced del viento, de su rostro apenas se veía su mentón, y tenía un báculo de madera coronado con una calavera pintada de rojo también. Cuando lo vieron llegar por el camino, a paso lento y hundiendo sus pies desnudos en el barro, todos los miembros de la manada salieron de sus casas y, tras murmullos de emoción y sorpresa, se arrodillaron en el suelo ante su paso, como si fuese un rey llegando a sus dominios. Yuri y su familia salieron a recibirlo también. Ever y Pepe sonreían incrédulos y se daban codazos. La pequeña Sara, se escondía detrás de su madre. Ésta, erguida y orgullosa, se mantenía firme en su reverencia al chamán cuando este pasó a su lado, saludando a todos al agitar su báculo. Yuri estaba al lado de su familia. Tenía muchos deseos de levantar la vista y tratar de ver el rostro del chamán, para intentar averiguar si eran buenas o malas noticias. No obstante, mantuvo la cabeza gacha.

El chamán tuvo una reunión en privado con Dimitri y toda la manada estuvo expectante a que ambos salieran de la cueva dónde estaban reunidos, en lo alto de las montañas. Allí, una hoguera brillaba en la entrada y escupía nubes de vapor rojas. Pasó un buen rato. La lluvia cesó. Sin embargo, toda la manada continuaba al pie de la montaña, empapados y con la mirada fija en la cueva de las ceremonias.

Y al fin, Dimitri y el Chaman salieron de la cueva. Todos se quedaron en silencio. Expectantes. Como si fuese un orador público, Dimitri dio un paso adelante, recorrió a todos con la mirada, y, con voz potente, anunció a toda la manada los detalles de esa misión secreta al continente americano. Al fin podrían derrotar a los pajarracos. La manada lo oyó atentamente y varios momentos del discurso, prorrumpió en murmullos de esperanza y emoción. Mientras oía también, Yuri sonreía entre la incredulidad y la alegría.

―Así que necesito voluntarios para esta misión que puede ser suicida ―decía el líder Alfa―. Pero seremos pocos en esta misión. Es necesario pasar desaperrrcibidos y no alerrrtar al enemigo. Porrrque la misión se debe llevar a cabo en el corazón del imperio de los pajarracos en América.

A pesar del peligro, con decisión, Yuri no dudó en postularse. Sería un honor pelear al lado del macho alfa de la manada. Así que, tras bufar por la nariz, con el pecho erguido, dio un paso al frente sin quitarle la vista a Dimitri:

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora