Capítulo 33: Los Xonors. Caro.

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Esa noche, luego del episodio en la biblioteca, Caro estaba cenando. Para su sorpresa, mucho más sano que tiempo atrás. A bajo volumen, sonaba Alanis Morisette desde la computadora. La joven estaba tan feliz, no era para menos, cada vez estaba más cerca de conocer a su madre. Claro que también la abrumaba la ansiedad y desesperación. Es que recordó que la xonor, (tenía que acostumbrarse a este término), había amenazado con hacer desaparecer todas las pistas. Y entre bocado y bocado, no dejaba de pensar en toda esa nueva información: el tercer lugar prohibido, los mitos, los xonors, su contrato, el ángel enmascarado que había pagado los diamantes para que ella jamás conociera a su madre; pero también lamentó el malentendido con Yuri.

<<Espero poder volver a hablar con él y explicarle que no lo traicioné>>, se lamentó.

Caro era de las personas leales hasta la tumba. Se sentía culpable por decir mentiras o engañar a gente que ni conocía; así que ni hablar de cómo se sentía con Yuri al que consideraba su amigo.

Y también, sorprendida, recordó que se había enfrentado a una especie de bruja que podía transformarse. Y ni hablar de los otros que le dispararon con armas de fuego.

<<¡Casi te mataron, Carolina!>>, se horrorizó.

Sintió un escalofrío al imaginarse con un cráter en el cuerpo chorreando sangre.

<<Pero no pararé hasta encontrarte, mamá>>, se juró.

Junto a ella, en la mesa, tenía la caja con las pertenencias de su madre. Y al lado, todas las fotos que había recuperado de la habitación blanca. Las había revisado una por una ni bien llegó a su departamento desde la biblioteca: fotos de su niñez, de su adolescencia, de su vida en la ciudad capital. Atónita, jamás pensó que la habían estado fotografiando todo el tiempo. Lamentablemente, ninguna de las fotos tenía inscripciones ni pista alguna. A Caro se le ocurrió que quizás debería investigar sobre huellas en Internet.

Además, tenía en la mesa el manuscrito de su novela que halló en la oficina blanca. También lo había revisado, hoja por hoja, pero no había encontrado inscripción alguna. De hecho, las hojas estaban cuidadas. Quien las había leído, había tenido reparo de no arrugarlas siquiera. Estaba convencida de que había sido su madre. Y había señalado una hoja, la número 278, con una foto. Incluso, Caro intentó oler todo como había visto hacerlo a Yuri. Quizás encontraría rastros de perfume, alguna de las fragancias de los frascos vacíos. Nada.

<<Oh, mamá. ¿Te habrá gustado mi novela? ―se preguntó―. ¿O solo la leíste por compromiso? Es que estoy cada día más convencida de quemar todo y olvidarme de mi sueño de escritora.>>

Al fin, sonó su celular: toc, toc, toc.

<<¡Es Yuri!>>, se dijo.

Caro dejó a un lado su plato y se apresuró a abrir el sobre virtual con dedos ansiosos; pero, con decepción, advirtió que se trataba de Elena:

˂˂Tuve una buena cita hoy. Se llama Valentino. Tengo que contarte. ¿A ti cómo te va con tu búsqueda laboral? ¿Y el vecino?˃˃

Caro se frustró, pero luego, sonrió cariñosamente al saber de las aventuras de su amiga. También experimentó culpa. Es que advirtió que había descuidado a sus amigas esos últimos días, no era para menos, había estado enfrascada en aventuras peligrosas. No quería dejarla sin respuesta, así que tuvo que sacrificar un llamado desde el teléfono de línea.

―Me quedé sin crédito, Ele. Pues po' eso te llamo po' teléfono ―explicó Caro.

―Ay, no te hubieses molestado. No es tan importante. Es muy costosa esta llamada.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora