Capítulo 49: El Tercer Lugar Secreto. Ryan.

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Los fríos brazos de metal, coronados de tenazas electrificadas, tenían aferrado al demonio como serpientes pitón. Aterrado, Ryan pugnaba por respirar y tratar de liberarse con todas sus fuerzas. De pronto, vio tres luces encenderse frente a él, en medio de la oscuridad: una roja y dos azules. Tragó saliva, sin saber lo que le esperaba ahora. Y al fin, uno de los brazos apretó tanto su cuello, que lo decapitó y, entre chorros de sangre, su cabeza rodó por el suelo...

Con un sobresalto, Ryan despertó de su pesadilla. Jadeaba aparatosamente mientras se recuperaba. Estaba tirado en la cama todavía con la ropa puesta, rota y manchada de sangre, y unos de los pies colgando fuera del colchón. Como estaba muy oscuro, su vista nocturna se activó de inmediato. Se había quedado dormido luego de haber regresado del bosque con su vasija. Al recordar el sueño, cerró los ojos y se tomó la cabeza con el ánimo destrozado. No obstante, ahora tenía esperanzas, había dado un paso más hacia su gran venganza. Así que se levantó de la cama y se acercó a la vasija. Ya había dos runas doradas dibujadas: la harpía y la bruja.

<<Solo faltan cuatro más y seré un uganor>>, se dijo.

Con ese poder, podría vencer a Dultarión y sus palomas doradas. Sería un gran uganor. Ryan desconocía si las demás razas de mitos tenían profecías similares. Pero suponía que debían tenerlas. Aunque de todos modos, no era su asunto mientras no se metieran con él.

Advirtió que la herida en el brazo producto de la daga dorada le ardía, pero no le dio más importancia. Estaba en verdad satisfecho. Pero no todo terminaba allí, todavía faltaba gran parte de los ingredientes. Los peligros serían cada vez mayores y debía estar preparado. Era consciente de que estuvo a punto de morir, por esto el premio era acorde al tremendo esfuerzo. Pero no era para él. Todo lo hacía por Jodie.

<<Nada me detendrá>>, juró.

Todo había salido bien. Ryan había enfrentado su adicción, había obtenido la segunda sangre e incluso había hecho lo correcto con la preguntona del edificio. A esa joven insoportable de delicioso aroma a manzanas verdes y crema de almendras; de senos enormes, rizos de oro y una sonrisa angelical. Tan sencilla, simpática, hermosa, inteligente. La que lo enternecía oírla decir "pues" todo el tiempo.

<<Carolina y sus preguntas... pero, ¿qué estás haciendo? ¡Basta de pensar en ella!>>, se recriminó.

Cerró los ojos, gruñó y sacudió la cabeza con violencia. Sabía que estaba mal recordarla pero seguía haciéndolo de todas formas. La única mujer en su vida tenía que ser Jodie. A la que él mismo había asesinado con sus propias manos. Ardientes, las lágrimas pugnaron por brotar, era un llanto de culpa, angustia, odio contra sí mismo. Furioso agarró la bolsa con el cilicio.

<<Eres un inmundo ―se dijo―. Basta de pensar en ella. ¡Basta!>>

Entre sollozos, se acercó el cilicio hacia su brazo derecho. El aparato, el cuál emitía un castañeo de sus dientes metálicos, estaba a máximo poder como las últimas veces.

De pronto, sintió una mano cálida en su cabeza que le acarició los cabellos marrones. Con un sobresalto, Ryan se volteó y se levantó de inmediato de la cama. Se trataba del hada azul. Estaba quemada en toda la mitad de su cuerpo. Se le veían los huesos y tenía la carne negra y chamuscada, que todavía despedía hilillos de humo. Se tambaleaba y hacía muecas de dolor.

―Deja de sufrir. Con una pequeña dosis estarás mucho mejor.

Con los ojos abiertos de la sorpresa, Ryan se alejó de espaldas y negó con el rostro.

<<Pero yo la maté. ¡Yo la maté!>>, recordó.

―Solo una. La tienes a mano. Está dentro de tu mochila ―la voz del hada continuaba siendo angelical e infantil; pero su rostro era más calavera que carne, incluso su ojo derecho no era más que una cuenca vacía, como un pozo profundo.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora