Capítulo 30: La Fábrica Abandonada. Ryan.

193 41 29
                                    

<<¡Solo había jurado protegerla!>>, se recriminó.

Afligido, con su mochila al lado, abrazando sus piernas Ryan estaba sentado en el borde de un puente peatonal. El sol de mediodía le calentaba la coronilla. Cada vez que una locomotora pasaba debajo suyo, el puente temblaba y el traqueteó de las ruedas retumbaba en sus oídos. Sin embargo, el demonio seguía con la mirada perdida. En los brazos, tenía las marcas de los dientes del cilicio. Eran profundas y todavía sangraban.

<<Me lo merezco>>, pensó.

Resulta que por la mañana, Ryan estaba en su departamento, tirado en su cama, las manos en la nuca. Vestía solo sus jeans rotosos sin abrochar por lo que un arbusto sobresalía de la bragueta abierta. Jodie estaba sobre su repisa de luz. Procurando calmar su ansiedad, el demonio estaba pensando que ahora debía ir por el lobo; pero para ello, tendría que alejarse otra vez de Ciudad Pacífico.

<<Un ingrediente fácil>>, se dijo.

De pronto, una brisa penetró por la ventana. A Ryan le llegó un aroma delicioso desde la calle: almendras y algo de manzanas verdes. Con un sobresalto, el demonio se vio jalado hasta la ventana contra su voluntad, como si lo arrastrasen unas manos invisibles. Ansioso, corrió la cortina apenas y vio a la preguntona llegando por la esquina, como siempre cargando su mochila a cuestas. El demonio tragó saliva. Le gustaría hablar con ella otra vez y saber qué andaba haciendo esa mañana. Pero de inmediato, se apartó de la ventana, alarmado.

<<No, no, no>>, se dijo.

Como un alcohólico en rehabilitación frente a una botella de whisky, otra vez Ryan se acercó a la ventana y, furtivamente, vio que su vecina ya estaba más cerca del edificio. Entonces, furioso consigo mismo, negó con la cabeza y se golpeó la frente contra la pared con violencia.

<<Pero solo la saludaré ―se dijo―. Nada más. Es para ver si está bien.>>

Volvió a espiar por la ventana, cuyos cristales jamás había limpiado, y al verla llegar casi a la entrada, sin pensarlo, con las palpitaciones aún más aceleradas, se calzó sus zapatillas, se puso su remera de Darth Vader; y con grandes zancadas, salió de su departamento por la puerta que siempre estaba sin llave. Al salir, se topó con el primer escalón. Se detuvo cómo si frente a él se abriera un precipicio negro y profundo. Frunció el ceño y gruñó con rabia. Quiso volver dentro así que tomó el picaporte de la puerta, pero cerró los ojos, vacilante. Dudó en dar el próximo paso: entrar a su morada o bajar las escaleras. Tenía que decidirse, si empezaba a bajar, ya no volvería a subir. Bufó de los nervios. Estaba convencido de que sería un terrible error. Era peligroso involucrarse otra vez.

<<Solo le hablaré unas palabras ―se juró―. Para asegurarme de que está bien. Nada más.>>

Fue una buena excusa para justificarse. Bajó a toda prisa, sus pies retumbaban en los escalones de metal. Mientras descendía, lamentó no haberse puesto desodorante y esperaba que no le hubiese quedado un moretón en la frente.

Así que volvió a encontrársela. Tuvo unas ganas enormes de aproximársele, darle un beso en la mejilla y aspirar su olor más directamente brotando de los poros de su piel pecosa. Y toda esa angustia, furia y desesperación anteriores se esfumaron ante la presencia de la vecina de las preguntas.

<<Me alegró de verte sonreír otra vez>>, pensó.

A Ryan le gustaba que la preguntona no fuera de la ciudad capital. Le encantaba que fuera una humilde pueblerina; incluso, adoraba la forma en que decía todo el tiempo "pues".

<<Si supieras que en realidad si soy tu guardaespaldas...>>, pensó.

Entonces, Ryan notó que empezaba a sudar demasiado. Molesto, se secó el sudor de la cara con su muñequera. Sentía como si tuviese una estufa encendida en sus entrañas.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora