Capítulo 47: El Tercer Lugar Secreto. Caro.

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<<Que nadie se me ponga en frente ―se dijo―. Estoy furiosa y decidida.>>

Caro no tenía hambre, pero tenía que ocuparse de algo, así que se preparó un café y tostadas para el desayuno. Estaba por un lado dolida por lo sucedido con el vecino y, por el otro, nerviosa y asustada por todo lo concerniente a su investigación. Llevó una taza y el azúcar a la mesa. Y fue entonces, al pasar por al lado de la puerta, que vio que había un sobre en el suelo. Arqueó las cejas desconcertada. Se apresuró a tomarlo. Pensó que podría ser otra carta de su padre o de su vecino Ryan. Esto último resultó más convincente, él vivía en el edificio. La joven dio vueltas el sobre entre sus dedos. No tenía remitente ni inscripción alguna. Era un sobre blanco y cerrado. Impaciente, Caro se sentó en el sillón y se apresuró a abrir la misteriosa carta. Era una hoja de carpeta rayada. Estaba escrita con una letra desprolija, como si el escritor le temblase la mano:

"Tu búsqueda terminó, maldita. El jefe ha dado la orden de quemar todo a medianoche. Jamás encontrarás lo que estás buscando."

Caro se quedó con la carta en la mano y la boca abierta. Temblaba al comprender que sus enemigos habían entrado al edificio y habían estado tras la puerta mientras ella dormía indefensa. Pero también estaba desesperada. No podía creer que sus enemigos quemarían la última habitación secreta.

<<¿Quién diablos es ese jefe? ―se preguntó mortificada―. ¿Por qué no quiere que encuentre a mi madre? ¿Y por qué se empecinan tanto esos tales xonor en detenerme?>>

Entonces recordó lo que le había explicado Yuri del contrato de diamantes. Se indignó. No entendía cómo alguien pudiese vender su vida por piedras preciosas.

<<Yuri ―se lamentó―. ¿Por qué sigues sin hablarme?>>

Ahora la carta lo cambiaba todo, tenía que encontrar urgente esa tercera habitación antes de la medianoche. Pero por un momento, tuvo miedo al pensar que quizás era una trampa de sus enemigos; aunque luego, comprendió que éstos hablaban en serio, ya habían quemado otra de las habitaciones secretas.

Con determinación, se levantó de un salto del sillón. Debía darse prisa, su madre podría estar en peligro. Así que ordenó todas las pistas sobre la mesa: la carta de su padre, las llaves, los frascos de perfume, el cepillo, la taza de La Inglesa, el pañuelo blanco, la caja musical, la medallita, todas las fotos, su manuscrito. Leyó la carta de su padre, hojeó su novela, miró los objetos uno por uno, los acomodó de distintas formas y trató de relacionarlos. Desesperada, estaba segura de que la respuesta estaba allí, había sido así las veces anteriores. Pero no se le ocurría qué relación podía tener todos esos elementos disímiles. Repasó otra vez las anotaciones que había hecho de los edificios. Angustiada y ya algo frustrada, volvió a mirar la mesa con todos los objetos ante su vista.

<<Vamos, Carolina ―se urgió―. La pista tiene que estar aquí>>

Tomó las llaves y se quedó contemplando la que no tenía ninguna identificación ni letra alguna.

<<Vamos, Carolina. ¡Van a quemarlo todo!>>, se alarmó.

Desesperada, se apoyó en el respaldo de la silla y trató de pensar como su madre. Se refregó con violencia el mentón terminado en hoyuelo. Recordó que esos tres lugares eran como altares para su madre. Sin embargo, los mantenía oculto de algo o de alguien.

<<¿Pero qué tienen que ver esos xonor y por qué uno de esos seres ángeles quiere evitar que la encuentre?>>, caviló. Ya esos seres le caían bastante mal.

Utilizó el buscador de internet, pero obtuvo los mismos resultados que las ocasiones anteriores. Buscó nuevamente en todas las redes sociales. Encontró personas con el nombre Andrea Wieslowski; pero o eran niñas, o mujeres que podrían ser su abuela. Cerró los ojos y bufó decepcionada.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora