Capítulo 7: El Delert Mort. Ryan.

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En un bosque de pinos, bajo la luz de la luna, potente como un reflector; Jodie, los ojos abiertos del horror, corría tambaleándose a causa del agotamiento. Sus zapatillas crujían al pisar pequeños piñones en el suelo. De pronto, una bestia, de uñas largas y gigante como un oso, desgarró una cortina verde de arbustos y saltó detrás de la joven. De su hocico babeante, enseñó sus dientes en un gruñido salvaje. Al verlo, Jodie gritó aterrada y corrió más a prisa, pero sus cansados pies se enredaron, tropezó con una roca y cayó al suelo.

Entonces, Ryan apareció detrás de la bestia. Blandía un grueso tronco y golpeó al monstruo en el lomo con fuerza hasta que oyó que los gruñidos se tornaban en gemidos de dolor. Al fin, la criatura se derrumbó herida de muerte. De inmediato, todavía jadeando, Ryan se acercó a su amada para sacarla de ese bosque; pero, horrorizado, la descubrió tendida con los ojos abiertos. Tenía heridas profundas de donde manaba sangre y teñía su uniforme de lamparones rojos.

―¡Noooo! ―exclamó Ryan.

En ese instante, a sus espaldas, oyó los gemidos de la bestia. Ryan se volteó, apretó los puños con furia, tanto que sus nudillos parecieron reventar, y se dispuso a arrancarle los ojos con sus propios dedos. Pero vio que ya no se trataba de un monstruo, se había convertido en un ser humano, y, al acercarse más, descubrió que era él mismo. Y al reparar en sus propias manos, advirtió que sus garras chorreaban de sangre.

Y de pronto, unas raíces terminadas en garras brotaron del suelo y lo atraparon como serpientes pitón a sus presas. Y antes de morir, vio tres luces frente a sus ojos: una roja y dos azules.

Con un sobresalto, ahogando un grito, Ryan se despertó de su pesadilla con los ojos abiertos del terror. Su pecho se hinchaba y deshinchaba a causa de su respiración acelerada.

Estaba tendido en su cama. Era ya mediodía. El ruido de unos obreros taladrando la calle se colaba por la ventana. Como no usaba ropa interior, por lo que su falo colgaba a un costado; su piel, de pies a cabeza, aparecía brillante de sudor. Su nivel de energía ya estaba por arriba del 95% porque ahora se alimentaba a diario. Su cuerpo volvía a ser escultural y perfecto, salvo por las cicatrices en las muñecas y la de su tobillo, larga y serpenteante, vestigio de aquel día que no quería recordar.

Ryan se sentó sobre la cama, hundió el rostro en las manos y, afligido, lloró entre gemidos y temblores de su cuerpo.

<<Soy un monstruo... ―se maldijo―. ¡Jey! ¡Jey!>>

Jodie era una chica joven, que le gustaba estudiar, sería una gran abogada algún día; que amaba ir al cine y enfurecía cuando los clientes en el restaurante se querían propasar con ella. Por lo demás, era muy simpática y amable. Y Ryan le quitó todos sus sueños de un zarpazo en la garganta. A la única que amó. Así que ahora, no se permitiría disfrutar nada de la vida: ni cine, música, sexo... nada. Era un autómata programado para una sola cosa:

<<¡Venganza...! ―pensó iracundo―. Jey... ¿Cómo pude?>>

Entonces, con manos temblorosas, abrió su mochila y sacó de allí la bolsa de cuero. Lo que había dentro, castañeaba como dientes y se agitaba con violencia. Ryan sabía que era algo terrible, no obstante, suspiró resignado y se puso a desatar las sogas que cernían ese pequeño costal de cuero.

―Ya no sufras ―oyó de pronto una dulce voz en su mente.

Al oírla, Ryan se detuvo. No era la primera vez que oía esa voz en la cabeza. Entonces, guardó la bolsa de cuero otra vez en su mochila, y del fondo, sacó un frasquito de vidrio que contenía unas pastillas redondas y de color verde fosforescente. Abrió la tapa a rosca y, de un tirón, se tomó tres píldoras con un sorbo de agua directo de la canilla. Luego, cerró los ojos, frunció las cejas y esperó a que todo ese dolor se borrara de su mente.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora