Capítulo 11: La Carta. Caro.

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Caro soñó que caía desde una torre, tan alta que estaba coronada de nubes; pero que no terminaba de caer nunca hacia un abismo negro y profundo. A causa de la velocidad, el rostro se le desfiguraba en muecas grotescas. Quería gritar, pero no tenía voz. Y al fin, con los ojos como platos, pudo ver el piso de piedras. Seguramente dejaría un cráter como si fuese un cometa caído desde el espacio. Sin embargo, antes de reventarse, despertó y, del susto, tiró las sábanas al suelo.

Al verse en su cama, suspiró aliviada y se quitó los rulos del rostro. Todavía estaba bastante agitada. Seguramente tenía que ver con la película que habían visto la otra vez con Elena en el cine. Caro no recordaba bien el nombre, tampoco del héroe, pero era el actor que le gustaba a su amiga. En cambio, el villano si lo recordaba, se llamaba Sórdido, se convertía en un monstruo de sombras y ojos rojos, y había arrojado a la chica del héroe de una torre muy alta. Obviamente el héroe la rescató antes de que se estrellara; pero a ella, nadie la salvó, así que menos mal que había despertado de ese mal sueño.

<<Todavía sigo sin empleo y... ―se lamentó―. ¡Vamos, Carolina! Ya no eres una adolescente enamoradiza. >>

Ya en el baño, se quitó la remera y dejó en libertad sus enormes pechos. Se quedó contemplándolos a través del espejo. Llevó su dedo índice a su pezón izquierdo y, tras cerrar los ojos, comenzó a realizar movimientos suaves y circulares; pero entonces, tuvo un sobresalto, como si hubiese oído el estampido de una puerta de hierro al cerrarse, se detuvo y se avocó mejor a colocarse el corpiño.

Luego, al abrir la alacena para chequear qué cosas le faltaban, vio la lata de galletitas marca Malabares, todavía con aroma a vainillas y relleno de limón. Pero la joven frunció el ceño como si oliera a excremento.

Había conocido a Santiago, "Santi", en el Súper West. Éste era el nuevo repositor externo de una marca de vinos, Viñas al sol. Era un chico de veinticinco años, robusto y parecía no importarle que al sonreír, se notara que le faltaba un diente. Cada vez que el joven le sonreía y le hablaba, Caro bajaba la mirada terriblemente ruborizada. A Caro le encantaba su voz gruesa y su aliento a menta a causa de los chicles que mascaba constantemente.

Resultó que viajaban en el mismo ramal del subterráneo. Eso pasó un viernes. Como siempre, el andén estaba atestado de gente impaciente por empujarse ni bien llegara el tren. Caro observaba las vías junto al borde, aferrando su mochila, cuando al mirar a su derecha, tras un sobresalto, vio a Santi. El joven vestía su traje del Súper West y una mochila roja. Éste sonrió y la saludó con un gesto eufórico de la mano. Caro sonrió también y, avergonzada, volvió la vista a las vías. Santi se acercó a ella y mientras charlaban, viajaron juntos hacia el Súper West. Caro no podía dejar de sonreír.

―Estás enamorada ―le dijo Magalí a la cuarta semana. Es que Caro iba ansiosa a contarle cada uno de sus encuentros.

―Pues no creo que él lo esté, Maga.

―¿Y por qué no? Vamos, Caro. Se fijó en ti y punto.

Al mes de haberse conocido y de varias salidas a tomar helados y gaseosas en un bar luego del trabajo, Santi la invitó a cenar el sábado siguiente.

Esa noche, Caro y Santi comieron en un restaurant llamado "Susie". Caro era feliz, lo que se traslucía en su sonrisa repleta de dientes blancos. Reía ante cada chiste del joven. Éste también lo hacía con su vozarrón. Pero de pronto, cuando le retiraron los platos de la mesa, Santi se puso serio. Caro lo miró sin comprender. El joven, tras tomarle la mano por encima de la mesa, le pidió que fuera su novia. Caro se ruborizó y bajó la mirada.

<<Oh, soy tan feliz>>, pensó.

―Sí, sí quiero ―respondió Caro, emocionada. Santi la besó. Y para la muchacha, fue el primer beso en su vida.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora