Uno

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Amo el café. Una humeante taza por las mañanas es como quitarte unos zapatos que te aprietan luego de usarlos todo el día.

Es relajante. Un pequeño placer de la vida. Pensé que jamás encontraría algo que amara más que el café. Hasta que pasó. Benny llegó a mi vida.

Él, la persona más caótica del mundo.
Él, que de alguna manera invadió mi vida y se volvió parte de ella. Aunque al principio no me agradaba tanto.

Siempre pensé que era porque yo, su profesor de álgebra, me había encargado de provocar su odio. Sinceramente, no podía ser de otra forma. Los alumnos necesitan alguien a quien odiar. Y después de unos años aprendí que esa persona debía ser yo. Después de un tiempo hasta dejó de importarme lo que pensaran. Al inicio, cual maestro novato, trataba bien a todos. Me ganaban las ganas de enseñar. Sentía una severa pasión por la educación.

Era bastante ingenuo e imaginaba que era un astronauta cuya misión era llevar la iluminación del conocimiento a las nuevas generaciones... horribles e inadaptadas generaciones.

Luego de unos años, perdí el entusiasmo. La rutina me obligó a hacerlo. Así, mi amor por los alumnos se volvió un amargo recuerdo. No quedó nada de lo que era. En mi trabajo, me volví como un café frío por la mañana.

Benny era la persona más perezosa de todas. No hacía nada en todas mis clases. Dormía, jugaba con su móvil o miraba por la ventana. Se ganó mi odio. Intenté cambiarlo de asiento, dejarle clases particulares y hasta lo regañé varias veces.
No cambió porque quién debía cambiar era yo. Él me decía que no debía preocuparme. Pero yo siempre lo hacía.
Al final, sacó las notas más altas de mi clase.

Benny era un genio. No necesitaba toda su concentración para enfocarse en mi clase. Sus apuntes eran mentales y yo estaba asombrado. Parecía irreal. Al menos en los números. Química, Física, lo que tuviera que ver con operaciones lógicas era lo suyo. Sin embargo, no mentiría al decir que era de lo peor a la hora de usar palabras. No le gustaba leer. Menos lecturas tediosas. Y al hablar le iba tan mal como en las clases de gramática.

La primera vez que lo conocí, confundió la palabra “enseñar” con “mostrar”. Así, me dijo que le mostrara un procedimiento. Yo entendí eso como una muestra de insolencia y lo castigué. En su primer día de clases conmigo. Empezamos mal, de alguna forma.

Su falta de conocimientos a la hora de hablar no sólo le había causado problemas conmigo. Una vez, hizo llorar a una chica porque ella le confesó sus sentimientos y él se confundió. Ella le dijo que le gustaba y él le dijo que también le gustaba ella. El problema era que a él le gustaba como amiga pero pensó que eso era lo mismo. Ella imaginó que cuando Benny estableció que ambos sentían lo mismo, había quedado de transfondo un compromiso.

La pobre chica lloró casi un río cuando él negó que hubiera alguna clase de relación entre ambos.
Del mismo modo confundió la palabra “antiguo” con “ambiguo”. Le dijo al rector de la universidad que era muy antiguo. Él casi lo expulsa. Muchos tuvimos que convencerlo de que fue un error de parte de Benny. Sinceramente, parece imposible que un chico así viviera toda una vida sin saber usar palabras adecuadamente. Pero así había sido.

Por ese entonces nuestras conversaciones eran técnicamente así:

— ¿Por qué no estás tomando notas?— le dije una vez, en medio de la clase.
— Me duele la mano— me dijo, mientras levantaba su brazo hacia arriba.
—Buen intento— le dije—, pero esa es tu mano izquierda.
— ¿De verdad? Lo que pasa es que escribo con la izquierda.
— No, no es cierto.
— Claro que sí.
— Te he visto escribir muchas veces— le dije tratando de mantener la calma—, definitivamente escribes con la derecha.
— Lo que pasa es que...— trataba de pensar en un pretexto.

Lo observé atentamente mientras los demás guardaban silencio y trataban de no reírse.
Intenté estrangularlo con los ojos. No, no funcionaba, pero valía la pena intentarlo. No por ser un genio iba a dejar que holgazaneara.

En momentos como ese, siempre había una pregunta rondando mi mente: ¿Cómo era posible que alguien como él hubiera logrado entrar a la universidad?

— ¡Ya sé!— dijo él de golpe—, ¡Puedo escribir con ambas manos!
— Bien— dije—. Te creo. Ya que tu mano izquierda está cansada supongo que la derecha debe estar muy saludable.
— También está cansada.

Lo fulminé con la mirada.
Conté hasta diez en mi mente y me recordé a mí mismo que golpear alumnos era ilegal y penado por la ley.

— Ben— dije—, ponte a trabajar.

Me giré hacia la pizarra lentamente. Intenté canalizar mi ira.

— Profesor Callahan— escuché que dijo Ben, me giré para verlo—, ¿Puedo ir al baño?
— No necesitas pedir permiso— dije—. Pero ya que insistes, no, no puedes ir.
— ¿Por qué no?
— Porque estoy cansado. No puedo dar permisos si estoy cansado.

Todos los demás empezaron a reírse.

— ¡Esto no es justo!— me reclamó él—, ¡Me quejaré! ¡Está violentando mis derechos!
— Violando— dije—. La frase correcta es “violando mis derechos”.
— ¡Oh por dios, eso es peor que violentar!— dijo él asustado.

Empecé a preguntarme el por qué seguía hablando con él.

— Ben— dije—, puedes irte. Pero ya no regreses.

Se levantó y se fue.
Seguí con mi clase. Curiosamente, todos estaban muy tranquilos cuando Ben no estaba cerca. Como si al irse se llevara todo lo malo.
Al terminar mi clase, todos se fueron. Yo aún tenía que revisar unas cosas para mi siguiente clase así que me quedé ahí un rato. Estaba concentrado cuando escuché una voz cerca de mi oído. Salté de la impresión. Era Ben, que estaba detrás de mí.

— Hola— dijo mientras reía como tonto.
— ¿Cuándo llegaste?— dije enojado—, ¡Casi me da un infarto por el susto!
— ¿Un infarto?— dijo—, ¿Eso es bueno o malo?
— ¡Malo, casi me muero!
— Pero sigue aquí— dijo—. Acúseme cuando se muera de verdad.

Nuevamente en lo que iba de ese día, había intentado estrangularlo con la mirada. Nuevamente no había funcionado.
Él me observó mientras comía dulces y sostenía un café.

— ¿Fuiste a comprar comida?— le reclamé.
— Sí— dijo feliz.
— Pensé que ibas al baño.
— Así era hasta que tuve hambre. Compré muchos dulces y éste de aquí trae un juguetito dentro.

Me enseñó un paquetito. Lo observé mientras él obsevaba el dulce maravillado. No sabía si reír o llorar.

— También le traje algo a usted— dijo.

Puso el vaso de café en el escritorio.

— ¿Para mí?— dije.
— Sí— dijo—. Lo he visto muchas veces tomar este. Va a gustarle. Está caliente. Al menos que... ¿Quiere cambiar el café por el dulce que trae un juguete?
— El café está bien— dije.
— Qué bueno, porque no planeba darle mi dulce.

¡Entonces por qué demonios me preguntó!

— Debo irme— dijo mientras sonreía y se daba media vuelta.

Salió del lugar. Eso había sido raro.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora