Cincuenta y cinco

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— Va a decirle a mi madre sobre ti— dijo Ben, asustado.
— No se atrevería...
— Lou, él esparció un horrible rumor sobre ti que pudo costarte todo. Logan puede hacer lo que sea.
— ¿Qué hacemos?— pregunté.

Él parecía preocupado. Se sentó.

— Nada— dijo—. Mi madre iba a saberlo de por sí un día, da lo mismo que sea antes.
— No da lo mismo— dije—, quizá un día planeabas decirle, pero ibas a hacerlo tú, no alguien más.

Me observó.

— Tienes razón— dijo pensativo—, yo debería hacerlo. Aún puedo hacerlo.
— ¿A qué te refieres?
— Logan se encontró con mi mamá hoy pero no le dijo nada— dijo Ben con astucia—. Eso significa que planea decirle mañana. Puedo llegar antes de que se lo diga.
— Podemos— dije—. Iré contigo.
— Lou, debes ir a trabajar.
— No necesariamente— dije—. No hay garantía de que para mañana aún tenga mi empleo. Logan pudo haber dicho todo. Y aunque aún no haya dicho nada, lo hará. Perderé mi empleo de todas formas.
— Pero Lou...
— No te preocupes— le dije—, dejaré a alguien para que justifique mi ausencia. Pero iré contigo. Estaremos juntos, enfrentaremos esto unidos.

Me sonrió. Decidimos cenar. Me sentía preocupado pero ya no como antes. Sabía qué debía hacer. Lo enfrentaría con valentía. No importaba qué pasaría, yo tenía a Ben y todo saldría bien.

Dormimos ese día más temprano que de costumbre.  Al día siguiente saldríamos muy temprano para la ciudad de Ben que si bien no estaba muy lejos, sí nos llevaría unas horas estar ahí. Además, queríamos llegar antes de que Logan hablara. Dormí en la cama de Ben y él en el sofá.

Nos despertamos temprano. Alistamos nuestras cosas. Le llamé al profesor Gomez.

— ¿Profesor Gomez?— pregunté.
— ¿Profesor Callahan?— preguntó incrédulo.
— Soy yo— dije—, qué bueno que pudiera contestarme.
— Son las cinco de la mañana— me dijo—, ¿Por qué me llama tan temprano?
— Necesito que me ayude— dije—. Me salió un asunto urgente y no podré ir la universidad hoy. ¿Podría buscar un pretexto para justificarme?
— ¿Eh? ¿Por qué no sólo dice que no puede ir por el asunto?
— Porque tendría que explicar el asunto y no puedo— dije—. Por favor, se lo suplico.
— ¿Qué se supone que podría decir?
— Ya se le ocurrirá algo— dije—, gracias.

Colgué.

— ¿A quién llamaste?— me preguntó Ben.
— Al profesor Gomez. Es el único que puede cubrirme ahora.
— ¿No era tu archienemigo?
— Lo es— dije—, pero espero que no lo recuerde.

Salimos del edificio. Hacía frío. Llevaba puesto mi abrigo más grueso y aún sentía frío. Tomamos un taxi. Observé a Ben. Se veía nervioso. Quise tomar su mano pero traía guantes. No serviría de nada, pensé. Me giré y me dediqué a ver por la ventanilla del auto. Sólo se veían las luces de las casas pasar fugazmente. Todo estaba oscuro.
Sentía que estaba pasando por alto algo importante pero no recordaba qué era.

Llegamos a la estación de autobuses. Ben compró los boletos. Después de unos minutos lo abordamos. Estaba casi vacío, era muy temprano. Me senté junto a la ventana de nuevo. Quería ver el amanecer si tenía oportunidad. El autobús se echó a andar. Muy pronto salimos de la ciudad. Se veían las montañas y los bosques. Pensé que si no estuviera en esa situación, habría disfrutado mucho del viaje. El día empezaba a verse con claridad. Esperé el sol con impaciencia.

Miré a Ben un par de veces, a mi lado. Estaba atento en su teléfono. Era extraño, no decía nada. Yo tampoco. Realmente no sabía porqué. Repentinamente todo era incómodo. Como si no debiera decir nada. Tomé mi teléfono y me puse mis audífonos. Puse cualquier canción. Seguí mirando por la ventana. Después de un rato, la abrí un poco. El viento frío golpeó mi cara con fuerza. Las canciones pasaban y todas me hacían pensar lo mismo. Ben me gustaba. Pero quizá por eso estaba tratando de pasar por alto ciertas cosas.

Probablemente sólo no quería verlas.

Cerré los ojos. Me asustaba el futuro. Pero quería estar con Ben. No había forma de dar vuelta atrás. No quería para ser sincero. Sabía que Ben era todo lo que quería pero... ¿Era lo suficiente como para arriesgar todo? ¿Y si sólo era alguien a quien me estaba aferrando? ¿Y si sólo era alguien por quién me había encaprichado?

En ese momento, lo entendí. Todo se sentía extraño por eso. Porque yo sentía que podía incluso darle mi vida a él y técnicamente lo estaba haciendo, pero en el fondo las palabras de Logan seguían resonando en mi cabeza. Quizá en verdad yo era un capricho pasajero de Ben. Tal vez pensaba que me quería pero no era así.

Posiblemente se daría cuenta con el tiempo y... me dejaría.

¿Qué haría yo en esa situación? Sin empleo, destrozado por haber dado todo y sin motivos para vivir. ¿Podría seguir adelante después de eso?
Porque Ben era joven. Podría cambiar de opinión. A su edad yo no estaba seguro de nada. Probablemente él era así. ¿Por qué había creído que Ben estaría dispuesto a comprometerse con esto? Conocía a Ben. Era la persona menos constante del mundo. También era impulsivo. ¿Y si en uno de esos impulsos decidió que me quería?

¿Y si repentinamente tenía otro impulso y descubría que era joven y con toda una vida por delante como para desperdiciarla conmigo?

Lo pensé. ¿Ya era tarde? Porque ya había subido a ese autobús. Esa era mi forma de decirle que me encontraba entre sus manos. ¿Qué haría él? Si cerraba las manos me aplastaría. ¿Ya era tarde para volver atrás? Es más, ¿Podía? Sólo había estado separado de él un tiempo y cada día era una agonía. Quizá Ben era como una droga que necesitaba. Quizá la abstinencia no era para mí. ¿Qué significaba eso? Porque parecía que estaba con Ben porque me había obligado a mí mismo a estarlo...

Decidí dejar de pensar. Sólo me estaba agobiando.

— Lou, mira— dijo él.

Me señaló con su dedo. Era el amanecer. El sol iluminaba todo. Bañaba a los árboles y a las montañas con su luz. Era hermoso. Hacía mucho que no viajaba.

— ¿No es una hermosa escena?— me preguntó.

Lo observé. Parecía feliz.

— El atardecer es aún mejor— me dijo—, pero desde mi casa. De pequeño subía al techo de mi casa y veía la puesta del sol.
— Qué profundo— dije.
— En realidad lo hacía porque me gustaba decirle de cosas al sol mientras se iba. Me imaginaba que era un hombrecillo cobarde que se escondía porque me tenía miedo.
— No sé si eso es tierno o perturbador— dije.
— Hay que hacerlo hoy— me dijo—. Tú y yo viendo el sol desde el techo de mi casa. Te gustará si es que no caes desde arriba.
— ¿Es difícil subir?
— Mucho— dijo—. Cuando tenía 12 años perdí el equilibrio y me caí. Afortunadamente no estaba en la parte más alta. Sólo me rompí el brazo.
— ¿Nada más?— pregunté con ironía.
— Pude morir— dijo—. Así que espero que tengas un buen sentido del equilibro. ¿Qué tan equilibroso eres?
— Lo suficiente como para saber que esa palabra no existe.
— Qué bien— dijo.

Tomó mi mano. Aún con los guantes, pude sentir su calor.

— Lou, ¿Puedo pedirte un favor?
— Claro— dije.
— ¿Puedes cerrar la ventana? Hace frío.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora