Veintisiete

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— Claro— dijo ella con ironía—, vas a preguntarle y él va a decirte "Soy culpable de todo esto".
— No me refería a eso— dije.
— Los criminales no admiten sus crímenes, por eso son criminales.
— Podría no ser así— dije—. Quiero darle el beneficio de la duda. Tus argumentos son buenos, pero quiero descubrir lo que en realidad pasó.
— Bien, escucha— dijo ella—. Aunque supongamos que él quiso ser un buen amigo y evitarles problemas, y aunque en verdad lo haya hecho desde el fondo de su corazón, no cuenta porque sabía directo desde ustedes que ambos se querían mucho y aún así lo hizo. Y si en verdad le gusta Ben, entonces es peor. Sea un buen amigo o una buena persona, los separó. Y eso no tiene justificación.
— Pero...
— No, Lou— me interrumpió ella—. Ustedes eran felices. Quizá él conoció a Ben antes y fue su amigo por más tiempo, quizá ustedes terminarían cuando pensaran en esas estupideces sobre sus futuros, pero él no tenía ningún derecho de interponerse. Meterse en una relación que no tiene nada qué ver contigo es algo que haría un cobarde que no tiene la suficiente valentía como para ir y decirle a alguien sus sentimientos. No voy a dejar que justifiques a alguien así sólo porque te creíste sus mentiras de que en verdad eran amigos.

Bajé la mirada. Logan no era mi amigo. Sentí una punzada en el corazón al recordar todo lo que pasamos juntos. Se sintió real.

— Si él siempre ha amado a Ben— añadió Madie—, nunca te ha querido. Te odia. Esa es la realidad.

Me sentí patético, pequeño, traicionado y confuso. Todo al mismo tiempo. Quería pensar que Logan era bueno. Pero las palabras de Madie pesaban mucho.

— No sé qué debo hacer ahora— dije. Me senté en el sofá.
— ¿Consigo el número de teléfono de la mafia japonesa?
— No creo que esa sea la respuesta— dije.
— La mafia italiana me debe un favor— dijo ella.
— Nada de mafias... ¿La mafia italiana te debe un favor? ¿En qué cosas has estado metida?
— Creo que era al revés— dijo ella pensativa—. Creo que soy yo quién les debe un favor. Como sea, lo importante aquí es que Logan es malo.
— Ya te dije que quiero asegurarme de eso.
— Bien— dijo ella—. Será a tu modo. Pero cuando descubras la verdad, usa a la mafia.
— Si resulta cierto quizá lo haga.
— ¡Viva la violencia internacional!

Pasé la tarde de ese día pensando en eso. Hasta que llegó un momento en donde me cansé. Debía hablarlo. No sabía cómo. Era complicado. Además, no sabía qué consecuencias traería todo eso.
Me quedé dormido con pensamientos como ese en mi mente.
Al día siguiente, me desperté con dolor de cabeza.

Ya en la escuela, no sabía si ir a ver a Logan o no. Cuando me decidí a hacerlo, lo vi en el patio con Ben. Ambos se reían. Parecían en verdad felices. La vida de Ben se veía en realidad bien. Quizá aún no me había olvidado.
Sentí ganas de atravesar ese patio, acercarme a Logan, pedirle una explicación y decirle a Ben que ahí estaba, arrepentido por todo. Un poco confuso, pero dispuesto a todo.

Me daba miedo imaginar qué diría. Qué pasaría.

Entonces lo pensé. ¿Y si dejaba todo así? Ben sería feliz con Logan. Se amarían. Si Logan había llegado hasta ese punto sólo para evitar que Ben estuviera conmigo, probablemente cuidaría bien a Ben si usaba toda esa dedicación. Sin embargo... yo no sería feliz.

Además, no era justo. Para nada. Y Madie tenía razón. Mis sentimientos por Ben eran fuertes. Sea un capricho o no, merecía descubrir si lo nuestro tenía futuro. Habían posibilidades de que terminara, pero si alguien iba a arruinar mi relación, quería ser yo quién lo hiciera.

Con paso firme hacia adelante, empecé a caminar hacia ellos. Me sentía nervioso. Pero estaba decidido. Los observé atentamente. Con determinación.

Mi teléfono empezó a sonar. Lo tomé. Me faltaba poco para llegar a ellos. Me sentí frustrado. Era Madie.

— Madie, no es un buen momento— dije.
— Te tengo noticias— dijo ella—, aquí tampoco es un buen momento.
— ¿A qué te refieres?— pregunté temeroso.
— Creo que tu madre requiere de apoyo emocional. Lo intenté pero no soy buena en eso.
— ¿Qué pasó?
— Tu padre se encontró con tu madre y mi padre. No fue un encuentro bonito.
— ¿Dijo algo?— pregunté asustado.
— Es complicado— dijo ella—. ¿Podrías venir? Es difícil tranquilizar a tu madre y suturar las heridas de mi padre al mismo tiempo.
— ¿Qué?
— ¡Date prisa!

Me giré y corrí. Me encontré con el profesor Gomez.

—Profesor Callahan— dijo él—, escuché que su proyecto...
— No tengo tiempo para esto— dije—, ¿Podría avisar que me tendré que ausentar por un asunto personal?
— Sí, pero...
— Gracias— interrumpí y seguí corriendo.

Llegué a mi auto. Entré. Conduje velozmente. Por fortuna no había tráfico. Llegué. Dejé mi auto en el estacionamiento y salí hacia el edificio. En la recepción pregunté por Madie. Después de unos tortuosos minutos, me dijeron en dónde estaba. Busqué el ascensor. Subí. Corrí por el pasillo. Llegué a la habitación. Ahí estaba Madie y su padre.

— ¡Papá, deja de moverte!— le dijo ella.
— ¡Me haces cosquillas!— dijo él.
— ¿Dónde está mi mamá?— pregunté.

Ambos me miraron.

— Hola Lou— dijo el doctor Hermes—, ¿Qué tal todo?
— Yo te puedo responder eso— dijo Madie molesta—. Lou tuvo que dejar su trabajo al igual que yo por que al parecer tú pensaste que fue una buena idea ponerte a jugar a las luchitas con su padre.
— Parecía una buena idea— dijo él.
— ¡Pues no lo fue!
— ¿Y mi madre?— pregunté.
— Hola cariño— dijo mi mamá, detrás de una cortina que dividía esa habitación.

Me acerqué. Recorrí la cortina. Ella estaba sentada en una cama. La observé horrorizado.

— ¿Estás bien?— pregunté.
— Claro— dijo, sonriendo—. ¿Qué haces aquí?
— ¿Qué haces tú aquí?— pregunté.
— Trabajo aquí.
— Mamá, hablo en serio. ¿Qué pasó con mi padre?
— ¿Sabes eso?— me preguntó.
— No con exactitud.
— Madie, gracias por alarmar a mi hijo— le gritó desde ahí.
— De nada— respondió Madie—, me agrada juntar familias.
— No culpes a Madie— dije—. Seguramente está tan confundida como yo.
— Lo estoy— gritó Madie.
— Madie, esta es una conversación privada— dijo mi mamá molesta.
— ¿Si sabes que sólo nos separa una cortina?— pregunté.
— Podemos fingir que no escuchamos nada— dijo el doctor Hermes, desde el otro lado.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora