Cuarenta y dos

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En mi clase, observé a Ben varias veces. Deseaba que me mirara también. Que nuestros ojos se encontraran al menos una vez. Pero él nunca miró hacia mí. Parecía como si por un momento yo no existiera. Como si nada hubiera pasado.
Pensar que podría ser así me mataba.

No dije nada. No me acerqué. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Con qué cara podría acercarme y decirle algo? Yo había arruinado lo que teníamos. Pensaba que podría solucionarlo, que quizá en el fondo aún había algo para mí... pero parecía que ya no quedaba nada. Sólo lo que yo sentía, que me quemaba por dentro. Que no me dejaba respirar. Eso y el continuo pensamiento de que si hubiera sabido que nuestro último beso sería el último en verdad, habría hecho que durara más. Tanto que en mi mente pudiera repasarlo infinitas veces hasta quedarme dormido. Quizá así soñaría con él. No era lo mismo, pero me conformaba con tener a Ben así, en donde no pudiera hacerle daño.

Pasaron los días. Sin falta, en cada uno de ellos, miré a Ben. Si las miradas pudieran hablar, la mía le estaría gritando. Tan fuerte que me quedaría afónico. Tan dolorosamente que sentía que mis fuerzas se iban. Sin embargo, jamás me cansé de eso. Nunca lo haría. Pensé que mi castigo sería simplemente ver a Ben ser feliz desde lejos.
Así se veía cuando hablaba con Logan o con Elissa. Parecía el de antes. ¿Por qué yo no podía ser así?

¿Por qué no podía ser feliz?

Traté de hacer que mi trabajo me absorbiera. La época de evaluaciones era la que más ocupado me tenía y ni aún así lograba hacer que Ben saliera de mi cabeza.
Tenía que convencerme a mí mismo de que yo ya no le importaba. Me había superado. Tan fácilmente que parecía que lo que Logan había dicho era cierto. Yo sólo había sido algo que él quería para un rato.

Me sentía perdido. Los días pasaban pero para mí el tiempo estaba suspendido. Veía a todos moverse y a mí quedarme estancado ahí, esperando algo que nunca iba a tener. Pero que tuve. Eso era lo que dolía más, saber que por un momento era muy feliz y no lo sabía. No aprecié lo suficiente esos días en donde mi única preocupación era la propuesta de vivir juntos que Ben me había hecho.

Quizá era mejor así. Pasar más tiempo con Ben me habría destrozado completamente cuando lo hubiera dejado. Me sentía roto, pero no destrozado. Podía seguir andando, herido, pero podía continuar. Tal vez todo había terminado en el momento justo. Quizá era lo mejor así.

Un día, después de semanas que se sentían como décadas, mientras tomaba café en mi auto, miré a Ben caminando por el pasillo.
Entonces, aunque él estaba muy lejos, pude verlo a la perfección. No parecía feliz. Su cara tenía un semblante terrible. Como aquella vez en la que me había dicho que olvidara todo lo que me dijo. Él, en medio de un pasillo, miraba el suelo.

Nunca antes había sentido más ganas de salir corriendo hacia él. Estaba sufriendo. Se podía ver, y yo quería que quitara esa cara. Quería que volviera a sonreír como antes. Como cuando me contaba historias de su familia. Como cuando tomaba su té junto a mí.

Salí de mi auto. Dejé mi café en el asiento. Cerré la puerta. Miré a Ben. Ya era tarde. El sol muy pronto se iría. Hacía frío. Ese mes había estado bastante lluvioso. Habían charcos por todas partes. Casi no habían alumnos. Muchos andaban preocupados por sus calificaciones. El año estaba por terminar.

Caminé. Torpemente, cuidando mis pasos para no caerme. Sentía que flotaba. Mi corazón latía tanto que podía escucharlo. Pero mi vista nunca se fue de su silueta. Me acercaba en cada paso. Anhelaba llegar a él. Como si todo pudiera cambiar cuando lograra verlo. Me dolía el pecho. Me dolía ver esa expresión en su cara. Él parecía perdido en sus pensamientos. Entonces, cuando lo tuve lo suficientemente cerca, corrí hacia él sin pensarlo. Sólo quería que no sufriera. Que su rostro cambiara. Porque verlo así de triste me estaba matando. Prefería morir yo antes de volver a verlo así.

Sin pensar en lo que hacía, toqué su hombro. Él se movió, como si despertara de un sueño. Me miró asombrado. Nuestros ojos se encontraron. Sus hermosos ojos, de ese extraño color que jamás pude describir, miraron a los míos. No dije nada, sólo lo miré. Presioné con fuerza su hombro.

— Lou— susurró él.

Por un momento me quedé sin aliento. Sólo tuve que escucharlo decir mi nombre. Sólo eso bastó para sentir que mi corazón se rompía. Para sentir que todo el tiempo que pasamos separados se iba y para que mi mente no pensara más que en él.

Para saber que lo necesitaba. Para saber que no había cosa que deseaba más que poder verme reflejado en esos hermosos ojos.

— No puedo— dije, en un pequeño susurro—, no hay forma en la que pueda dejar de amarte como lo hago ahora.

Se habían juntado mis lágrimas en mis ojos y no pude terminar la oración sin dejarlas caer.

Entonces miré su cara. Estaba roja. Esos ojos que tanto había amado se llenaron de lágrimas y él no pudo ocultar la aflicción que lo afectaba. Me observó y empezó a reírse. Mientras reía sus lágrimas caían. Lo solté y él empezó a doblarse hasta quedar agachado, con la cara mirando al suelo. Me incliné y traté de verlo. Puse mi mano en su cabeza.

— No— dijo, ya no se reía—... no me veas así.

Entonces, me recordó a un niño pequeño que escondía su llanto entre risas, mientras se ocultaba de los ojos de la gente.

Quise llorar. Sentí muchas ganas de hacerlo, como nunca. Fuerte. Sabía en dónde estaba, pero dolía mucho. No sabía específicamente qué de todo lo que me había pasado dolía de manera increíble. Quizá era todo. Quizá era nada. Probablemente era Ben. Él era todo.

En un impulso que mi mente a penas pudo coordinar bien, salí corriendo hacia un salón. No había nadie. Mi respiración estaba acelerada. Mis ojos lagrimeaban descontroladamente. Me sentía sin fuerzas. Me sentía avergonzado. Me sentía cansado. Me sentía muy despierto. Desorientado. Mis piernas me temblaban.

Me recargué en la puerta. Respiré unas veces antes de que empujaran la puerta. Era alguien tratando de abrir. Observé hacia esa dirección. No pude sostener la puerta y me aparté. La luz entró a aquella habitación oscura y vacía. Era Ben, cuyo rostro estaba rojo. Pero ya no parecía triste. De hecho, tenía una expresión indescifrable.

Nos observamos. Bajé la mirada. De repente, todas esas cosas que me hacían sentir culpable volvieron. Me reclamaban tan fuertemente que me hacían querer llorar de verdad, como cuando se está muy arrepentido.

— Lo siento— dije, tratando de mantenerme estable—, lamento tanto lo que hice...

Imposible, mis ojos no querían colaborar. Las lágrimas salían de quién sabe dónde y no me dejaban hablar.

— Te amo, Lou— dijo él y se acercó a mí.

Retrocedí. Él parecía en verdad muy decidido. Afligido a la vez pero sin dudas sobre si debía ir hacia mí.

— No— dije—, se supone que...
— Se suponen muchas cosas— dijo, sin dejar de verme—, hay tanto que debería ser pero que no es.

Traté de alejarme pero él se acercaba. Hasta que eventualmente, quedé atrapado entre él y la pared. Sólo pude verlo y dejar que mis lágrimas cayeran al mismo tiempo que su voz inundaba mis oídos.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora