Cincuenta y dos

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Madie dijo que Ben estaría bien. Temía que tuviera una contusión pero al parecer no era así. Mamá tuvo que irse por que la llamaron. Nos quedamos en silencio un rato, adentro de ese consultorio.

— Esta ha sido una semana horrible— dijo Madie—. Para ustedes. A mí me va de maravilla.
— Gracias por tu consideración ante nuestra situación— dije.
— Deberías ser más sensitiva— dijo Ben—, aún estoy recuperándome, podría tener una confusión.
— ¿Qué?— dijo Madie.
— Más sencible— le dije a Ben—, eso es lo que debiste decir. Y era una contusión, no una confusión.
— ¿Las contusiones podrían confundirme?— preguntó Ben.
— Eso creo— dije.
— Entonces es lo mismo— dijo él.

Madie me cuestionó con la mirada.

— Dejémoslo así— dije.
— He estado pensando en algo— dijo Madie—. ¿Qué creen que pase con ustedes cuando Logan le diga a todos que tienen una relación?
— Me despedirán— dije—. Probablemente no volveré a encontrar trabajo aún cuando no me quiten mi licencia de educador. A Ben lo expulsarán... y probablemente su familia sepa sobre nosotros.

Me deprimió escuchar eso último.

— No había pensado en eso— dijo Ben.

Nos observamos. En sus ojos descubrí que perder a su familia significaba mil veces más que dejar de ser educador. Probablemente su madre dejaría de hablarle para siempre si sabía que estaba conmigo.

— A papá no le importa qué pase conmigo— dijo Ben, repentinamente entusiasmado—. Seguro seguirá dándome dinero. Seguro ni siquiera lo sabrá.
— Eso es más malo que bueno— dijo Madie.
— Es bueno— dijo Ben—. Podría estudiar otra cosa. Lou también podría ser otra cosa.
— Es cierto— me dijo Madie—, podrás ya no volver a ser educador jamás en la vida pero puedes hacer otra cosa. Además, ser profesor apesta. Tienes un salario que da risa comparado con el mío...

La miré enojado. Se dio cuenta y volvió a su estado de seriedad.

— Es decir— dijo ella—, podrías empezar de nuevo.

Recordé que Victoria me había dicho eso una vez. Quizá podía ser así.

— Es cierto— dije, con renovado optimismo—, puedo hacer eso.
— Mientras tanto podrías trabajar para mí— dijo Madie.
— ¿Para ti?— dije.
— Sí— dijo ella—. Me enteré de que Will, mi eterno rival de la universidad, tiene a una chica trabajando para él. Entonces pensé que yo también necesito a una persona que haga todo lo que yo le diga y me adore cuál diosa.
— No, no la necesitas— dije—. En primer lugar, la chica que trabaja con Will es su recepcionista. Tú no necesitas una porque no tienes un lugar propio qué administrar. En segundo lugar, va a trabajar contigo, no va a ser tu esclava.
— ¿Significa que no quieres el trabajo?— dijo ella.
— ¡Yo lo quiero!— dijo Ben.
— ¿Me adorarías como si fuera una diosa?— le preguntó Madie.
— ¿Qué tipo de diosa serías?— preguntó Ben.
— Una griega— dijo Madie.
— ¡Me encanta la mitología griega!— dijo Ben feliz.
— ¡Contratado!— dijo Madie.

Pactaron el tratado estrechando sus manos.

— ¡Eso es ridículo!— le dije a Madie—, ¡No necesitas a alguien que trabaje para ti!
— No sé cómo agradecerte— le dijo Ben a Madie—, has hecho mucho por nosotros. Primero cuidas a Lou, luego oficias nuestra boda y ahora me das empleo. ¡Gracias!
— Y también te regalaré una casa— dijo Madie—. La de Lou es toda tuya ahora.
— ¡Esa es casa de mi madre!— dije—, ¡No puedes regalar así las cosas!
— ¿Por qué no?— dijo Madie—, yo viví ahí, la casa es legalmente mía también.
— ¡Sólo viviste unas cuantas semanas!— le dije—, ¡Y nunca te di permiso de quedarte ahí!
— Qué envidia— dijo Ben—, yo quiero vivir con Lou también.
— Sólo debes llegar un día y nunca irte— le dijo Madie—, así le hice yo.
— No deberías de estar orgullosa de eso— le dije.
— ¡Eres grandiosa!— le dijo Ben mirándola con ojos brillantes.
— Lo sé— dijo Madie con arrogancia.

Genial, pensé, lo que necesitaba el ego de Madie.

Mi mamá entró por la puerta.

— Perdón por la tardanza— me dijo ella.
— ¿Era muy urgente?— pregunté.
— No, para nada— dijo ella—. Sólo se trataba de un hombre que sufrió un ataque cardíaco.
— ¡Eso me suena muy urgente!— dije.
— He recibido pacientes peores— dijo mamá muy tranquila, luego miró a Ben—, ¿Quién es él?

Madie, Ben y yo intercambiamos miradas.

— Yo me voy— dijo Madie y empezó a recoger unas cosas que luego metió en su bata de médico.
— ¿Qué?— le dije—, ¿Vas a abandonarnos?
— Por supuesto— dijo sin pena alguna—, no soy tonta. Esto va a ser feo, incómodo y difícil de explicar. No voy a quedarme.

Dicho eso, se acercó a la puerta, la abrió y se fue.

— ¡Cobarde!— le grité pero seguramente no me escuchó.

Luego miré a mamá.
Mi mente se volvió loca tratando de buscar las palabras adecuadas para hablar con mamá. Lo pensé. ¿Cómo se le dice a una madre que estás saliendo con un chico sin que se muera por la noticia?

— Señora— le dijo Ben a mi mamá—, quiero a su hijo.

Me agarré fuerte a la mesa más cercana para no caerme por la impresión.

— Qué bueno— dijo mi mamá—, yo también lo quiero mucho.

Miré a mi mamá. Por suerte no lo había entendido. Pensé en decir algo rápido. Pero Ben fue más rápido que yo.

— Pero usted lo quiere como hijo— dijo Ben—, yo me casé con él.

Morí. O al menos eso deseaba. Sentí como si un yunque pesado me hubiera caído encima. Casi me desmayo.

Miré a mamá inmediatamente. Ella, que estaba muy sonriente, poco a poco perdió su sonrisa al ver la cara seria de Ben.
Se giró a verme.

— ¿Qué?— preguntó totalmente alterada.
— Eh— dije—... ¿Sirve de algo decir que no fue una boda verdadera?
— ¿Qué?— dijo mi madre.
— ¿No lo fue?— preguntó Ben.
— ¿Pensaste que sí?— le pregunté.
— Pareció real para mí— dijo Ben.
— Madie no puede oficiar bodas— dije.
— ¿Madie trató de casarte?— me preguntó mamá.
— No sólo trató— dijo Ben—, definitivamente lo hizo.
— Ben, te adoro pero no estás ayudando diciendo eso— le dije.

Entonces fui conciente de mis propias palabras. Miré a mamá con los ojos muy abiertos por darme cuenta de que no estaba haciendo más que complicar las cosas.
Ella me observaba consternada.

— ¿Entonces qué debería decir?— dijo Ben.

Mamá sonrió. Conocía era risa, era la mueca forzada que usaba cuando trataba de no perder la cabeza. Miró a Ben.

— ¿Podrías dejarnos solos un momento?— le preguntó ella.
— Claro— dijo él—. Iré por dulces.

Salió de ahí feliz. ¿Cómo no podía ver que yo estaba en medio de un problema?
Empecé a sentir ansiedad.
Mamá me miró con la misma sonrisa de maniática de antes.

— Lou, bebé, ¿Qué está pasando aquí?— dijo.

Tragué saliva.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora