Quince

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Ya era tarde. Tomé las llaves de mi auto. Salí de casa y entré al auto. Empecé a conducir. Me concentré en la situación. Mientras más lo pensaba, más enojaba. ¿Benny estaba molesto? ¿Por qué? Parecía molesto. Además, él había tenido la idea de salir conmigo en primer lugar. ¿Qué significaba eso?

Cuando llegué a su edificio, y después de estacionar mi auto, subí hasta su piso. Llegué a la puerta de su departamento. La puerta estaba abierta.
Entré. Él no estaba ahí. Pero tenía un desastre. Decidí esperarlo. Cosa que no hizo más que aumentar mi ansiedad. Para calmarme un poco empecé a limpiar el desastre. Mientras tanto mi mal humor avanzaba. Se hizo de noche y él no llegaba.

Repentinamente, apareció.

— ¿Dónde estabas?— lo regañé.

Él hasta saltó del susto. Me observó atónito.

— ¿Lou?— dijo sorprendido—, ¿Qué haces aquí?
— Tengo que hablar de algo importante— dije.
— Sí, pero podrías avisar que vienes. Casi muero del susto. Tienes que dejar de asustarme así.
— ¿Dónde estabas?

Me observó.

— No sabía que fueras tan controlador— dijo—. Y eso que aún no eres mi esposo. Además, ¿Por qué te ves enojado?
— Porque lo estoy— dije.
— ¿Estás molesto porque no te dije a dónde iba? No tienes que preocuparte por eso, no es como si fuera por ahí para engañarte con alguien. Soy muy fiel.
— ¡Jamás me enojaría por algo así!— dije—, es más, ni siquiera lo había pensado pero gracias a ti definitivamente lo haré a partir de hoy.
— Lou, no hagas eso— dijo él muy serio—. Podré ser muchas cosas pero nunca alguien infiel. ¡Por favor, créeme!
— Te creo— dije—, no era para tanto.
— Claro que sí— dijo él—. Quiero que sepas que sólo tú me gustas.

Lo observé. Si era así, ¿Entonces qué había pasado antes?

— Estoy muy confundido— dije—, ¿Cómo puedes decir cosas así tan fácilmente pero hace un rato parecías muy serio?
— ¿Hace un rato?
— Sí. En la escuela.
— Ah...— dijo mientras caminaba a la cocina para evadirme.

Lo seguí.

— ¿Fue mi culpa?— pregunté.

Él se giró rápidamente.

— ¡Claro que no!— dijo—, ¡Casi muero de felicidad!
— ¿Entonces?— pregunté—, porque cuando te traje no parecías feliz.
— Es... por otra cosa.
— ¿Tiene que ver conmigo?
— Pues... no— dijo.
— Deberías decirme— dije—. Si es algo que te preocupa, quizá podría ayudarte a solucionarlo.

Me observó. Sonrió.

— Ya me hice cargo de eso— dijo—. Pero es lindo que quieras ayudarme.
— Naturalmente te ayudaría. Es más, llevo tratando de hacer eso desde que te conocí.
— Pero sólo en cuestiones de tareas y trabajos.
— No se de qué otra forma podría ofrecerte ayuda— le dije.
— Está bien así— dijo mientras sonreía y me abrazaba—. Está bien así. ¿Te quedas a dormir?
— No lo sé, debo hacer cosas— dije.
— Tómate un descanso.
— De acuerdo— dije—. Además, extraño tu sofá.
— No quiero que duermas en el sofá— dijo.
— ¿Tú dormirás ahí?
— No. Dormiré en mi cama.
— ¿Y yo?— pregunté.
— También.
— Es decir, ¿Contigo?
— Sí— dijo serio—. Conmigo.
— ¿En tu cama?
— En mi cama. Conmigo.
— ¿Juntos?— pregunté incrédulo.
— Juntos.
— ¿En el mismo lugar?
— En el mismo— dijo.
— ¿Por qué?— pregunté.
— Porque creo que sería lindo.
— ¿Porqué?
— Porque es bonito dormir con compañía— dijo.
— ¿De verdad?

Lo observé consternado.

— Lou, si no quieres hacerlo sólo dime— dijo él.
— ¿Qué? ¿Por qué no querría hacer algo tan común y normal como dormir?— pregunté con ironía—, porque eso vamos a hacer, ¿No?
— Claro— dijo.
— Bien. Hay que hacerlo— dije.
— De acuerdo— dijo.
— Hagámoslo.
— Bien.

Nos observamos.

— Lou, no pareces muy convencido— dijo.
— ¡Claro que sí!— dije—, ¡Vamos!

Sin decir nada, caminé a su habitación. Él me siguió. Me detuve frente a su cama. La observé atentamente.
No, no estaba listo para eso.

— Lou— dijo él—, si quieres puedo dormir en el sofá.
— No— dije—, dormiremos juntos.
— O tú puedes dormir en el sofá.
— No— dije—. Haremos esto.

Observé la cama. Implicaba demasiadas cosas. Era un nivel de responsabilidad que no estaba dispuesto a aceptar aún.

— Lou, está bien si no quieres— dijo.
— Pero sí quiero.
— ¿En verdad?

Lo miré. Él me observó.

— Sí— dije.
— Pero no hoy, ¿Me equivoco?
— No— admití—. Creo que es demasiado pronto.
— Yo también lo creo— dijo.
— ¿Entonces porqué demonios lo propusiste?— dije enojado.
— Porque pensé que sería bonito. Hasta que llegamos aquí. Entonces me di cuenta de que enloquecería contigo a mi lado.
— ¿Enloquecer? ¿De qué manera?
— Lou, no quieres saber eso— dijo.
— Sí quiero.
— Iré al sofá— dijo—. Buenas noches.

Me dejó con palabras en la boca y con mi corazón lleno de preguntas.

Sin pensarlo más, decidí mejor dormir.
Por alguna razón, sólo tuve que acomodarme para quedarme dormido.

Al día siguiente, mientras Benny se bañaba, enfrenté la terrible realidad: no había café. Nada.
Creí que me volvería loco. Pensé en que debería llevar café a su casa. Y mi taza favorita. También algo de ropa extra. Y unas cuantas de mis cosas.

Después de alistarnos, salimos por mi auto. Entramos. Se me hacía tarde. Por otro lado, Benny llegaría temprano.
Antes de llegar a la escuela, pasé por un café. Lo necesitaba.

Justo después de despedirme de Benny, me encontré con el profesor Gomez.

— Profesor Callahan— me dijo—. Llega tarde.
— Nunca llego tarde— dije—. Los demás llegan temprano.
— No creo que el rector piense eso— me dijo con arrogancia.
— Cuando sea rector así va a ser— dije—. Váyase acostumbrando.

Dicho esto, seguí con mi camino. Fui a registrar mi llegada a la sala de maestros. Me encontré con otros profesores. Después fui a mis clases.

El día transcurrió de maravilla. Me sentía bien. Demasiado bien. Debí sospechar que no duraría mucho ese bienestar.

Al final de todas mis clases, me quedé en un salón de clases vacío a terminar de revisar el proyecto escrito.
Entonces, apareció Logan.

— Hola— le dije—, ¿Y Benny?
— No lo sé— dijo.
— Lo llamaré— dije.
— No lo hagas— dijo.
— ¿Quieres llamarlo tú?
— No. De hecho, no quiero que venga— dijo.
— ¿Por qué?
— Quiero hablar contigo.
— De acuerdo— dije extrañado—, ¿De qué quieres hablar?
— De ti. Y de Benny.
— ¿De nosotros?
— Sí— dijo, lucía muy serio.
— ¿Qué pasa con nosotros?— pregunté.
— Eso me gustaría saber yo— dijo—, porque simplemente no lo entiendo.

Lo observé atentamente. No sabía de qué hablaba. Pero empecé a sospecharlo. Hasta que lo entendí.

— ¿Sabes de nosotros?— pregunté.
— Sí— dijo—. Y tienen suerte de que sólo yo lo sepa.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora