Veintinueve

240 48 4
                                    

La gente solía culpar de todo a sus padres. Si bien la educación de un hijo sí es responsabilidad de ellos, las decisiones que tomamos ya adultos no deberían ser su culpa.
Yo siempre había creído eso. Pero en ese momento ya no sabía qué pensar.

De niño, papá llegaba muy tarde. Mamá en veces ni llegaba. La única persona con quién tenía una relación cercana era con Madie, que iba a la escuela conmigo y a quién solía ver después de clases, pero éramos muy diferentes. Madie jugaba con otros niños, siempre estaba llena de energía y parecía demasiado libre. Yo tenía miedo todo el tiempo.

Papá me obligaba a estudiar. Si me veía jugando se enojaba conmigo. La persona que me cuidaba era la señora Jones, una mujer muy estricta que papá había contratado para educarme. Ella no era mala, pero sí muy ordenada. Tenía bien organizadas mis clases y todo lo que haría en el día. No había tiempo para jugar. Así que mientras leía libros, veía desde la ventana a Madie jugar en la calle con otros niños.
La señora Jones decía que ninguno de esos niños lograría ser nada más que delincuentes. Por eso no me dejaba salir. Veía a Madie en la escuela pero me sentía tan inseguro con respecto a jugar con ella que cuando me invitaba, decía que no. Sabía que en la escuela nadie me estaba vigilando, pero me detenía a mí mismo. Me pasaba los recesos de clases solo y triste.

Me sentía aliviado cuando mamá llegaba. Ella era muy distinta a mi padre. No era dura ni estricta. Era dulce y despistada en veces. Siempre estaba feliz, aunque venía de turnos de 12 horas. Yo quería estar con ella pero nunca tenía tiempo. Después se volvió jefa de médicos en el hospital y la veía aún menos.
Papá volvía todas las noches. Yo me encerraba en mi habitación, fingiendo que estudiaba. Esa fue mi rutina por muchos años. Incluso en el instituto, salía rápidamente para llegar a mi casa y cumplir la agenda que la señora Jones tenía para mí. No lograba hacer amigos, no porque las personas fueran malas, si no porque yo me negaba a intimar con ellos. Madie siempre estaba rodeada de personas.

A la señora Jones jamás le agradó Madie ni el doctor Hermes. Decía que eran ruidosos y maleducados. Pero a mí me sorprendía la relación que tenían. No eran padre e hija. Eran amigos. Bromeaban entre ellos y parecía que se querían mucho. No me imaginaba una relación así. Era impensable.

Vi mi libertad en la universidad. La señora Jones dejaría su puesto cuando yo terminara el instituto. Gracias a que en toda mi vida escolar tuve muy buenos maestros, decidí que quería ser uno. Jamás pensé en ser como mi padre. De hecho, él era todo lo que yo quería evitar.
Pero no pude.

Papá estableció que iría a la misma universidad que él. Era costosa, pero a él no le importaba eso ni mi opinión. Su padre también había estudiado ahí. Así que decidió que yo lo haría. Me enojé mucho porque aunque la escuela me agradaba, quería ir porque yo lo quisiera. No dije nada. Él me daba miedo. Igual que desde siempre. Acepté su decisión.

Fue más fácil de asimilar ya que Madie también estudiaría ahí. Ella, muy contrario a lo que pensaba la señora Jones, no era una criminal. Era una genio. Se había ganado una beca para poder estudiar medicina.

Pensé que estaría solo en la universidad pero no fue así. Conocí a Will. Después, gracias a Madie, a Lucille y a George, otros amigos. Dejé de tener miedo. Dejé de hacer lo que otros querían. Sin embargo, al llegar a mi casa, todo seguía igual. Me encerraba en mi habitación para estudiar. Para prentender que no estaba asustado de mi propio padre.

El divorcio fue duro. No para mí. Para mamá. Papá nunca dijo nada. Mejor dicho, yo nunca lo supe. Él no quería divorciarse. Pero nunca entendí porqué. Sólo hablaba con mamá cuando la veía, y para pelear. Escuchaba que se gritaban desde mi habitación. Siempre pensé que era porque mi padre era muy tradicional y quería que las cosas fueran igual a como fueron con sus padres, que tuvieron un matrimonio feliz hasta que murieron en un accidente. Para él un divorcio era inaceptable. Debía ser por eso porque... jamás me pareció que estuviera enamorado de mi madre. Jamás pregunté.

Mamá decía que lo amaba. Pero nunca dijo “lo amo”. Siempre lo decía como si su amor fuera algo que ya había pasado. El divorcio sólo era el reflejo de un amor que nunca fue el mismo. No lo sabía pero tenía la impresión de que mamá amaba de una manera diferente. Una totalmente distinta a la de papá. Tanto que jamás comprendí porqué estuvieron juntos tantos años. Lógicamente, casi no se veían, así que no fue tan duro estar al lado de alguien que no entendían.

Solía ser egoísta cuando era niño. Imaginaba que ellos jamás pensaron en mí. Si no se toleraban, debieron divorciarse antes, pensaba. Con los años comprendí que un divorcio era más que sólo un papel que decía que ya no eran nada. El divorcio había empezado desde antes, cuando decidieron alejarse en vez de hablar de sus problemas. Se divorciaron lentamente y sin saberlo. Firmar ese papel sólo culminó lo que ya era evidente.
Eso me asustaba. Que lo que una vez fue amor terminara sin que me pudiera dar cuenta.

Parecía demasiado arriesgado dar amor de esa forma y que las cosas pasen de una manera tal que... se convierta en odio.

Odio que papá enfocó en mí.

Llegué a mi casa. Respiré profundamente. No sabía qué hacer. Así que mi mente, estresada y cansada, me indicó que sólo había algo que quería que pasara.
Me recosté en el sofá. Cerré los ojos. Me quedé dormido.

Desperté con el ruido del timbre de la puerta. Me acerqué mareado, aún no despertaba del todo. Me froté los ojos para quitarme el sueño. Abrí. No podía creer lo que estaba viendo. Pensé que aún estaba soñando. Pero no. La imagen, distorsionada al principio, se fue haciendo más clara.

Ahí, frente a mí, estaba papá. Y yo lo miraba de la misma forma como hacía cuando le pedía permiso para salir a jugar y él decía que no.

— ¿Puedo pasar?— preguntó.

Me hice a un lado. Ese iba a ser un día largo.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora