Cuarenta y ocho

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Victoria me sonrió. Quizá Ben tenía razón, ella era mi amiga desde hacía tiempo y yo no lo sabía. Habían muchas cosas que no sabía.

Ben llegó corriendo.

— Tengo café y muchos dulces— dijo.
— ¿Para qué los dulces?— pregunté.
— Para ponerlos en el café y así se vaya ese horrible sabor amargo— dijo.
— El punto de un café es tener un toque amargo— dije.
— No me gusta tanta amarguidura— dijo él.
— Ese palabra no existe— dije—, es “amargura” en todo caso.
— ¿“Amargura” no es como cuando una persona es muy aburrida?
— Se aplica en ambos casos— dijo Victoria.
— No me parece— dijo Ben—. Son dos cosas diferentes. Las personas no son como el café.
— Algunas sí— dijo Victoria—. Yo me voy. Necesitan hablar. Así que adiós.
— ¿No vas a quedarte?— le preguntó Ben—, ¿Ya hablaron de todo lo que querían hablar?
— Tendremos tiempo de sobra para eso— dijo ella mientras se iba—, además, ya dije lo que era importante.

La observamos irse.

— ¿Se habrá ido porque invento palabras?— preguntó él.
— No— dije—, de hecho creo que por eso va a querer quedarse apartir de ahora.
— ¿Qué significa eso?
— Te explicaré un día.

Entonces, me giré. Ahí estaba Logan. Nos observaba. Parecía no creer que estábamos juntos.

— ¡Logan, ven aquí!— le gritó Ben mientras agitaba su brazo para llamar su atención.

Logan nos observó y salió de ahí rápidamente.

— ¿Qué le pasa?— preguntó Ben.
— Quédate aquí— le dije—, iré a hablar con él.
— Entonces yo debería ir también. Apuesto a que si le explicamos que tomaremos medidas para evitar que nos vaya mal, lo entenderá.
— No lo creo— dije—, sólo quédate en el auto y espera a que yo venga.
— Pero...
— Tengo algo de qué hablar con él— le dije—. Espera aquí. Confía en mí.

Lo observé. Traté de inspirarle confianza.

— Está bien— dijo.

Le di las llaves de mi auto. Luego caminé hasta el pasillo. Lo busqué por varios salones. Entonces imaginé que podría estar en el salón en el que nos vio aquella vez. Fui rápidamente. Lo encontré sentado en el escritorio. Miraba un libro. Entré. No había nadie. Lo miré atentamente.

Dejó de ver el libro y sus ojos se posaron en mí. Pareció sorprendido.

— ¿Lou?— dijo incrédulo—, ¿Qué haces aquí?
— Tenemos que hablar.
— ¿Tú y yo?— preguntó—, pensé que Ben sería el que vendría aquí.
— ¿Querías que Ben te siguiera?— pregunté.
— No, pero era una posibilidad.
— ¿Por qué saliste corriendo?— dije.

Se levantó. Caminó por el lugar.

— Porque si iba hacia ustedes, probablemente diría algo que no debía— dijo—. No quiero hacer eso. Así que vine aquí y traté de tranquilizarme.
— ¿Tranquilizarte?
— Ya sabes, autocontrol.
— ¿Porqué?— pregunté.
— Para no enojarme con ustedes.
— No tienes que enojarte con nosotros.
— Sí tengo— dijo, parecía muy tranquilo—, sobre todo porque hacen todo lo contrario a lo que les dije que deberían hacer.
— Podemos lidiar con esto— dije, estuve muy atento a su reacciones.
— Eso es lo que tú crees pero no— dijo—, además, ¿Olvidaste todo lo que te dije?
— No. Lo recuerdo perfectamente. Pero no es ningún problema.
— ¿En serio? ¿Aún si los descubren?— preguntó.
— Nadie nos descubrirá— dije.
— Yo lo hice.
— Porque sabías en dónde encontrarnos. De hecho, eres el único que se sabe todos nuestros lugares favoritos. Somos y fuimos cuidadosos. Nadie sabrá de nosotros— dije.
— Pero, ¿Y si lo saben?
— Entonces estará bien— dije, él me observó sorprendido—, no me importa.
— Si dañas tu reputación jamás podrás ser rector— dijo.
— Está bien, no quiero serlo— dije.
— ¿Qué hay de Ben? ¿Qué hay de su futuro?
— Él piensa que siempre se puede salir adelante sin importar en dónde esté. Yo también lo creo.
— Pero Ben piensa muchas cosas tontas— dijo—. Cambia de parecer muy rápido. Además, ¿Qué con lo que te dije el otro día? Ben sólo te quiere porque representas algo difícil de conseguir. Se aburrirá de ti y todo será en vano.
— Nada que tenga que ver con Ben es en vano. No creo que sólo me quiera para un rato.
— ¿Pero y si pasa? ¿Qué harás?— preguntó.
— No pasará.
— Lou, conozco a Ben mejor que nadie. Es maravilloso, lo sé, pero no es la persona más confiable. O la más constante.
— No me importa— dije—, no sé qué pasará mañana pero sí sé qué quiero hoy. Quiero estar con Ben.
— ¡Pero es una ridiculez!— dijo con ironía.
— Pero a ti no debe de importarte— dije—, no tiene nada que ver contigo.

Me observó. Se acercó a mí. Ya no parecía tan tranquilo.

— ¿Crees que no tiene nada que ver conmigo?— preguntó consternado.
— Así es— me estaba costando mantener la calma—, esto es sobre él y yo. Lo que tú pienses no nos hará cambiar de opinión.
— Debería. Soy su amigo. Me preocupo por ustedes. Les deseo lo mejor y por eso mismo me tomo el tiempo de decirles lo que pienso.

Lo observé. Empecé a hartarme de todo eso.

— Si nos deseas lo mejor, ¿Por qué nos separaste?— dije.

Me observó completamente perplejo. Se alejó un poco.

— Lo sé— dije—. Todo iba bien entre Ben y yo. Hasta que tú te enteraste de nosotros. No lo niegues, nos separaste. ¿Por qué?
— Yo no hice tal cosa— dijo, me dio la espalda—. Sólo traté de orientarlos para lo que era mejor para ustedes.
— ¿No te parece que sé bien lo que es mejor para mí? No soy un niño. Ben tampoco. Siempre te traté como un amigo pero sigo siendo tu profesor.
— Si crees saber lo que es mejor entonces deja de hacer tonterías— dijo—, porque tú y yo sabemos a la perfección que todo esto va a terminar mal.
— No, no lo sabemos— dije—, nada está escrito aún. Sólo... aléjate de nosotros.

Me observó. Parecía afectado.

— No puedo hacer eso— dijo, muy serio.
— ¿Por qué? Y no vuelvas a salir con que lo haces porque eres un buen amigo. Nos lastimaste. Los amigos no hieren a sus amigos.
— ¿Qué hay de ti?— preguntó con dramatismo—, ¿Qué hay de todas las veces en las que me has lastimado?

Lo observé atentamente. Sentí un vuelco en el corazón. Tenía razón. Le gustaba Ben.

— Entonces— dije atónito, no dejé de observarlo—, es cierto todo lo que sospechaba... tú nos separaste porque...

Se alejó un poco hasta un rincón de la habitación. Lo seguí afligido. Entendía lo que sentía.

— Te gusta Ben, ¿No?— pregunté.

Se giró automáticamente y me observó sorprendido.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora