Cuarenta y tres

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— Esperaba esto— dijo él, en un susurro—, lo esperaba en realidad. Esperaba que no pudieras vivir sin mí. Que me extrañaras como yo lo hago. Pero parecía un sueño. Lou, hay tanto que se supone que debería ser. Hay mucho que en algún momento yo quise que pasara conmigo. Hay tanto que deseaba ser. Tantos planes que inventé. Tantas horas de mi vida que se fueron en imaginarme cómo quería mi futuro. Nunca estuviste en ninguno de ellos. Nunca planeé que llegaras a mi vida. Pero aquí estás. Aquí estoy, tratando de hacer lo que sea para que no te vayas. Porque no imagino mi vida sin ti ahora. No planeo nada que no tenga que ver contigo. No pienso en nada más que en ti. No quiero nada más que no seas tú. Así que..

Bajaron sus lágrimas, yo me quedé hipnotizado mirándolo.

—... así que— continuó en un suspiro—, no me digas que me amas y luego huyas... porque no creo que mi corazón pueda soportar que me dejes otra vez... ya no podría...

Unos sollozos se escaparon de mi boca, porque no pude callarlo más.

— Lamento herirte tanto— dije mientras lloraba—, no quería hacer eso... no quería lastimarte... pero lo hice... pero lo hago... es todo mi culpa.
— Quédate conmigo— dijo—, sólo quédate y no te vayas nunca. Nada podrá pasarnos si te quedas conmigo. Nada podrá herirnos. Nada importará.
— Sé que no es correcto— dije—. Sé que no debería estar aquí. Sé que no debería quererte. Pero he pasado toda mi vida haciendo lo que se suponía que debía hacer... y nunca he sido tan feliz como cuando estaba contigo...

No me dejó continuar. Sus labios presionaron los míos. Cerré los ojos. Mi corazón me quemaba. Mis manos y mis piernas no me respondían. Pero sentía mucho dolor. Besarlo dolía. Porque sabía a gloria. Porque había soñado ese beso desde hacía mucho. Porque todos esos fantasmas que habían mantenido mi vida suspendida desaparecían poco a poco. Mi cuerpo vibraba. Me mente era un caos. Pero nunca había estado más seguro de algo. Nunca me había sentido menos perdido. Menos solo. Menos equivocado.

Se suponía que debía ser un error. Se suponía que amar a mi alumno era un error. Se suponía que amar a otro chico era un error. Se suponía que anteponer mis sentimientos a mi trabajo era un error.

Pero la vida estaba llena de cosas a suponer. Y sólo tenía a un Ben. Uno que se había cruzado en mi camino. Uno que me encontró. Uno que aunque dejé ir simplemente no pude soltar del todo.

¿Qué se suponía que era todo eso? ¿Por qué no se sentía como un error?

Perdí el aliento y me separé un poco. Observé a Ben, así, tan cerca de mí.
Lo supe. Era amor. Sólo amor. No más errores. No más cosas que debía sacrificar. Era amor. No podía ser de otra forma.
Desde el principio lo fue. Yo lo sabía pero tenía miedo. Miedo a ser yo mismo. Miedo a empezar a vivir. Miedo a no ser lo que esperaban de mí. Miedo a defraudarlos.

Cuando supe eso, inmediatamente me sentí más fuerte que nunca. Levanté mis brazos y abracé a Ben. Me aferré a su cuerpo, para conprobar que no era un sueño. Para que no pudiera escapar. Llevaba tanto tiempo escapando que... parecían siglos...

— Vámonos de aquí— dije, sin moverme.

Él me observó. Le regresé la mirada. Tomó mi mano.

— Vámonos— dijo.

Salimos de ahí con las manos entrelazadas, como si pudiéramos perdernos. Probablemente yo sí. Todo afuera era demasiado denso, confuso y cruel. Tan fácil para perderse pero tan imposible para encontrarse.

No había nadie. Llegamos a mi auto. Mi café seguía ahí. Ben subió al asiento del conductor. No lo cuestioné. Me senté a su lado. Tomé mi café. Seguía caliente. Mis manos estaban frías pero aún recordaban la tibieza de la mano de Ben. No dije nada. Él empezó a conducir. No le pregunté si sabía hacerlo, si tenía licencia o a dónde iríamos. No me importaba. Una parte de mí creía seguir en un sueño. Uno muy hermoso.

Llegamos a su edificio. Salimos del auto. Ya estaba casi oscuro. Él volvió a tomar mi mano. Sin detenernos, aún cuando había gente, subimos las escaleras. Me sentía cansado, incluso trompecé un par de veces, pero no me detuve. Sólo observaba la espalda de Ben, que me guiaba. Yo simplemente lo seguía. Llegamos a su departamento. La puerta estaba abierta. Siempre había estado así. Pero yo lo había olvidado.

Entramos. Estaba muy oscuro. Mi corazón latía desbocado. Traté de regular mi respiración.
Él no soltó mi mano. Tiró de ella y me estrechó contra su pecho.

— Está bien— susurró—. Todo estará bien.

No, eso no era cierto. Habían demasiadas cosas por aclarar.
Lo empujé un poco para que me soltara. Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Podía ver su silueta, bellamente remarcada por la luz que se filtraba por la ventana.

— No podemos fingir que nada pasó— dije.
— ¿Qué significa eso?— preguntó.
— Que probablemente... nosotros...
— ¿Qué?— dijo, se acercó a mí y me sujetó del brazo—, ¡No! ¡No voy a perderte! ¿Acaso no me amas?

Su presencia me abrumaba. Pensar era estresante. Porque me daba miedo y me hacía querer arrojarme a sus brazos, como si nada pudiera pasarme. Como si ya no hubiera un mañana, como si fueran un escudo impenetrable. Como una dimensión diferente. Sabía que vivía en la realidad.

— Lo hago— dije, traté de mirarlo a los ojos—, no tienes idea de cómo lo hago.
— ¿Entonces?
— Pasaron muchas cosas. No puedes ignorar todo este tiempo.
— Sí puedo— dijo—. Por ti lo haría.
— ¿Por qué?— pregunté alterado—, ¿Acaso no te lastimé cuando te dije que debíamos terminar todo? ¿No deberías odiarme?
— Dijiste que lo sentías. Con eso me basta. Me dolió, no sabes cómo me lastimó pensar que no me amabas tanto como yo pero..

Agradecí que no hubiera tanta luz. Me hubiera matado ver su cara cuando decía todas esas cosas.

— Me dejaste ir— dije—. Lo aceptaste.
— ¿Qué más podía hacer, Lou? ¿Cómo podía regresar a ti para convencerte de que podíamos funcionar sin sentir que me rompía por dentro? ¿Cómo podía verte siquiera a los ojos sin sentirme como un niño que pedía cosas absurdas? Así me sentía. Como si la diferencia de años entre nosotros fuera mucha, no sólo de años. De siglos. Tú habías optado por lo que sería mejor para nosotros, como lo que haría un adulto. En cambio yo... sólo quería estar contigo porque soy muy idiota, tanto que me enamoré de ti y... para mí ningún otro argumento contaba.
— No creo que seas un idiota— dije.
— Pero lo soy. Porque no importa qué argumentos me diste, ni que tan buenos y adultos eran, yo seguía creyendo que nada podía justificar que te fueras de mi lado. Aún lo hago. Ningún futuro parece suficiente. Nada se compara a ti. No sabes cuántas veces quise ir hacia ti y besarte. No me importaría hacerlo aunque hubieran personas viendo. Para mí estaría bien. Pero luego lo entendí. No para ti. Tú eres un adulto. Todas esas cosas te importan. Porque siempre pensaste en tu futuro. Así que me alejé.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora