Diecinueve

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Los días pasaban como si se hubieran transformado en horas. Tan rápido que no podía siquiera pensar. Sólo miraba de vez en cuando el asiento vacío de Ben, que me recordaba que no estaba viviendo un sueño. Todo era tan espantosamente real, que en verdad me hacía pensar que no hay forma de que el dolor como ese, el que apretaba mi pecho como si quisiera matarme, fue imaginación mía. Un dolor así no podría ser imaginado por nadie, porque nadie quisiera vivirlo.

Era como estar muriendo viendo pasar la vida.

Sin saber en qué momento, terminé en casa del doctor Hermes, acompañando a mamá a celebrar su cumpleaños. Había mucha gente que no conocía. Esperaban que el doctor llegara a su fiesta sorpresa. Yo esperaba a que todo eso terminara, o a que no, ya no sabía qué era mejor para mí, si la compañía o la soledad.

Así que me senté en un sofá junto a una ventana. Observé el cielo desde ahí, deseando no pensar en nada más.

— Te ves horrible— dijo una voz. Me giré. Era Madie.
— Gracias— dije.
— De nada. Te veo solitario. ¿No se supone que traerías a alguien?
— No— dije.
— Tu mamá dijo que sí.
— Mamá dice muchas cosas.

No quería hablar. A la vez sí. Todo era demasiado confuso.

— ¿Entonces?— preguntó ella. La observé. Luego bajé la vista al suelo.
— Terminamos— dije.

Esperé que dijera alguna de sus clásicas bromas crueles, pero no dijo nada. La observé.

— Ah, la vida apesta, ¿No?— dijo.
— Sí— dije.
— Es una lástima— dijo—. Es mi único día libre y lo estoy desperdiciando en una fiesta aburrida.
— Es el cumpleaños de tu padre— dije.
— Lo sé. Me sentía bien pero sólo verte me desanimó bastante. No estoy de humor para fiestas.
— Lamento eso— dije.
— No— dijo ella—, definitivamente no me agradas así.
— ¿Así?
— Triste— dijo—. No eres divertido triste.

No quise mirarla. No estaba tratando de ocultar mi tristeza, pero no quería que ella me viera. Después de todo, se suponía que quería lucir bien.

— No soy buena dando consejos— dijo—, menos para gente cuya situación desconozco, pero supongo que debo decir algo, ¿No?
— Estaría bien que te quedaras callada— dije.
— No, no es cierto. Así que lo diré. No sé porqué tu relación fracasó, pero si fue culpa de la otra persona, mátala.
— ¿Qué?— pregunté sorprendido.
— Sí, no es tan difícil. La asesinas, lanzas su cuerpo al río y nadie sospechará de ti. Puedo ser tu cómplice si quieres.
— ¡No voy a matar a nadie!— dije.
— Te sentirías mejor— dijo.
— No lo creo.
— Aunque si la culpa fue tuya— dijo ella—, entonces probablemente alguien está planeando tu asesinato en este mismo instante.
— ¿Y si... la culpa es de la vida?— pregunté.

Ella me observó. Parecía pensativa.

— La gente siempre culpa de todo a la vida. Cuando en realidad la vida es perfecta. Nos pasan cosas malas porque nosotros somos los que fallamos. ¿Jack murió por culpa de la vida? No, murió por idiota.
— ¿Jack?— pregunté.
— Sí, del Titanic— dijo ella—. Porque escogió salvar a Rose cuando pudieron salvarse ambos. Las personas siempre te dicen que no hay opciones, pero sí las hay. Siempre hay una forma. Pero no todas las personas se atreven a buscarla.
— En mi opinión no había forma de que ambos sobrevivieran.
— A mí se me ocurren unas veinte— dijo ella—. Unas más éticas y legales que otras, pero posibles. Si en verdad se amaban, harían hasta lo imposible. Creo que ese es el problema de las personas. No pueden esforzarse hasta el punto en donde no haya nada más.
— En veces el esfuerzo no sirve— dije—. En veces dar todo de ti sólo te expone al dolor.
— La gente nunca da todo de sí misma— dijo ella—. No saben lo que significa esforzarse.

Entendía a qué se refería. Si había alguien que se esforzaba más que nadie sin duda era Madie. La había visto. Cuando hacía algo entregaba todo de sí misma.

— Culpar a la vida es algo que hace un cobarde— dijo ella—. La culpa siempre es de alguien. Lo que significa que las cosas siempre pueden arreglarse. Pero lógicamente eres demasiado idiota como para ver que hay una solución.
— No la hay— dije—. De hecho, estar separados fue la mejor solución. Lo mejor que pude hacer.
— Si fue lo mejor, ¿Por qué luces tan mal?
— Porque lo mejor no siempre es justo.
— Al demonio la justicia— dijo ella con malicia—. Si ya estás viviendo en este horrible mundo injusto, que no te importe lo que digan los otros. Si vas a hacer algo, que sea lo mejor para ti, no para todo el mundo. Sólo tienes una vida. No seas ldiota.

Iba a decirle algo cuando mi mamá salió rápidamente y dijo que nos ocultáramos. Lo hicimos. El doctor Hermes entró y todos gritaron sorpresa, menos yo que me perdí en algún momento, pensado lo que había dicho Madie.

Me pasé toda la tarde haciendo eso. Tenía sentido pero... no era fácil. Yo no podía ser como ella, que iba por el universo haciendo lo que le venía en gana.

— Lou— me dijo mamá—, felicita al doctor Hermes. — ¡Lou, ven aquí!— dijo el doctor mientras me abrazaba.

Era tan alto y corpulento que no le costó levantarme mientras me abrazaba, al mismo tiempo que me aplastaba y me dejaba sin aliento.

— Papá, vas a matarlo— dijo Madie.
— Oh, descuida— le dijo él. Me soltó.

El papá de Madie era la versión masculina de Madie pero de mejor humor. Mamá había trabajado con él desde siempre así que lo conocía desde que era pequeño.

— Feliz cumpleaños Richard— le dije.
— No te ves muy bien— me dijo—, ¿Has estado comiendo bien?
— ¿Las rosquillas cuentan como comida?— pregunté.
— No, definitivamente— dijo él.
— Yo creo que sí— dijo Madie—. También las papas fritas.
— ¡Madie, no digas cosas de las que te puedas arrepentir!— la regañó.
— No me arrepiento de nada.
— ¡Madie!

Siempre había envidiado la increíble relación que tenía ella con su padre. Era como si fueran mejores amigos.

— Te ves bastante decaído— me dijo mamá—. Seguramente necesitas un abrazo.
— Estoy bien— mentí.
— No es cierto, sí necesita un abrazo— dijo Madie.
— ¡Ven aquí bebé!— dijo mamá mientras me abrazaba.
— Mamá, no soy tu bebé. Soy un profesional de...
— Eres mi bebé. Podrás ser un importante profesor pero antes de eso eres mi hijo.
— Mamá...

Supe que no había nada que pudiera decir. Sin embargo, en verdad necesitaba el abrazo. No solucionaba nada, pero me sentía mejor.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora