Sesenta y tres

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¿Alguien podría culparme por seguirle la corriente a Benny? No. Pero no sabía en ese momento que me arrepentiría de hacerlo.
Besé a Ben. Fue algo pequeño y rápido. Nuevamente la historia se repetía. La puerta se abrió. Nos separamos y observamos.

Ahí, completamente impactada, estaba la mamá de Ben. Por unos segundos nadie se movió. Sólo nos miramos en silencio, como si una fuerza invisible nos estuviera deteniendo. Entonces ella salió de ahí. Ben la siguió. Me quedé ahí, mi mente explotó en mil pensamientos. No sabía si debía seguirlos o quedarme para que hablaran en paz. Iba a salir cuando Bella apareció. Decidí quedarme ahí.

Empecé a pensar en muchas cosas. Probablemente su madre estaba tan sorprendida como la mía cuando lo supo. No era para menos, esa había sido una forma muy impactante de decirle que yo no era sólo su amigo. Ella debía estar muy confundida. Pensé que terminaría entendiéndolo. Entonces yo debía ser muy convincente. Debía demostrarle que su hijo estaba en buenas manos. Que nadie nunca jamás iba a amarlo como yo. Empecé a preguntarme si eso sería suficiente. Si yo sería suficiente. Si alguien podría creer en nuestra historia. Si alguien podría creer que por un momento quise dejarlo todo por él.

¿Eso bastaría?

Estaba inmerso en todo eso cuando Bella salió corriendo. La seguí. Fue al jardín, con su madre. Me asomé un poco. Los observé. Ben estaba ahí, con su madre, que miraba el horizonte.

Iba a salir cuando Ben se giró hacia la puerta. Caminó con la cabeza baja y cuando iba a entrar me miró. Lo observé. Su expresión era indescriptible.

— Tenemos que irnos— dijo.

Entró. Todo se nubló en mí. Lo seguí muy confundido. Él caminó a la sala y fue por sus cosas. Yo no podía entenderlo. ¿Qué pasó? Sólo había estado con ella unos minutos. Ben caminó a la puerta. Lo detuve. Busqué sus ojos. Me miró.

— Deja que hable con ella— dije.
— No funcionará— dijo—. Sólo te hará daño.
— No, voy a explicarle todo y... seguro puedo convencerla de que...
— Lou, por favor— dijo—. No quiero odiarla. Vámonos ahora.

Lo observé. Nunca había visto a Ben así. Nunca. No parecía triste. Parecía... decepcionado.
Odié verlo así. Sencillamente no lo entendía.

— Pero— dije—, ella te ama.
— Yo también la amo— dijo—. La amaré para siempre porque siempre va a ser mi madre. Pero yo soy yo. No voy a cambiar. No quiero. Sé que ella no va a cambiar. No puedo obligarla. Por eso debemos irnos.

Lo entendí, parcialmente. Tomé mis cosas, su mano y atravesamos la puerta. No miré atrás. Sólo caminé por la calle mientras trataba de no caerme. Su mano estaba fría. Pero no lo solté.

La gente en las calles nos miraba. Pero no me importó. Sólo seguí caminando. Debía llevar a Ben a casa. Él parecía haberse perdido en algún lugar de su mente. Las cosas dependían de mí. Así que fui a la estación de autobuses. Compré dos boletos. Esperamos un rato. Entramos. Busqué los asientos. Él se sentó. Se veía mal. No decía nada. No necesitaba decir nada. Yo lo entendía.

Había tardado mucho en entenderlo todo. Él temía decirle a ella porque sabía que reaccionaría así. La conocía. Tal y como dijo, ella no iba a cambiar. La gente de lugares tan pequeños como ese era muy tradicional por no llamarlos de otro modo. No cambiaban su forma de pensar por más que se tratara de un ser amado. Ben sabía que no importaba qué dijera, su madre pensaría que él estaba mal. Lo sabía pero aún así iba a decirle. Yo lo había presionado para eso también. No sabía cómo era ella. Lo hubiera entendido. Pero ya era tarde.

Su madre lo odiaba. Ella parecía cariñosa y amorosa. Pero quizá no lo era tanto. O sí, ya no sabía qué pensar. Porque antes de eso pensaba que todas las madres tenían lo que mi madre tenía: ese instinto para amar a su hijos a pesar de lo que hicieran. Lo había visto: madres que amaban a sus hijos a pesar de ser delincuentes o asesinos. ¿Por qué su madre no podía ser así? No era como si Ben hubiera cometido un delito. Sólo se había enamorado de mí. Sólo eso. Nada más. No dañaba a nadie pero su madre lo había juzgado como si lo hiciera.

Entonces recordé que ese era el mundo real. Tendría que vivir así el resto de mis días. Con gente que no sabría nada de mí pero que me juzgaría como si hubiera matado a alguien. Repentinamente me sentí triste y con ganas de llorar. No era justo. Para nada justo. Ben era un buen hijo. La mejor persona del mundo. Amaba a su familia. Pero ellos ya no lo amarían a él.

¿Qué clase de horrible mundo cruel era ese? ¿Por qué nos pasaban todas esas cosas malas a nosotros?

Miré a Ben. Estaba absorto mirando por la ventanilla.

— ¿Puedo hacer algo?— pregunté—, ¿Qué puedo hacer por ti ahora?

Se giró y me observó.

— ¿Perdón?— preguntó.
— Me siento muy tonto— dije—. Siento que es mi culpa y...
— Claro que no— dijo, parecía tranquilo pero para mí no estaba siendo sincero.
— Debiste decirme— dije—. Yo lo hubiera entendido.
— No— dijo—. Eso sólo hubiera hecho que le ocultáramos lo nuestro a mi madre.
— Se lo hubiéramos dicho en otro momento— dije.
— Sería lo mismo. No hay momentos buenos con ella. El resultado sería el mismo. Yo no quiero ocultarte, Lou. Quiero poder estar libremente contigo, sin miedo.
— Yo también— dije—, pero...
— Sé que debemos ocultarnos— dijo, parecía muy afligido—. No me importa hacer eso cuando estemos en la escuela o en otras partes pero... no quería ocultarme con mi familia. Quería ser yo. Quería que fueran tan felices como yo. Siempre fui honesto con ella. Y lo seré hasta el final.

Todo era tan injusto que sentía que quería llorar. De tristeza, de impotencia, de coraje. Por todo. Tomé su mano. Entrelacé sus dedos con los míos.

— No me odia— dijo—. Debe estar pasándola muy mal por eso. Su educación y costumbres dicen que debería odiarme. Quizá ella no lo haga.
— Nada de esto es tu culpa— dije.
— Lo sé. Pero también sé que la perdí. Perdí a mi madre para siempre.

Lo abracé. Si hubiera sabido que él tendría que elegir entre ella y yo, me habría alejado para siempre. Mis sentimientos no valían tanto como una madre.

— Lo siento— dije.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora