Cincuenta y seis

231 45 3
                                    

La ciudad de Ben era pequeña. Estaba en medio de campos y bosques. El aire era muy fresco y se sentía un aura de tranquilidad increíble. Caminamos por las calles. Era muy temprano, no había nadie. Algunos negocios aún estaban cerrados. El sol comenzaba a iluminar tenuemente nuestros pasos. El frío se iba poco a poco.

Pensé que sólo en un lugar como ese podría existir un Ben. Alguien como él sin duda venía de un lugar tan acogedor. Aunque ahí vivía Logan también.

Pasamos por muchas pintorescas casas. Recuerdo que de niño siempre dibujaba las casas así, con un adorable techo puntiagudo de tejas. Jamás había visto una en la vida real pero para un niño, ese era el ideal de casa porque reflejaba autenticidad. Reflejaba cariño.

Dimos vuelta en una esquina. Entonces, nos detuvimos frente a una cerca pintada de blanco. Detrás de ella después de pasar por un jardín y un caminito empedrado, se levantaba una casa, de esas que tanto me gustaban.

— Espero que mi mamá esté despierta— dijo Ben.

Nos acercamos. Yo sólo lo seguía. Me sentía nervioso. No solía llegar a casas de desconocidos, de hecho nunca lo había hecho. Visitaba a la abuela pero ella era mi familia. Por el trabajo de mamá nunca salíamos. A papá tampoco le gustaba a decir verdad.
Ben empujó la puerta de la cerca y se abrió. Pasó y caminó hasta la entrada. Lo seguí. Presionó el timbre y se escuchó una hermosa melodía. Después de unos segundos, la puerta se abrió.

— ¡Ben, cariño!— dijo una mujer mientras lo abrazaba.

La observé. Aunque se veía que los años inevitablemente habían pasado por ella, se veía hermosa. Era delgada y de cabello largo y oscuro, como el de Ben. Me sorprendió ver que sus ojos tenían el mismo color que los de Ben. Como si hubiera un atardecer en su mirada.
Después de abrazar a su hijo, me observó.

— Traes compañía— dijo ella—, qué bien.
— Lou— me dijo Ben—, ella es Beatriz, mi mamá.
— Un placer conocerla— dije un poco nervioso.
— Igualmente Lou— dijo ella feliz—. Me agrada que Ben por fin traiga a algún otro amigo a la casa. ¿Van a la misma escuela o se conocen de otra parte?

Inconcientemente observé a Ben y él a mí. Era imposible decirle que era su profesor sin que sonara extraño.

— Nos conocimos en la escuela— dijo Ben.
— Pues quiero saber toda la historia— dijo ella—. Pero pasen, no se queden aquí.

Nos invitó a pasar. Su casa era por dentro como podía esperarse después de ver la fachada. Había una chimenea. Yo jamás había visto una en mi vida. Todo era muy pintoresco. Como un cuadro de esos en donde dan ganas de irse a vivir ahí. Parecía un verdadero hogar familiar. Estaba lleno de colores, desde el papel tapiz floreado hasta las fotos enmarcadas en la pared. Habían flores por todas partes. Era pequeño pero adorable, como si el tiempo se hubiera detenido en alguna época bella.

— Seguramente tienen hambre— dijo ella—. No se preocupen, ya preparé el desayuno.
— ¿Dónde está Isabella?— preguntó Ben.
— Supongo que aún duerme— dijo ella.
— Tal vez debería ir a despertarla— dijo Ben—, seguro la sorprendería.
— Posiblemente— dijo ella—, como hace poco que viniste no te esperaba tan pronto.
— ¡Iré a despertarla, quiero que conozca a Lou!— dijo Ben y subió por las escaleras.

Yo no quería que me dejara, me sentía incómodo. Además, no sabía qué decir pero tampoco quería quedarme en silencio.

— Vamos a la cocina— me dijo ella—. Te ves pálido. Necesitas un poco de té.

No supe decirle que no y la seguí. Su cocina me encantaba. Olía a galletas como las que preparaba mi abuela.
Me sirvió un poco de té. Lo observé. No había ningún hilito de té, sin duda era natural. Luego puso una charola con galletas en el centro de la mesa.

— Espero que te gusten, las preparé yo misma— dijo.

Las observé. Galletas con forma de dinosaurio. Sin duda para Ben, él amaba la comida con forma de animales. Vino a mi mente una vez, cuando tenía cinco años en el que mamá no fue a trabajar y se quedó conmigo. Ese día desayunamos refresco y papas fritas. Mamá había intentado cocinar algo pero no le había salido.

— Es extraño ver a Ben por aquí tan pronto— dijo ella, la observé—, supongo que ya no hay mucho por hacer ahora que el ciclo escolar se termina.

No, de hecho, quise decirle, en la universidad era una locura.

— Ben no se veía muy bien últimamente— dijo ella—, pero hoy se ve muy bien aunque es muy temprano. ¿Ha tenido problemas? ¿Las clases son muy difíciles? Porque hace mucho me contó sobre un proyecto que parecía estar consumiéndolo. Pensé que no era necesario que lo hiciera pero no quiso dejarlo. Además, hace mucho también me contó sobre un profesor bastante difícil con el que siempre tenía problemas. ¿Sabes si sigue igual con él?
— Creo que Ben está muy bien en la escuela— dije—, en cuanto al profesor, si es al que yo creo que se refiere, no debería tener ningún problema. Ese profesor es un amor de persona.

Imaginé la cantidad de madres que debían odiarme por ser un desgraciado con sus hijos.
Además, también me sentía intrigado por saber qué más habrá dicho Ben de mí.

— Me alegra escuchar eso— dijo ella.

Se escuchó cómo bajaban los escalones. Ben entró con una niñita entre sus brazos.

— Lou— dijo él feliz—, ella es Bella.

Miré a la niña. Traía una pijama de ponys y su cabello estaba tan despeinado que tenía mucho volúmen. Parecía tener dificultad para ver bien ya que acababa de despertar.

— Hola Bella— le dije.

Ella me observó. Pareció que terminó de despertar completamente. Igual que Ben, sus ojos eran del mismo color. Traté de sonreír. Ella se puso roja. Muy roja. Entonces abrazó a Ben.

— Bella, no seas tímida— dijo Ben—. Es sólo Lou.
— Quizá debiste esperar que estuviera arreglada para presentarla a tu atractivo amigo— dijo su mamá.
— Pero sólo tiene tres años— dijo Ben.
— Tres y medio— dijo la niña con una vocesita muy adorable.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora