Cincuenta y siete

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Ben tenía una hermosa familia. Su madre era muy agradable. Su hermanita era la niñita más linda de todo el universo. Pensé que una madre así comprendería a la perfección a su hijo. Se veía que tenían una buena comunicación con Ben basada en la confianza mutua. Ella parecía tan amable y llena de buenos deseos que imaginé que no le molestaría saber sobre nosotros. Eso me tranquilizó mucho.

Estaba pensando en eso en el sofá junto a la chimenea cuando su madre se acercó con un álbum familiar.

— Mamá, no hagas eso— le dijo Ben.
— ¡Fotos!— dijo Bella con su voz de bebé y se acercó.
— Ben era adorable de bebé— me dijo ella—. Daban ganas de comérselo a besos.

Aún provoca esos sentimientos, señora, pensé.

Me lo enseñó. Efectivamente, Ben era adorable. Mientras pasaba las páginas, su mamá me contaba anécdotas sobre la infancia de Ben.

— En esa foto Ben ganó el concurso de talentos local— dijo ella.
— No es la gran cosa— dijo Ben, que parecía avergonzado.
— Ben sólo tenía cinco años— dijo su mamá—. Su acto consistió en resolver cualquier operación matemática que le pusieran.
— Debiste dejar asombrados a todos— le dije a Ben.
— Es un lugar pequeño— dijo Ben—, la gente aquí se asombra por cualquier cosa.
— En esta otra foto están Ben y Logan— me dijo su mamá.

La observé. Eran pequeños. Ben parecía feliz. Logan no mucho. Recordé porqué estábamos ahí.

— Siempre han sido buenos amigos— dijo ella—. Logan es un muchacho ejemplar.

Ben y yo intercambiamos miradas.

— Lou— me dijo Ben—, ¿Quieres ir a ver mi habitación?

Lo observé. Me indicó con su mirada que al parecer necesitaba hablar conmigo.

— Me gustaría— dije.
— Pero no se tarden— dijo su mamá—, tengo otros dos álbumes de fotos para ver.
— Volveremos rápido— dijo Ben.

Me levanté y seguí a Ben por las escaleras. Bella quería venir con nosotros pero su madre le dijo que volveríamos inmediatamente.
Pasamos por un pasillo y al final de él había una puerta. Ben la abrió y entró. Lo seguí. Una vez adentro, cerró y le puso seguro.

Observé la habitación. Justo así me la imaginaba, una réplica de su habitación en su departamento. Las paredes estaban pintadas de color cobalto, habían pósters de películas antiguas y grupos de rock que le gustaban, tenía repisas con figuritas de comics, comics, un armario, su cama, un escritorio y un mueble en donde estaba una televisión, un dvd y una consola de videojuegos.

— Me gusta tu habitación— dije—, se parece a la otra.
— Sí, me mantengo fiel a mi estilo— dijo.
— Tienes muchas cosas— dije—, ¿Por qué hay una señal de carretera en tu pared? ¿Para qué necesitas saber que “no hay retorno”?
— Encontré ese letrero tirado en la carretera. Lo levanté y lo puse aquí.
— ¿Para qué? ¿Para conmemorar que fue un gran día?
— Fue un buen día— dijo—. Logan y yo fuimos a la playa.

Nos observamos. Me senté en su cama.

— Nadie lo sabe, ¿Cierto?— le pregunté—. Sobre cómo es Logan en realidad.
— Sólo su familia— dijo Ben, se sentó a su lado—. Pero no andan por ahí diciendo que tienen un hijo con problemas de ira.
— Él me contaba cosas sobre ustedes pero no sé qué tan reales sean.
— ¿Cómo qué?— preguntó él.
— ¿Cómo se conocieron? Porque Logan dijo que fue cuando los otros niños no te dejaban jugar con ellos porque solías equivocarte de palabras.
— Así fue— dijo Ben—. En realidad no creo que te haya mentido sobre nuestra infancia. Logan y yo en verdad éramos muy unidos. Él solía traducir lo que yo decía con los demás porque aunque no lo parezca, antes era muy malo hablando.
— Eso sí lo creo— dije.
— Descubrí que tenía una parte mala pero pensé que era normal porque nadie es perfecto. Yo no lo era para nada. Siempre fue bueno conmigo... nunca sospeché que me guardaba rencor. De hecho, de no haber sido por el viaje que hicimos hace poco yo no hubiera percibido que tenía sentimientos por ti.

Guardamos silencio por unos segundos.

— Qué mal— dije.
— Sí. Ser tan rencorsivo es terrible.
— ¿Qué?
— Rencorsivo— dijo Ben—, ya sabes, alguien con mucho rencor.
— Rencoroso— lo corregí.
— No me gustan las palabras que terminan en oso— dijo él—. Los osos son animales geniales. No deberían de sufrir así.

Me reí un poco.

— Me encanta tu risa— me dijo.

Nos observamos. Oh no, sentía un impulso estúpido pero muy fuerte por besarlo. El momento parecía ideal... pero no estábamos ahí por vacaciones.
Él se acercó. Mi cerebro trató de convencer a la parte que sólo quería besar a Ben, sin embargo, esa parte era muy muy superior a todo lo demás. Pero logré reaccionar a tiempo. Me levanté y caminé por la habitación.

— ¿En dónde vive Logan?— pregunté.
— Al final de la calle— dijo él.
— Ah— dije.
— ¿Estás bien?— me preguntó.

Me giré.

— No— dije—. Hay mucho que debemos hacer.
— Tienes razón— dijo—. Hablaré con mi madre.
— Me gustaría ayudarte— dije.
— No te preocupes, conozco a mi madre. Estaremos bien.

Tomó mi mano. Me sentí un poco más confiado. Miré el reloj que Ben tenía en su escritorio. Eran las 9:00 am.

— Hay que hacerlo— dijo Ben, determinado.

Bajamos. Soltó mi mano. Bella apareció. Traía un libro de colorear. Me lo enseñó. Lo tomé. Mientras tanto, Ben se acercó a su madre.

— ¿Hablar?— dijo ella—, pero no tengo tiempo. Iré a comprar cosas para el almuerzo. Puedes venir conmigo. Ambos pueden venir con nosotras.
— Estaría bien— dijo Ben—, pero me gustaría hablar en privado.
— Puedo quedarme— dije—. Con Bella. A cuidar a Bella— dije nervioso.
— Qué gran idea— dijo Ben—, Bella estará bien, Lou es un buen maestro y sabe manejar niños.
— ¿Lou estudia para ser profesor?— preguntó su mamá.

Ben y yo nos miramos.

— Algo así— dijo Ben.

Luego de un rato, ambos salieron. Me quedé con la niña.

— Mira— me dijo, me enseñó otro libro.

Lo tomé. Era un cuento infantil.

— ¿Quieres que te lo lea?— le pregunté.
— Yo puedo leer— dijo ella.
— ¿En verdad?— dije sorprendido.
— No. Pero me gusta decir que sí.
— Te puedo enseñar— dije.

Tomé el libro. Caminamos a la mesa de la cocina, junto a la ventana. Me senté y ella se sentó también. Empecé a enseñarle el alfabeto cuando se me ocurrió que sería más fácil si se lo escribía. Me levanté para buscar en dónde escribir. Encontré un cuaderno. Lo tomé. Cuando regresé a donde estaba ella, la vi saludar a alguien por la ventana. Me acerqué.

— ¿A quién saludas?— le pregunté.
— A Logan— dijo ella feliz.

Me apresuré a asomarme. Era Logan, que caminaba por la calle. No me vio porque ya se iba.

— Bella— le dije—, ¿Puedes esperar aquí?

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora