Cincuenta y ocho

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Cerré la puerta. Corrí por la calle. Miré a Logan a lo lejos. Traté de ser rápido pero me cansé. Así que grité su nombre. Se detuvo. Me detuve. Se giró y me observó. Caminé hasta él.

— ¿Lou?— preguntó incrédulo.
— Hola— dije.
— ¿Qué haces aquí?
— Vine a casa de Ben.
— ¿Desde cuándo?
— Llegamos hace un rato— dije.

Nos miramos. Él bajó la mirada al suelo. Era muy temprano. Aún se sentía el aire frío. Él sostenía una bolsa de plástico, al parecer había ido a comprar unas cosas.

— ¿Por qué estás aquí?— le pregunté.
— No, ¿Por qué estás tú aquí?— dijo él.
— Pues... por ti.
— Por Ben— dijo él—. No finjas que te preocupas por mí.
— Lo hago— dije—, a pesar de todo eres mi...
— No lo soy— dijo—, sólo tomé tu clase porque quería un pretexto para verte. Pero ya no sirve de nada si tú me odias.
— No te odio. Bueno, sí. Es decir, no debería pero... todo es muy complicado ahora.

Me observó. Lo observé. Lucía completamente diferente al día anterior. Parecía tranquilo. Parecía el de siempre con la excepción de que tenía un gran moretón en el pómulo derecho.

— Si quieres que me disculpe no lo voy a hacer— dijo.
— No te he pedido que lo hagas— dije—, aunque deberías hacerlo.
— No— dijo—, no me arrepiento de lo que hice. Tú valías la pena. Aún vales la pena, Lou. Lástima que no lo sepas.
— Esa no es la forma de hacer las cosas.
— Es la mía— dijo.
— Pues no me gusta.
— Yo no te gusto— dijo, parecía indiferente—. Lo sé. Pensé que si lo daba todo tal vez tú te fijarías... pero al final te fijaste en él, como todos. Algunas cosas no cambian.
— ¿A qué te refieres?— pregunté.
— Siempre te defendí, Lou— dijo y me miró—. Aún cuando todos te odiaban. Siempre estuve para ti. Pero nunca me viste. Traté de ser un buen alumno aún cuando odiaba tu clase. Me pasé toda una noche desmintiendo las cosas que decían sobre tu padre y tú los de la prensa. Sé todo de ti. Todo me gusta, Lou. Pero nunca me viste de ningún modo, ¿Cierto? Siempre fue Ben.
— Eso no es cierto— dije, traté de pelear con el nudo en mi garganta—. Siempre te vi como mi amigo.
— Pero yo nunca te vi como amigo— dijo él.
— Entonces lo siento mucho— dije, sentí que mi corazón me dolía—, porque no puedo verte de ninguna otra forma.
— ¿Aunque quisieras?
— Aunque quisiera— dije.
— ¿Aunque toda tu vida dependiera de ello? ¿Aunque todo por lo que has trabajado se perdiera?

Lo observé. Sabía a qué se refería. Él iba a destruir mi vida.

— Aún así— dije.

Bajó la mirada al suelo. Respiró profundamente.

— Lo sé— dijo—. En el fondo lo sabía. Siempre lo supe. No hay forma de que me quieras. No importa qué haga por ti, no importa en dónde esté o cuánto me duela tu desprecio, jamás vas a quererme.
— ¿Alguna vez te has preguntado porqué?— dije.
— Muchas veces— dijo—. Nunca logro responder esa pregunta.

Lo observé.

— Me gusta este lugar— dije—. Las casas son muy bonitas.

Me observó.

— ¿En verdad?— dijo—, ¿Quieres hablar de casas?
— Sí— dije—. Así es. Porque vives cerca de Ben. Probablemente siempre te estuviste comparando a él y en tu cabeza te preguntabas el porqué él era más feliz. El porqué le iba mejor. El porqué parecía tener más suerte. Incluso el porqué era mejor que tú en algo si no se esforzaba. Lo sé, yo también viví junto a alguien que era mejor que yo en todos los aspectos posibles. Pero a diferencia de ti, cuando ella me ofreció su mano, yo la acepté sinceramente. Esa es la respuesta.

Me observó.

— ¿Qué significa eso, que me odias?— preguntó.
— No— dije—. Nunca podría hacerlo. Pero tampoco es fácil perdonar lo que has hecho.
— Entonces es lo mismo.
— No— dije—. Porque sé que algún día voy a poder perdonarte, si tú cambias. Si te odiara... no podría hacerlo nunca.
— No quiero tu lástima. Tampoco tu perdón. Como he dicho, no me arrepiento de nada.

Lo observé. Las personas se equivocaban. Unas más que otras. Pero siempre se podía enmendar el error. Al menos que te consumiera. Equivocarse era como un incendio en el bosque. Podías apagar el fuego cuando apenas empezaba y no pasaba nada. Pero si se extendía, era imposible. No sin mucha ayuda. Y cuando se apagaba, ya no podías recuperar los árboles. No quedaba nada.
Había visto a mi padre consumirse ante mis ojos. No hice nada. Pero ya era suficiente.

— ¿Recuerdas que me contaste de aquella vez en la que conociste a Ben?— dije.

No respondió.

— Él estaba triste porque no lo dejaban jugar los otros niños— dije—, pero tú te acercaste a él. ¿Por qué lo hiciste?
— No lo sé— dijo, indiferente.
— Porque estaba solo— dije—. Porque era diferente. La gente solitaria siempre es diferente a las demás. Quizá tú también estabas solo. Quizá sientes que aún lo estás ahora.
— ¿Y no es así?
— No— dije—. Porque Ben y yo siempre estuvimos ahí pero nunca nos viste. Me has acusado de no ver que hacías cosas por mí, pero tú también has estado ciego. Ben sabía quién eras tú y aún así seguía contigo.
— Por lástima, probablemente.
— No, lo hizo porque eras su amigo— dije—. Porque eres su amigo. Y no lo niegues, él te agrada. Por eso has pasado tanto tiempo a su lado. Por eso no lo destruiste aún cuando tenías las posibilidades. En lugar de eso armaste un plan en donde parecía que nadie saldría herido... excepto si fallaba.

Sólo lo observé. El sol empezó a expandir su calor.

— Lo odio— dijo él.
— ¿A mí?— pregunté—, ¿Me odias también?

Me observó. Miré sus ojos, fijamente. Traté de descifrar qué pensaba. Demasiado tarde, él bajó su mirada al suelo.

— ¿Qué pasó con ella?— me preguntó.
— ¿Quién?
— Con la chica que era mejor que tú.
— Se volvió mi hermana— dije—. En todos los aspectos posibles.

No dijo nada por unos minutos. Sólo estuvimos él y yo, mirando el paisaje en silencio. El sol iluminaba todo. El aire frío cada vez era más cálido pero seguía despeinando mi cabello.
Pensé en qué debía decir, pero parecía que ya no había nada más. Al menos ya nada parecía correcto.

— ¿Cuándo volverás a la escuela?— le pregunté.
— No lo sé— dijo—. Pedí una baja temporal.
— ¿Qué?— dije sorprendido—, ¿Por qué?
— Honestamente, porque no quiero verlos a ustedes. Pero también por mí.
— ¡Es terrible!— dije—, ¡Es una malísima idea!
— Sabía que dirías eso— dijo mientras sonreía—. Me lo imaginé. Todo lo que tenga que ver con no tomarse en serio la escuela te enoja.
— Claro que sí, soy profesor— dije.
—También sabía que dirías eso— volvió a reír.
— Entonces vuelve— le dije—, no tienes que dejar nada. Prometo que no te molestaré nunca más. De hecho, no podría porque...

Me detuve. Ya no estaría ahí. Eso me puso un poco triste.

— No le dijiste lo que pasó a nadie, ¿Cierto?— dijo él.
— ¿Perdón?— dije.
— Se suponía que debías reportarme. La escuela posiblemente me expulsaría. Pero cuando fui a ver nadie sabía nada.
— No era necesario— dije.
— Y ahora estás aquí para tratar de convencerme de que yo haga lo mismo con Ben y contigo, ¿No?
— No puedo obligarte a nada— dije—. Aunque sería lindo que nadie supiera lo que pasó. Ya sabes, me gustaría consevar mi empleo.
— He estado pensando en eso— dijo—. Aún no decido qué hacer. Mi vida es un desastre. No veo porqué no debería arruinarles la suya también.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora