Cuarenta y siete

240 43 0
                                    

Llevé a Ben a la escuela. La mañana había salido de manera extraña, casi parecía perfecta. Aunque las cosas entre nosotros estaban mejor, seguían siendo incómodas. Por suerte Madie trató de hacerlas más llevaderas. No podía imaginar lo que hubiera pasado de otro modo.
Curiosamente, ella y Ben se agradaron mucho. Madie era agradable, generalmente no para todos pero me gustó saber que aprobaba a Ben.

El viaje a la universidad no fue incómodo. Sabía bien lo que estaba haciendo. Había elegido estar con Ben. Entendía todo lo que significaba eso. Pensé que probablemente él también.

Llegamos. Bajamos del auto. Nos observamos. Me sentía emocionado. Las cosas se sentían calmadas pero no totalmente bien. Habían asuntos sin resolver. Pero no podía evitar ver a Ben y sentir que mi corazón se emocionaba, como si fuera un niño pequeño viendo algo nuevo.

— Te veo en clases— me dijo.
— Sí— dije, traté de sonreír.

Nos despedimos y se fue. Fui a la sala de maestros. Me sentía nervioso. Todas esas implicaciones que venían con mi decisión de estar con Ben aparecían en mi cabeza pero ya no me daban miedo. Le encontraba una respuesta a todas. Una solución. Pensar en eso me complacía mucho porque sentía que había cambiado, que todo estaría mejor porque yo ya no era el de antes.

— Profesor Callahan— me dijo el profesor Gomez—, qué milagro verlo por aquí de nuevo.
— ¿Milagro?— dije.
— Sí. Porque es una situación perfecta.
— ¿A qué se refiere?
— El rector me ha llamado a su oficina— dijo con arrogancia—. Me pregunto qué deseará.
— Yo también me pregunto eso— admití.
— Quizá quiera decirme que seré el próximo rector.
— Entonces supongo que tendría que felicitarlo— dije.

Me observó incrédulo.

— ¿Perdón?— dijo completamente extrañado—, ¿Qué dijo?
— Que si resulta que lo han ascendido, lo felicitaré.
— ¿Qué? ¿Por qué? ¿No debería estar muriendo de coraje, envidia y celos?
— No— dije—. Recientemente descubrí que no deseo ser rector. No tan apresuradamente. Quizá un día sí, en mucho tiempo.
— ¿Está tratando de engañarme?— me preguntó.
— No, soy sincero. Así que si usted es elegido, me alegraré mucho.

El profesor empezó a analizarme. Entonces el rector apareció. Nos observó.

— A ustedes dos los estaba buscando— dijo—, acompáñenme a mi oficina.

Me pareció extraño que quisiera que yo fuera pero lo seguí consternado, igual el profesor Gomez. Entramos y nos sentamos en unas sillas rotatorias enfrente de su escritorio.

— Como sabrán, mis planes eran retirarme próximamente— dijo—, y no es un secreto que ustedes dos son candidatos por parte mía y de las autoridades estudiantiles para reemplazarme.

El profesor y yo nos observamos. Pensé que probablemente el rector iba a tomar una decisión en ese momento. Entonces yo debería rechazarlo si me elegía aunque no sabía cómo hacerlo. Comencé a buscar palabras que pudieran ser apropiadas.

— ¿Ya tomó una decisión?— le preguntó el profesor Gomez.
— Ya lo hice— dijo el rector, feliz.
— ¿Y bien?— pregunté.
— He decidido que...

Me puse nervioso. El profesor Gomez probablemente también.

—... ¡Me quedaré más tiempo!— dijo el rector con entusiasmo.
— ¿Qué?— preguntamos el profesor Gomez y yo al mismo tiempo.
— La universidad está en su mejor momento— dijo el rector—, y yo tengo muchas ideas para aprovechar esta reciente racha ganadora. La escuela me necesita y yo a ella.
— Pero... ¿Y el retiro?— preguntó el profesor Gomez.
— Ya es cosa de ayer. Estoy en mi mejor forma. Pensé que necesitaba un descanso pero lo que necesito es trabajar más duro.
— Pero rector, ¿No quiere reconsiderarlo?— insistió el profesor Gomez.
— No, ya he tomado una decisión.
— Yo no podía estar más de acuerdo con eso— le dije.
— ¡Lo sé, es grandioso!— dijo el rector.

Salimos de ahí luego de que felicité al rector un par de veces.

— ¿Decepcionado?— le pregunté.
— Claro que no— dijo él volviendo a su aura de superioridad que siempre lo rodeaba—, muy pronto se retirará y entonces podré ser rector.
— No cante victoria— dije—, porque quizá cuando decida retirarse yo ya quiera ser rector.
— No le cederé el puesto tan fácilmente— me dijo.
— El sentimiento es mutuo— dije.

Nos observamos. Al parecer, esa batalla pasivo-agresiva aún no terminaba.

— Lo veré pronto profesor Callahan— me dijo irritado. Tomó sus cosas y se fue.

Sonreí. Se vendrían buenos momentos. Recordé que debía ir a mi primer clase. Eso hice. Me sentía muy bien. Con ánimo. Era muy extraño, justo el día anterior sentía que si aparecía un auto de la nada y me arrollaba, estaría bien.
No podía dejar de estar impresionado por lo mucho que cambia la vida de alguien con un sólo gesto, con una sola palabra, en un sólo segundo.

En la clase de Ben, lo observé varias veces. En muchas lo encontré hablando con Elissa, en otras tomando apuntes. Al final, cuando se me ocurrió mirarlo una vez más, él también me estaba observando. Traté de sonreír. Él me regresó la sonrisa. Deseé que ojalá mis ojos pudieran darle la certeza de que todo estaría bien. De que aunque me había echado para atrás una vez ya no lo volvería a hacer.

De que tenía todas mis cartas apostando por él.
De que estaba dispuesto a todo.
De que ganaríamos.

Al teminar mis clases, decidí ir a mi auto. Tenía unos libros en la cajuela que quería llevar a mi escritorio. Entonces, alguien tocó mi hombro. Me giré.

— Hola— dijo Victoria mientras sonreía feliz. Ben estaba con ella.
— Qué agradable sorpresa— dije, estaba muy impactado por verlos a los dos.
— Pensé que no era justo— dijo Ben—. Así que busqué a Victoria y la traje aquí.
— ¿Qué no era justo?— pregunté.
— Que dejaran de ser amigos sólo por algo que decía la gente— dijo Ben feliz—. Hagamos bien las cosas ahora. Empecemos por esto.

Llevaba pensando que yo había madurado mucho desde que me separé de Ben. Pero no era así. Él también había cambiado. Era inesperado. Hermosamente inesperado.

— Tienes razón— dije con una sonrisa.
— Iré por café— me dijo—. Los dejo para que hablen.

Se fue corriendo. Miré a Victoria.

— Parece que ustedes solucionaron lo que tenían— dijo muy sonriente.
— Así es— admití—. No del todo.
— Entónces hágalo. Ben es maravilloso.
— Lo sé. Eso me hace sentir más equivocado.
— Está bien equivocarse— dijo—, de otra forma, ¿Se sentiría tan bien la gloria?
— Supongo que no— dije.
— Mi hermano me preguntó una vez que cuál creía yo que era la clave para ser feliz— dijo ella—, le dije que no sabía qué era. ¿Sabe qué me dijo?
— No— dije.
— Es saber apreciar lo que tienes, me dijo.
— ¿Crees que sea cierto?— pregunté.
— Lo creo— dijo—. Mi hermano es la persona más feliz del mundo. No siempre, claro, porque la felicidad es efímera. Debemos buscarla a cada rato.
— Entonces parece que la vida no es más que un círculo en donde perseguimos a la felicidad tratando de atraparla— dije.
— Así que no la deje ir— me dijo, me observó—. Haga que quiera quedarse con usted.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora