Veintidos

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— No quiero hablar de eso— dije.
— Pues qué lástima porque no me iré hasta que hables.
— Entonces te quedarás a vivir aquí— dije.
— ¿Tan malo es?
— Quiero olvidar todo— dije.
— No tienes que olvidar nada, tonto. Debes superarlo. Además, no debe ser la primera vez que alguien te rompe el corazón.

Caminé a la cocina. Tomé la cafetera.

— Pero sí es— dije—. Sí es la primera vez.

Preparé café. Ella no dijo nada más por unos minutos. Le serví una taza y me serví una para mí. Se la llevé. La puso en la mesita del centro después de recibirla.

— ¿En dónde voy a dormir?— preguntó.
— ¿Dormir?
— Sí— dijo—. Recuerda que no me iré hasta que hables.
— Pues no voy a hablar.
— Bien. Parece que tendré que vivir aquí. La casa me gusta así que no va a ser difícil adaptarme.
— ¿En verdad vas a hacer eso?
— Claro— dijo—. Si tú puedes ser obstinado yo también puedo hacerlo.
— Madie, por favor. No quiero hablar. Entiéndelo.
— Lo entiendo. Pero eso no hace que nada cambie. Es como si sólo quisieras evadir el tema. Huir de él. Y somos adultos. Ambos sabemos que eso es imposible— dijo.

La observé tomar su café.

— ¿Por qué quieres ayudarme?— pregunté.
— No quiero ayudarte. No sólo a ti.
— ¿Entonces?
— Papá es feliz— dijo ella—. Quiero seguir viéndolo así. Por cosas del destino ahora él quiere tener una nueva familia. Y no puede disfrutarla si su novia está preocupada por su hijo.
— Le diré a mamá que estoy bien— dije.
— Ella no te creerá. De hecho nadie te creería en este momento. Te ves mal. Estás mal. Así que no intentes fingir que no pasa nada porque podrás mentirle a todo el mundo, incluso a ti mismo, pero no a mí.
— De acuerdo— dije—. No estoy bien. Pero lo estaré. Me conozco. Superaré esto pronto.
— No, no es cierto— dijo ella—. Yo también te conozco. En los últimos años no te he visto tanto como quisiera pero aún así sé que eres realmente bueno sobre poniéndote ante la adversidad. Pero si existe alguna cosa de lo que no puedes reponerte, aún siendo como eres, significa que en verdad es importante.
— No realmente— dije.
— Bien. Entonces parece que me quedaré a vivir contigo.
— Bien— dije—. En algún momento te cansarás.
— Eso justo es lo que espero que tú hagas— me sonrió.

Pensé que se reiría y se iría. Pero no. Iba en serio. Minutos después, estaba encargando una pizza mientras iba por unas mantas a mi habitación.

— ¿En verdad vas a quedarte?— pregunté.
— Claro. Yo no bromeo con cosas importantes.
— Ya veo. Pero, ¿No te importa estar conmigo? ¿No se supone que yo no te agrado?
— Lou, bebé— dijo sonriendo—, no te confundas. Te conozco desde que eras un niño de cinco años que creía que las sandías se daban en árboles. Por supuesto que hay cosas mejores para pasar el rato que quedarme a ver si tú cambias de opinión. Sin embargo, sacrificaré mi tiempo en nombre de mi padre. Y tranquilo, eres lindo pero no lo suficiente como para tentarme. Puedes estar seguro de que no intentaré atacarte mientras duermes. Tal vez dibuje algo en tu cara con marcador permanente, pero no pasará de eso.
— No sé si sentirme ofendido o tranquilo— dije.

Después de eso, tomó mi laptop y se puso a buscar series en internet.

— Parece que te adaptas bien a ambientes desconocidos— dije.
— Por supuesto. Soy doctora. Cada paciente que atiendo es un ambiente desconocido.

Llamaron a la puerta. Ella se levantó.

Me quedé ahí, con la manta, mirando mi laptop. Me sentía mal, pero no como antes. Enojado y con sueño. Pero ya no triste.

Ella parecía hablar con alguien en la puerta.

— Madie— le grité—, ¿Está todo bien?
— Sí— dijo—, todo bien.

Después de un rato, cerró la puerta y entró. Llegó a mí.

— ¿No era el repartidor?— pregunté al verla con las manos vacías.
— Era un vecino— dijo ella.
— ¿Qué quería?
— Probablemente sólo molestar. Pero tranquilo, ya se fue.
— Debiste llamarme.
— No era importante. Aunque mi pizza ya se tardó.

Después de un rato, llegó su pizza. Vimos una serie mientras comíamos. O eso intentaba yo, porque era una serie de terror y no sabía si comer o gritar de miedo.

— ¿Qué se supone que es esto?— pregunté.
— La versión serializada de mi libro favorito.
— ¿Tu libro favorito es de terror?
— Claro— dijo.
— Si sabes que Jane Austen escribió increíbles novelas, ¿No?
— Jane Austen es para ancianos— dijo ella—, y para mujeres locas.
— Me gusta Jane Austen— dije.
— Sí, por eso eres tú el que está sufriendo por amor y no yo.
— Gracias por tu consideración en un tema tan delicado.
— De nada, soy considerada cuando quiero— dijo con arrogancia.

No dije nada más porque discutir con Madie era como enseñarle a Will a no perder sus cosas: una misión imposible.
Así que seguí viendo esa serie horrible. Hasta que llegó un punto en donde en verdad me metí en la trama.

— Bien, es suficiente por hoy— dijo ella—. Vamos a dormir.
— No necesito dormir— dije—. Necesito respuestas.
— No, en verdad debes dormir. Yo también.
— Pero...
— Aunque si insistes en mantenerte despierto podríamos hablar de nuestros sentimientos toda la noche. Ya sabes, cosas que las niñitas que leen a Jane Austen hacen.
— No gracias— dije.
— Qué bien. Porque odio hablar de mis sentimientos.

Se levantó del sofá y se dirigió a mi habitación.

— ¿Dormirás en mi habitación?— pregunté.
— ¿En dónde más?
— Hay más habitaciones en esta casa— dije.
— Sí pero la tuya parece más cómoda.
— Sí pero la mía es mía.
— Lou, no hagas esto difícil. Además, si quieres, podríamos dormir juntos.
— Dormiré en el sofá— dije.
— Dormías conmigo cuando eras niño— dijo ella—. Aunque claro, en ese entonces eras más lindo. Y miedoso. Es decir, no has cambiado mucho.
— Dormía contigo porque no tenía otra opción— me quejé—. Mamá trabajaba en veces todas las noches. No iba a quedarme solo en casa.
— ¿Entonces quieres quedarte solo en la sala de tu casa esta noche?— preguntó.

Minutos después, estaba en mi habitación acomodando un saco de dormir en el suelo. Después me acosté ahí. Madie estaba en mi cama.

— Desde ahí se puede ver debajo de la cama, ¿No?— preguntó.
— No— dije—, ese truco no funcionará. Mi cama tiene compartimientos especiales de modo que se ocupe todo el espacio posible.
— Lástima, yo iba a inventar que había un monstruo debajo, esperando para matarte.

Empezó a reírse. No era graciosa, era mala. Había sido así siempre. Buscaba una manera de tomarme el pelo. Aunque de alguna manera, siempre estaba ahí para mí. Los años podían pasar y separarnos sin embargo yo sentía que ella era la misma de antes y yo el mismo. Como si el tiempo en el que hacíamos pijamadas improvisadas en su casa regresara.

— Entonces así se siente— dije más para mí que para ella.
— ¿Qué cosa?— preguntó.
— Tener una hermana.

Me observó. Empezó a reírse.

— ¡Me pregunto qué pecado cometí como para tener un hermano menor tan bobo!— dijo mientras se reía.
— ¡No soy bobo! ¡Y soy mayor que tú!
— Por meses— dijo ella.
— Pues todos esos meses cuentan— dije.
— Claro que no— dijo.
— ¡Que sí!
— ¡Ya duérmete!

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora