Cinco

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— Puede que no se me note, ni que suela alardear al respecto— dije—, pero te aseguro que soy un hombre.
— Lo sé— dijo.
— ¿Entonces?
— Ya te dije. Me gustas.
— ¿De qué manera?
— ¿Sabes quiénes son Ana y Rod?
— Creo — respondí—, ¿No son esos dos que parecen inseparables? ¿Los que están toda mi clase besándose?
— Sí, ellos. Pues de esa manera me gustas.
— No, tienes que estar confundido.
— Claro que no. Ana y Rod se sientan cerca de mí, tanto que puedo ver que cuando se besan sus lenguas pasan hasta por la nariz del otro.
— No sobre Ana y Rod, si no sobre mí. No te gusto de esa manera.
— Bueno, no quiero meter mi lengua por tu nariz, así que en parte es cierto. Pero sí me gustas.
— No, te equivocas. Soy un chico. Y la naturaleza dice que tú debes estar con una chica para que te reproduzcas y ayudes a preservar la especie.
— La naturaleza dice muchas cosas, pero nunca le pedí consejos— afirmó—. Ahora, como decía, me gustas mucho. Para hacerlo oficial y evitarte problemas, lo mejor es que te cases conmigo. Ya sabes, para proteger tu pureza.
— ¿Qué? ¡No voy a casarme! ¿Y cómo eso no me causa problemas? Además, ¿De qué pureza hablas?
— A las personas les gusta llegar con su virginidad intacta al matrimonio. Al menos eso dice mi mamá.
— ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? Espera, ¿En qué has estado pensando?
— Lo que digo es que... tú en verdad me gustas mucho.

Lo observé. No podía estar bromeando. No con ese semblante.

— ¿Yo te gusto?— dijo.

Lo pensé un momento. No sabía siquiera en lo que debía pensar. Era muy repentino. Ben me agradaba más que nadie en todo el mundo, pero nunca dejé de verlo como a un amigo. Todo se estaba dando muy rápido.

— No lo sé— admití.
— Por eso no quería decirte nada— dijo—. Sabía que tú no lo verías así. Ahora te irás y no volveré a verte nunca, me ignorarás si nos encontramos por casualidad y seguramente pensarás que soy muy raro.
— Ya pienso que eres raro. Y dije que no lo sabía, no que no me gustabas. En realidad no lo he pensado con mucho detenimiento.
— ¡Pues piensa!
— No es sencillo. Ni siquiera sé por qué te gusto.
— Por que eres tú. Sólo por eso. Lou es Lou.
— Insisto, necesito más información.
— No sé cómo explicarlo. Creo que siempre me has gustado. Lo supe bien cuando la última vez que te vi pensé en besarte. Luego recordé que eso no hacen los amigos y deduje que era porque mis sentimientos por ti eran otros.
— Tiene sentido. Pero no puede ser así. Siempre te estás peleando conmigo, te debería gustar alguien con quien no tuvieras ningún problema.
— Creo que me gustas porque te peleas conmigo.
— De acuerdo. Si te gusta la violencia, puedo romperte un brazo o una pierna, pero eso no significa que yo debo gustarte.
— No es por eso. Es por todo. Todo de ti.

No estaba entendiendo. No lograba encontrar algo que lograra convencerme de que en verdad le gustaba de esa forma.

— No entiendo— dije—. Siempre estás rodeado de personas. Muchas. Todas tan talentosas y tan perfectas... no puedo imaginar algo que te hiciera pensar que yo era el correcto para ti. Porque no es así.
— ¿Cómo sabes eso? ¿Por qué crees que no somos el uno para el otro? ¿Cómo sabes que no te gusto?
— ¡Es que no lo sé! ¡No sé nada!

Nos miramos. Siempre había pensado que me sentía cómodo en casa de Ben y que nunca existiría nada que hiciera que eso cambiara. Pero pasó. Me sentía como un total desconocido ahí.

— Tengo que irme— dije.
— ¿No vas a contestarme? ¿Vas a huir?
— No es eso. Sólo quiero ir a casa a pensar.
— ¿Volverás?— dijo mientras tomaba mi mano.
— Lo haré. Lo prometo.

Tomé mis cosas y salí corriendo. Tan rápido que no me di cuenta que estaba corriendo por las calles frías y solitarias.

Llegué y debí tirarme en la cama y quedarme dormido. No lo recuerdo.
A la mañana siguiente, me sentía tan mareado que el café no pudo ayudarme a recuperarme.
Fui a clases abrumado y sin ganas. Por lo mismo, fue como si se me hubiera metido un demonio, alguno de esos que pasan en las películas de terror y que causan horribles pesadillas a los niños.
Mi nivel de maldad era tanta que les apliqué un examen sorpresa a mis alumnos, cosa que juré nunca hacer en mi vida porque odié cuando me los hicieron a mí.

Lo apliqué incluso en el grupo de Ben.

— ¿Pero por qué?— preguntó Elissa, una de las amigas de Ben.
— Por que hay ciertas personas que hacen mi vida complicada— dije, con malicia—. Así que quiero que todos tengan una vida difícil también.
— ¡Es culpa de Ben!— dedujo ella— ¡Él es el holgazán del grupo! ¡Hay que matarlo!
— ¿Qué?— dijo Ben, despertando de su sueño.
— Primero entreguen su prueba— dije—. No se preocupen, sólo es el 80% de su calificación parcial.

Escuché la desaprobación general.

Ese fue un día oscuro para la nación. Mis alumnos reprobaron, casi todos. Ben no pero él no solía equivocarse casi en nada, en ese momento tuvo varios errores. Además anexó una hoja extra en donde me pedía que no me desquitara del mundo unas 10 veces y me reiteraba su amor otras cincuenta.

El rector me llamó a su oficina, preocupado, días después. Había recibido tantas quejas que estaba consternado. Sin embargo, entendía mis motivos aparentes. Los reales no debían saberse.

Recuerdo que yo tenía 10 años cuando descubrí que las personas solían llevarse sus problemas personales a su vida profesional. Lo supe porque mi padre era catedrático en una universidad de élite y mi madre era médico cirujano. En veces los acompañaba a sus trabajos y sabía que mamá solía tener errores cuando no estaba bien concentrada. Y que papá era conocido como “el que no debe ser nombrado" entre sus estudiantes. Aparentemente, se desquitaba con ellos de todos sus problemas.

Jamás pensé volverme como ellos. Pero así era. Debía solucionar eso.

Café por la mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora