|𝑳𝑨 𝑹𝑬𝑰𝑵𝑨| 01

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Mi esposa está dormida, su cabello largo cubre sus hombros desnudos

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Mi esposa está dormida, su cabello largo cubre sus hombros desnudos. Trago el nudo en mi garganta cuando se remueve un poco inquieta y detengo mis dedos, retrocediendo y empuñando mis manos. Quiero tocarla, sentir su piel tersa y delicada en las yemas de mis dedos, su aroma suave y dulce en mi nariz. Cierro los ojos negando en la oscuridad, recordando sus palabras de unas horas atrás. Mi mujer, quien debe ser destinada a mi cama, durmiendo sola y llena de coraje en mi contra. Ella me odia.

El único sentimiento que cualquier ser humano cabal debe sentir hacia mí. Es una diosa viviendo entre monstruos. Terminará contaminada, como todos, quizás pierda la vida, en el mejor de los casos de forma rápida o puede que su odio hacia mí la consuma. La presión en mi estómago, esa que me ha perseguido desde Italia, se acentúa más. Soy un maldito bastardo, lo sé. Vi sus ojos, la herida interna. ¿Qué podía hacer? ¿Fingir un sentimiento?  No la amo. No lo hago... ¿Por qué se siente extraño esa desazón en el cuerpo? Y hoy frente a la iglesia, diciendo mis votos... Fue real. Ella es mía, para cuidarla y adorarla cada puto día de mi existencia. Librarla de cualquier amenaza y conservar tanto como me sea posible su inocencia, pero la necesito dura, una mujer capaz de defenderse. «Ella lo es», me recuerdo.

Me amenazó, mi mujer se paró de frente y alzó su mentón amenazando una guerra entre dos facciones quienes nos hemos odiado a muerte, un legado de sangre y dolor por siglos. Debo hacer algo al respecto, no puedo dejar en ninguna circunstancia que mi esposa avance un solo paso, ella podría destruir mi esfuerzo en un parpadeo. «Joder».

Roth me advirtió esto, lo hizo una docena de veces, pero subestimé a la chica, creí que podría dominarla en mi puño y moldearla a mi antojo.  Qué equivocado estuve y qué estúpido fui, ella nunca sucumbirá bajo mi dominio, no nació para ser enjaulada. Y, mierda, lo supe desde el día del orfanato. Es una pantera por naturaleza, si consigo tenerla de mi lado podríamos ser la pareja más poderosa, pero la herí... Soy un cobarde, ¿qué podía decir? Aflojando el nudo de mi corbata retrocedo, me importa y eso es una sentencia a muerte.

Sin tocarla me alejo hasta la puerta principal de la suite presidencial, no podía llevarla al ático, no con mis planes futuros y sin ponerla en riesgo. Mi mano derecha está en la sala adjunta con un bolso, ha retirado su traje clásico de hombre elegante –su disfraz– por su ropa de matar, cuando viste vaqueros y chaqueta negra luce la viva imagen de Raze, quien a su vez está fuera de la habitación montando guardia.

Si algo sale mal esta noche, no solo dejaré a mi recién esposa viuda, sino que será el blanco principal de mis enemigos. Lucas Piazza, por ejemplo. Todos lo vieron, notaron mi debilidad por ella en la boda, cómo no perdía detalle de su silueta o la acercaba hacia mí cuando nuestros rivales fingían agradecimiento. Ella no puede importarme... Las personas que lo hacen mueren.

—¿Todo listo? —cuestiono.

—Sí —responde con esa maldita indecisión en todo lo concerniente a mi mujer—. ¿Estás seguro, Don? Si ella lo descubre...

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