|𝑳𝑨 𝑹𝑬𝑰𝑵𝑨| 06

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El diésel es una de mis torturas favoritas, quemar es una pequeña debilidad mía y ver a un traidor consumirse lentamente, me induce un sentimiento de satisfacción seguido de una erección que no tendrá un final feliz esta noche

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El diésel es una de mis torturas favoritas, quemar es una pequeña debilidad mía y ver a un traidor consumirse lentamente, me induce un sentimiento de satisfacción seguido de una erección que no tendrá un final feliz esta noche.

Hace meses hice un voto a mi esposa, el cual he mantenido en pie, incluso donde la línea se desdibujaba y visualizo la tentación latente. Cinco meses en los cuales voy cayendo en una red de humanidad, la dejo mover sus hilos, pero mantengo el otro extremo, por si en algún punto me obliga a tirar y hacerla retroceder.

Mentirle igualmente es difícil. Quiero resguardar ciertos niveles de inocencia, mi esposa nunca debe presenciar ningún acto de este nivel, eso causaría sin lugar a duda un trauma en ella. Es fuerte, pero no una asesina, ni tiene el alma podrida.

Quintero sonríe satisfecho, viendo a su rival Rodríguez reduciéndose a cenizas, su cuerpo continúa retorciéndose atado a la silla. Una mordaza cubriendo su boca y absorbiendo sus gritos.

—Eres un sociópata, Cavalli.

Roth a mi lado se tensa. Sí, según un puñado de psiquiatras quienes ya han muerto en su mayoría, me calificaron como sociópata, usualmente tengo un comportamiento antisocial y una conducta de riesgo, soy diletante del engaño y la manipulación, sufro de vez en cuando falta de autocontrol, impulsividad y Emilie da crédito a mi irritabilidad.

—Uno de tantos males. —Sonrío al decirlo. A ello se atribuye mi falta o carencia de interés en otro individuo. Términos como, amor, no se registran en mi cerebro. No creo en ello, no existe. Deseo carnal y la nube de la satisfacción las reconozco. Antes de Emilie vivía sumido en la satisfacción, ahora existe un matiz rojo atrayente. Su cuerpo junto al mío despierta mis sentidos, ninguna mujer logró algo semejante.

Según mi última terapeuta, también sufro de algolagnia, disfruto del dolor que causo en otros, un punto más donde mi dulce esposa es la excepción. Lastimarla a ella no trae ninguna satisfacción, por el contrario, solo una agonía incesante en mi interior

—Necesito un pase y putas, ¡debo celebrar! —exclama aplaudiendo. Quintero y Rodríguez permanecían en una guerra de territorio y mercancía. Ambos eran irrelevantes, hasta que Lucas Piazza decidió unirse al colombiano desviando mi cocaína.

Soy, se podría llamar... el vendedor universal, si no es conmigo, no tendrá dónde o cómo hacer sus negocios. Quintero no estaba en mi lista de hombres importantes, ahora lo es. Mientras me sirva y no venda un solo gramo a Piazza, puedo jugar a ser un mafioso más.

—Tenemos mucho de ambas —digo mientras ordeno a dos de mis hombres limpiar el desastre.

Nos marchamos de la fábrica abandonada directo a uno de los clubes de la famiglia. Drogas, alcohol, prostitutas, música alta. Lo que un hombre común llamaría su paraíso personal, eso es Belladona, bautizado así por el pequeño Nikov, quien es dueño de dos clubes más y en los cuales destaca sus nombres.

Quintero, un hombre casi llegando a los cuarentas, es bien atendido por las chicas, el tequila reposado y líneas de cocaína dorada convirtiéndose en sus favoritos. La idea de tintar nuestra mercancía fue de mi esposa, de igual manera nuestra nueva forma de transportar. Ella es buena conociendo los puntos estratégicos. Dale un mapa y la mujer se lo graba en una mirada, sí, ella no solo es hermosa, también constituye una amenaza si no encuentro la manera de dominarla.

—Estás más callado de lo habitual —murmuro a mi mano derecha, observando la fiesta de veinteañeros desde el VIP, las luces de colores no dejan distinguir mucho de uno a otro, la música es demasiado alta detrás del cristal polarizado.

—¿Estás seguro sobre Italia? ¿Realmente la quieres o es solo un capricho?

Mmm... Sabía que algo estaba incomodándolo desde hace unas semanas y preferiría no mantener esta conversación con más personas detrás de nosotros. Sin embargo, la hora ha llegado, algo que permanecía desde meses en mi cabeza.

—No eres un soldado, Roth.

—¿A dónde quieres llegar? —gruñe.

—¿Realmente crees que siempre estarás bajo mi puño? No naciste para ello —declaro sin mirarle, porque no puedo ver dolor en los ojos de alguien que siempre me ha importado. No quiero lastimar a nadie más—. Quiero Italia, así podrás quedarte con New York.

—No... ¿Qué pasa con lo de gobernar juntos?

—¿No quieres dejar de ser mi mano derecha y convertirte en tu propio jefe? Serías un Capo, gobernarías New York sobre todos.

—Nadie gobierna sobre ti, ambos lo sabemos. Incluso Vladimir baja su cabeza para ti.

—Tú eres diferente... Raze y tú siempre han sido diferentes. Tengo una debilidad con los Nikov, una que unos cuantos conocen y no puedo mantener más.

—¿Y Emilie?

—¿Qué con ella?

—¿Es diferente...?

A veces creo que sí, la veo y siento esta opresión forzosa dentro mío, luego, en otras ocasiones cuando sus ojos piden a gritos aquello nunca podré darle, la realidad gana terreno.

—Ella me odia y estoy en paz con ese sentimiento. Cuando se entere que nunca podré amarla, romperé cualquier parte que aún quede intacta en su interior.

—Hice un pacto de sangre, juré protegerte y ser tu mano derecha con cada onza de mi existencia. Si quisiera ser el jefe, ambos sabemos que estarías muerto. No es lo que quiero, anhelaba un futuro para Raze y eso ya lo tengo. Es un hombre ahora, tiene sus propios negocios... Ya no debo ocuparme de él, pero tú me sigues necesitando. Y estaré a tu lado, Don.

—Ser una sombra no está en ti, eres alguien a quien le gusta jugar, tener control de las personas en tu círculo...

—Eso es mierda —corta perdiendo su entereza—. Somos un equipo, no existe uno sin otro, nunca estaremos por separado y si necesito controlar algo, entonces que sean mis caballos. Volviendo al tema de Italia, si realmente la quieres, prepárate, Lucas devolverá este golpe.

—Estaremos preparados —reviro con una media sonrisa.

EL CAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora