|𝑳𝑨 𝑹𝑬𝑰𝑵𝑨| 15

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—Señora Cavalli, ¿cuánto tiempo más necesita para empezar a hablar? —cuestiona con una voz engañosamente dulce, Phils Rawson

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—Señora Cavalli, ¿cuánto tiempo más necesita para empezar a hablar? —cuestiona con una voz engañosamente dulce, Phils Rawson. Si supiera que he convivido con el señor maestro de la manipulación y el engaño por meses, no intentaría endulzar mi mente con ese tono de voz meloso y bajo.

—¿Dónde está mi esposo? —pregunto por décima vez, dejando caer mis manos esposadas en la mesa, observando la sangre espesa en mis manos, en mi vestido que esta mañana era de un puro y virginal blanco y ahora es solo un pedazo de tela inservible.

—Él no va a salvarte... Habla conmigo.

Trago saliva, sintiendo las lágrimas en mis mejillas.

—Puedo ayudarte —continúa y se atreve a sostener mis manos—. Déjame brindarte una salida, Emilie. Piensa en ti y si verdaderamente esto es lo que quieres en tu futuro. Lo que hablemos quedará entre nosotros, te lo garantizo. Confía en mí.

«Confía en mí.» ¿Cuántas veces no he escuchado esa palabra? ¿Cuántos no han fallado a esa oración en el pasado? Sí, he confiado y salido herida a cambio. La confianza no es un mérito, es una virtud. Debe ser cuidada y apreciada cada día, respetada y amada como un ser vivo y no solo palabras vacías. La confianza se gana, no se pide.

—Mi papá me pidió exactamente lo mismo, ¿sabes? Me sentó en sus piernas y me dijo "confía en mí, princesa. Es solo un juego. Te divertirás..." Todo lo que quería era pasar tiempo con él.

—¿Tu papá te abusó? —pregunta ahora con lástima.

—Oh, sí. Lo hizo, pero no sexualmente. El abuso viene en muchas formas, señor Rawson. No es solo penetración. Eres un hombre de la ley, no entiendes de lo que hablo. Estoy desvariando, supongo.

—¿Qué sucedió, Emilie?

—Ya se lo dije, detective. Estaba con mi esposo y al abandonar las oficinas vi a mi hermano discutiendo con la seguridad, me acerqué y lo siguiente ya lo sabe...

—¿De qué estaban discutiendo?

—No lo sé.

—¿Por qué piensas que discutían?

—Tampoco lo sé.

—No estás ayudando, Emilie. Te diré lo que va a suceder...

—No —corto pegando en la mesa—. ¡Yo te diré lo que sucederá! Vas a soltarme y dejarme ir en menos de cinco minutos. Eso harás, vas a decirles a tus amigos detrás del cristal que mi esposo no estará para nada contento sabiendo que me tienes atada de manos como a una delincuente.

Se inclina en la mesa, mirándome, evaluando qué tanto puede empujar mi límite. Los hombres, todos ellos me tienen cansada.

—Y si te digo que no hay nadie detrás del cristal, que solo somos nosotros dos, que puedo devolverte tu libertad, ¿me creerías?

EL CAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora