|𝐋𝐀 𝐎𝐑𝐃𝐄𝐍| 08

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Dominic

—No me digas que viniste tan lejos a solo verme dibujar —gruñe con desagrado en la voz, está recreando un retrato de la muerte abrazando a una mujer sin vida, desnuda y herida, tiene marcas de maltrato en todo su cuerpo. La imagen debería ser fea y tétrica, pero no puedo evitar encontrarla hermosa dentro de esa oscuridad.

Quiero decirle que no recuerdo cómo llegué aquí, que cuando mi vida se torna demasiado intensa y dolorosa, de alguna manera continúo volviendo a ella.

—¿Cuántos fueron esta vez? ¿Diez? —Ríe.

—Noventa y nueve —admito encontrando mi voz. Su risa se corta y me observa a detalle, escandalizada y asqueada de mí a la par.

—¿Tu esposa...?

No complementa la pregunta, pero sé a qué se refiere. ¿Mataste a tu esposa? ¿Alguien más lo hizo? ¿Se suicidó ella por la vida jodida a la cual la encadenaste? Esas son algunas de las preguntas que no hace, pero de las cuales quiere tener una respuesta.

—Kain la violó —respondo sin emoción, pero con aquella llama dentro de mi interior alzándose.

La misma que me llevó a alejarla de mí, enviarla al otro extremo, donde no debo mirarla a la cara y ver que le he fallado.

Tenía que cobrar al doble la sangre de mi reina que fue derramada. Primero los de la recepción, aquellos que me mantuvieron entretenido mientras mi esposa sufría en las garras de Kain. Ellos no eran inocentes, el resto tampoco, pero son un claro aviso de que todos pagarán.

Los Ivanov son mis perros, yo soy el puto rey. No existe otra manera.

Deja caer la bandeja de pintura y el pincel, el guardia de la puerta se mueve, quizás pensando que necesita sedarla y puedo ver el terror en Isabella debido a ese simple movimiento.

—El primero de muchos —escupe las palabras arrodillándose. Permanezco de pie, inmóvil, observando la lluvia golpear el cristal especial de su habitación. No existe nada con lo cual ella pueda romperlo y escapar de estas paredes, es su único vistazo al mundo que sigue corriendo delante de sus narices y del cual ya no es parte.

—No me gustan los números impares, madre —murmuro curvando mi labio hacia arriba. No me observa, pero siente la sombra de mi cuerpo casi sobre ella y se vuelve más pequeña—. ¿Desde cuándo lo viste?

—¿Crees que di un paseo por Rusia? —se burla sin levantar el rostro, sus manos están jugando con la pintura en el piso, su traje azul real manchándose de esta, porta sus joyas, le gusta creer que es una mujer de la realeza a quien visten cada día, incluso con súbditos alimentándola.

Saco de mi abrigo el listado de sus visitas, usualmente solo contienen mi nombre, pero en esta existe el nombre de un Ivanov. Cuando desdoblo la hoja y la dejo caer en el suelo, tiembla y solloza. Si no la conociera tendría un poco de empatía, pero sé quién es esta mujer. Ella no es mi madre, dejó de serlo hace años. Es la madre de Kain Ivanov y de una criatura a quien nunca he dado un rostro en mi cabeza.

—Prometió traer a mi детка —solloza retrocediendo.

—¿Qué le diste a cambio?

—¡Nada! —grita enloqueciendo—. ¡¿Crees que tengo algo qué dar?!

—Ambos sabemos que sí, que le darías la vida misma si con ello consiguieras mi muerte, madre, ¿no es así? Me odias, repudias tenerme respirando tu aire.

—¡Eres un monstruo, Cavalli!

—Kain es mucho peor, madre. He matado y torturado, gozado la muerte de mis enemigos, pero nunca he tocado a una mujer en contra de su voluntad o a los hijos de mis enemigos, ¿cómo puedes amarlo?

EL CAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora