|𝑳𝑨 𝑹𝑬𝑰𝑵𝑨| 10

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Quisiera decir que es una pesadilla, que no ha sucedido nada

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Quisiera decir que es una pesadilla, que no ha sucedido nada. Que no soy culpable de la muerte de inocentes, pero lo soy. Igualmente deseo estar molesta con Dominic, sin embargo la culpa es un vaso tan hondo que, cuando mi marido regresa, cortos minutos más tarde, y sin decir una palabra, libera mis manos y luego se sienta a mi lado, con su pelo desordenado y aura torturada...

Los sollozos me ahogan y anhelo ser envuelta en sus brazos, aquellos que han asesinado por mí para salvarme, esas manos que hace minutos golpeaban mis nalgas... ¿Cómo puedo amarlo? ¿Luego de todo? ¿Las mentiras, los engaños, humillaciones y la traición? ¿Cómo? Entonces mi marido hace lo impensable, me abraza, deja que llore en su pecho y sus palabras me condenan. Cada una de ellas instalándose en mi pecho mientras mi razón grita todo nuestro pasado.

Que él es culpable de quien soy ahora. Es mi dueño, él nos guio por este camino turbio. Se adueñó de mí y no me permitió tener otra elección, aun así, mi corazón ilusionado palpita. Esa chica romántica amante de los libros, quiere ser amada cueste lo que cueste, pero no lucharé por un amor si este no me encuentra a mitad del camino.

El nudo quemándome a fuego lento. Está aquí, a mi lado, sentado en el piso mirando un cielo estrellado, como si fuera un hombre común y corriente, como si no hubiera asesinado hace nada a un hombre volándole la cabeza o incendiado un club lleno de personas, ¿y por qué eso no me molesta? Estoy tan condenadamente jodida como él. Ambos somos caos y tormenta. Sin pensarlo más todo lo que quiero es sentirlo, tenerlo dentro de mí. De la única manera en la cual conectamos, donde se me permite dominar esta relación tóxica y disfuncional.

Ambos necesitamos esa pequeña conexión, pero un ruido mecánico y ensordecedor estalla desde alguna parte. Dominic se tensa completamente, empujando mi cuerpo y tirándome su camisa cuando alcanzo a mirar el desfile de motos.

—Quédate aquí —demanda, como si eso fuera posible. Camina hacia Raze, quien deja caer su moto, lleno de una furia descomunal.

Raze es quien lanza el primer golpe, uno que Don esquiva, en el segundo detiene el puño violento del menor de los Nikov, girándolo hasta llevarlo contra el deportivo. Las venas de sus brazos se marcan y sus músculos se contorsionan. Nunca le había visto de esta manera, antes hemos entrenado juntos, cuando me enseñó un poco de defensa personal, pero esto entre ellos no es un juego o entrenamiento, incluso puedo ver a mi marido contenerse. Uno de los chicos saca un arma y apunta a Dominic, mientras los otros no hacen nada, reconozco a uno de ellos. Byron Miller. Mi esposo retiene a Raze con la fuerza de su cuerpo, ayudándose de una sola mano y con la derecha libre, desenfunda la Glock de su espalda.

—¡Don, no! —grito. El terror estremece cada parte de mí. Siento el miedo rasgando. «No puedo perderlo». Un simple pensamiento lleno de veracidad. Raze se empuja hacia atrás, moviéndose fuera del agarre de Dominic, este último tira el arma al piso mientras le siguen apuntado, pero ahora su único objetivo es Nikov, quien gruñe volviendo a atacarle. Don le golpea en un costado y luego un puño a la cara. Raze mueve la cabeza, desorientado, la sorpresa brillando en todo su rostro y lo pierde. Veo el segundo exacto donde toma esa determinación asesina que poseen todos ellos. Grito queriendo interponerme en medio de ambos, cuando unos brazos rodean mi caja torácica y estruja uno de mis pechos. El tacto es desagradable.

EL CAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora