Prefacio

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Sentí los rayos del sol en el rostro, me di vuelta para intentar seguir durmiendo y busqué a mi acompañante. Estiré uno de mis brazos y sentí su espacio vacío, aún estaba tibio no hace mucho se había levantado. No pude evitar sonreír, de seguro lo habían levantado. Una pequeña risita escapó de mis labios. Él odiada despertarse temprano, tanto como yo pero ahora no podíamos evitar despertarnos. Me estiré en la cama, sentí alguno de mis músculos tensos y otros un tanto adoloridos, no me quejaba. Luego de unos minutos de contemplar a la nada, me puse de pie y busqué en el suelo algo que ponerme y lo primero que encontré fue su camisa que no dudé en ponérmela, la abotoné y me puse en marcha a buscarlo.

Caminé unos segundos y me detuve un par de veces contemplando los diversos cuadros que adornaban el pasillo, muchos recuerdos y memorias junto con él y mis adorables amigos. Mi mente divagó unos minutos evocando aquellos maravillosos momentos, las cuales intentaba repetir de vez en cuando con mis seres queridos. Jamás se debe dejar que el tiempo pase sin hacer nada con él. Nadie tiene la vida comprada y yo más que nadie puedo dar fe de ello.

Mis pies se pusieron otra vez en marcha y mientras caminaba a mis oídos llegó el pequeño murmullo de una voz y un pequeño tarareo. Mi corazón hizo una loca marcha al reconocer su melodiosa voz. Aquel tono que hacía que mi piel se erizara y que una corriente recorriera mi cuerpo. Era inevitable no suspirar. Mi pasatiempo favorito era observarlo entonar sus canciones, aquel tono de voz que a veces usaba me recordaba una de las razones por las cuales me enamoré de él. Para mí, y creo que para muchas, su tono de voz era único y catalogado según desde mi perspectiva sensual y al mismo tiempo cálido.

Llegué hasta donde escuchada su arrullo y no pude evitar cerrar los ojos unos instantes y dejar que aquel tono me relajara a tal punto que empecé a sentir algo de sueño. No pude evitar dejarme llevar por aquella melodía. Permanecí unos instantes en esa posición y de repente mi piel se erizó y sentí como un calor me recorría hasta posarse en mis mejillas y orejas, odiaba que aún tuviera ese efecto en mí. Abrí lentamente mis ojos y entendía la razón de la reacción de mi cuerpo. Él tenía su penetrante mirada en mí. Sus ojos de aquel color que adoraba, me observaban y me transmitían mil emociones pero había una que hacía que mi corazón latiera desbocado, me amaba y yo a él.

No pude evitar sonreírle y él al instante me devolvió la sonrisa, aquella sonrisa que me enloquecía y enterneciera al mismo tiempo. Este hombre podía pasar de ser la persona más tierna, dulce e inocente del mundo al más pervertido y sensual en cuestión de segundos. Esa era otra de las razones de mi amor por él. Su mirada se desvió unos instantes a la razón por la cual ambos nos turnábamos para despertarnos temprano.

—Volvió a dormirse—ambos sonreímos. Había sacado lo dormilona de ambos.

—Debes dejarla en su cuna—él negó con su cabeza. Lo conocía y sabía que no iba a separarse de ella.

—Oppa—le dije dulcemente y él sólo sonrió.

—No me vas a convencer—suspiré resignada. El amor que él sentía por nuestra hija se podía ver a kilómetros de distancia.

Nuestra hija. A veces sonaba algo tan lejano delo que alguna vez imaginé en mi futuro. Nunca pensé que terminaría de esta manera, era casi un sueño hecho realidad. Sonreí. Él era el sueño de muchas pero al final del día era yo quien había ganado el corazón de este hermoso hombre y todo empezó con un meneo de caderas.

Movimiento de caderasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora