Capitulo 33

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-Te quiero en media hora en la cafetería que te dije. Sería de mala educación darle plantón a tu familia.-Dijo Emilio, por teléfono.- ¿Me has oído?

-Sí.

-Nos vemos ahora.-Colgó él primero.

Suspiré, tras analizar lo que significaba aquella llamada. Un cambio de planes. Aquella misma noche durmiendo en otra cama, rodeada de gente que me desagradaba, lejos de mi soledad y tranquilidad. Adiós a mi único rincón.

Me senté en la cama, observando el teléfono. Deseando que volviese a sonar y cancelaran todo. Las ganas de abandonar aquel trocito de mis recuerdos eran nulas. Observé mis manos temblorosas. ¿Cómo prodría entrar en la cafeteria y simular que no pasaba nada, asintiendo a todo con una asquerosa sonrisa falsa en mis labios? Era imposible hacer lo que mi maldito tutor legal me habia pedido. Por mi mente se cruzaban ideas confusas... No ir... Ir y gritarle que no queria hacer todo aquello.. Escaparme.. Tantas opciones y ninguna podría llevarla a cabo, porque simplemente me faltaban lugares a los que ir. 

¿Dónde va una chica de diecisiete años, antipática y odiosa?

Salí de la cama, resignada, arrastrando los pies por la moqueta blanca. La ropa colgaba de una percha en la puerta del armario, el resto ya estaba empaquetado listo para la gran mudanza. 

Comenzé a vestirme perezosamente, enfundándome en una sudadera negra y unos vaqueros de igual color. En el mas absoluto silencio de la habitacion podía oir el roce de la tela, algunos coches precipitarse por las calles y alguna que otra voz demasiado alta. Sin duda, aquello era familiar para mi, casi tanto como respirar. No me imaginaba vivir en otro lugar, con gente. Sobretodo con Emilio, y una mujer que no fuera mi madre. ¿Que pensaria ella de todo aquello? 

Nada. Porque simplemente si ella siguiera viva, Emilio seguiriía jugando a mamás y papás con nosotras. Como siempre habia sido. 

Cogí las zapatillas y los calcetines en las manos, negándome a calzarme aún, y fui a la cocina dispuesta a tragar cualquier cosa decente. Anoche me había acabado la sopa de Samuel. Realmente se notaba la influencia de la cocina de Hana y aquello era reconfortante. De cierta forma era la última comida que me recordaria a ella.

Opté por un zumo de piña solitario y medio paquete de galletas resesas. Ingerí aquella pasta sin molestarme en saborearlo. Mi ánimo era prácticamente nulo, y mis ganas de ver a mis nuevos compañeros de casa eran tan grandes como mi anterior mencionado ánimo.

Tras comer, me calzé y salí de mi rincón, para introducirme en el matutino desorden de la ciudad. Subí en el autobús dirección al centro. Al pagar mi billete, me hice pasar por muda, desde la llamada de Emilio, me sentía incapaz de articular palabra.

No tardé en llegar al lugar indicado por mi progenitor, y me detube en la puerta al observar a aquella persona. En algún momento habia dejado de parpadear, respirar e incluso existir. Lo unico que funcionaban en aquel momento eran mis ojos. Lo único necesario para ver a aquella mujer sentada junto a Emilio.

Aquella mujer era igual a mi madre. Dolorosamente idéntica. Sin duda. Emilio estaba enfermo.

Quiero un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora