27. Congelados

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-No tienes como-

-Hola suegra, ¿está Lucas aquí? Fui a su apartamento y no estaba.-oí su aguda y desalmada voz.

-¿No tengo como saber?-inquirí, con la respiración acelerada y con los ojos como platos.-No quiero perder mi empleo, Lucas... ni un ojo, tampoco quiero perder un ojo por causa de algún tacón volador.-murmuré, quitándole el plato de las manos y dejándolo sobre el mesón, tomándole la muñeca y arrastrándolo.

-¿Que hac-

-¡Shh, tu guarda silencio! Además, suena muy molesta, no quiero estar frente a ella si esta molesta y yo estaba con su prometido.

-Me estás tratando como si fuese una cosa.-gruñó, tratando de zafarse de mi agarre. Nadie se zafa de mi cuando tengo miedo, pequeño Lucas.

-Aquí.-murmuré, entrando en una habitación y cerrando la puerta.

-Ay no, Emilia, que hiciste...

-¿Qué?-tanteé hasta que di con la luz.-Maldición.

Estábamos dentro del armario de las verduras, frutas y los congelados, una enorme habitación como igual al congelador de Ratatouille, llena de lechugas, tomates, sandías y un enorme refrigerador lleno de carnes, mariscos y comida congelada.

-Debemos salir de a...-comencé a forcejear con la manilla de la puerta. Nada. La enorme puerta de fierro no cedía ni un solo poco.-No se abre.

-¿Nunca has visto televisión?-preguntó, ya sentado con los brazos cruzados sobre su pecho, abrazándose a si mismo.-Los refrigeradores se abren desde afuera.-Maldita sea. Continué forcejeando con la puerta un rato.-Emilia, ya déjalo, no tiene sentido.-me lancé de culo al suelo frente a él, apoyando la espalda en una de las brillantes repisas de hierro con ruedas que contenía verduras.-Bueno, viendo que en definitiva nos encerraste acá, Clumsy.-rodé los ojos ante este olvidado apodo.-deberíamos aprovechar el tiempo.

-¿En qué?-pregunté, frunciendo el ceño cuando comenzó a acercarse amenazadoramente hacia mí, mordiendo su labio. Estalló en una carcajada ante mi expresión confundida.

-Adorablemente inocente.-rodé los ojos.-conociéndonos. Llevas mucho tiempo trabajando para mí y no sé nada aparte de tu nombre, que tienes veinticinco años y que tu padre es Mark Darcy.-rodé los ojos.-vamos, ¿Qué tal si nos preguntamos un par de cosas?

Sentí la ampolleta prenderse sobre mi cabeza.-¿Puedo partir yo?-asintió.-hay algo...que quiero preguntarte hace un par de semanas...-asintió, incitándome a continuar.-esa vez que Phoebe nos llamó alterada por lo del ensayo...-frunció el ceño. Sabe perfectamente de qué estoy hablando.-¿por qué reaccionaste de esa manera?-Emilia, hay cosas que-

-No, por favor.-lo miré, seria como nunca en todo el tiempo que lo conozco.-dijiste una vez que somos amigos, ¿no?-asintió.-los amigos se conocen. Y yo quiero conocer eso.

Suspiró y asintió, fijando la vista en una lechuga.-Cuando era niño, yo era como Phoebe. Ya sabes, muy directo, decía siempre la verdad, aunque la mayoría de las veces no fuese agradable. Y una vez me tocó toparme con alguien que en definitiva no le agradó la verdad, y, bueno...-se inclinó hacia mí, tomó la lechuga en mi espalda y comenzó a rodarla en sus manos.-sé que una mala experiencia te puede destruir.-Pestañeé rapidamente, asimilando.-esta chica, porque, sí, era una chica, comenzó a molestarme y a hacer que los demás me molestasen.-alcé las cejas, sorprendida.-Ay, Emily Darcy, eres casi transparente.-fruncí el ceño.-sé que estás pensando que debo haber sido el tipico chico popular, pero en realidad no lo era. A los quince años era un gordo adicto a la química, la biología y los derechos humanos.

El Diario de Emily DarcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora