Capítulo 34

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Desde que se acomodó para sentarse sobre el suelo, sus manos están sobre sus piernas, jugando nerviosamente. Al verlo allí, sólo quiero agarrar sus manos para calmarlo y escuchar su historia más tranquilos.Mantiene el silencio, y sólo juega con el colgante de llave. Lo esconde detrás de su camiseta y lo vuelve a sacar. Me siento en una posición incómoda, estando al borde de mi cama y él debajo en el suelo. Decido sentarme junto a él, sobre el suelo ligeramente tibio. Las líneas de rayos de sol aún entran por la ventana, rozando sin ningún tipo de sensación mi rodilla. Su mirada se levanta y la busco con mis ojos, pero él se mantiene a observar la lámpara junto a mi cama. Aclara su garganta y yo respiro con profundidad, preparándome para su historia. Sea lo que sea que escuche, no tengo que intentar hacer algo al respecto. No debo intentar cambiarlo. Si lo hago, terminaré metiéndome en aún más problemas. Ambos lo sabemos. 

"Nací en Harrow, y si te soy sincero, extraño mucho mi hogar" Comienza, con su mirada perdida aún en la lámpara. Una débil sonrisa llena de lejanía se forma en cuanto recuerda su casa "Vivíamos en una pequeña casa con una puerta blanca que había pintado mi abuelo. Recuerdo que me agradaban los fines de semana, porque podía estar con mamá y papá al mismo tiempo, el resto de la semana tenía a uno durante la mañana y al otro durante la tarde. Cuando cumplí cinco hice un escándalo, porque había nieve por todas partes y nadie vino a mi cumpleaños. Pero papá, como siempre, tenía todo calculado. Hicimos una tienda con sábanas y puso un VHS del Señor de los Anillos. Lloré al ver a los orcos, pero vimos la misma película hasta que arruiné la cinta. 

Para la primavera, mi abuela trajo flores para que le ayudara a plantar. Esa fue la primera vez que vi un miércoles por la tarde a mi papá en casa. Lo veía en el comedor por la ventana del jardín, ella lucía molesta pero él no decía nada. Creo que no saqué su serenidad, sino más bien el enojo de ella. Papá no fue a trabajar en toda la semana, y aunque le preguntaba una y otra vez, me decía que no sucedía nada. Un día vino alguien que no conocía, y se llevó una caja llena de cosas de la casa. Lo único que quedó sobre el estante, era un cuadro con pasta que había hecho en el jardín, que enmarcaba una foto de los tres. Todos los días mi papá y yo veíamos una nueva película, pero siempre terminaba durmiéndose y yo tenía que despertarlo.

Recuerdo la voz de mi mamá haciendo eco en el pasillo, gritándole a Papá, pero él simplemente la ignoraba. Luego le preguntaba si se había portado mal, pero el negaba con su cabeza y me guiñaba el ojo. Un día, cuando mamá estaba en el centro de comprar, papá me llamó desde su habitación. En el momento no lo noté, pero ahora que lo pienso, nunca había visto los huesos de su rostro tan marcados. Me entregó un billete y con voz ronca me pidió que le comprara una cajetilla de cigarrillos en el negocio de la esquina, me dijo que eso le haría sentir mejor. En cuanto comenzó a toser, salí corriendo para buscar su medicina. A lo lejos, vi a mamá llegar con unas bolsas, entonces decidí ir por otra parte para que no me encontrara. Compré sus cigarros y corrí a casa lo más rápido que podía, mis zapatos se me caían porque eran de mi primo Nigel y me quedaban grandes. Llegué a casa agitado y caminé rápido hasta la habitación de mis papás, escondiendo la cajetilla para que mamá no la descubriera. Cuando llegué, estaba dormido. Esa fue la única vez que no pude despertarlo" 

Para cuando terminó de hablar, noté que no estaba respirando y no tardé en inhalar una gran bocanada de aire. Su mirada seguía fija en la lámpara junto a mi mesa. Su voz no tembló en ningún momento. Su hombros están tensos al igual que su actitud. Por primera vez puedo comprender más el porqué de su aparente corazón de piedra. Mi garganta arde al imaginar a un pequeño Beck, con grandes ojos verdes, frente a su papá sin vida. Ahora comprendo quién lo abandonó. No puedo ni imaginarme lo que debe haber sufrido. Extiendo mi mano para agarrar la suya, pero él no se mueve. Mis dedos se apoyan sobre su piel fría, y allí se quedan, sin recibir respuesta alguna. Mantengo el silencio, sin saber si seguirá contándome o no. 

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