Capítulo 48

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Podría correr tras Beck y pedirle una explicación por su extraña y repentina actitud malhumorada, sin embargo decido caminar derecho hasta la tienda de libros. Por supuesto, Beck sigue repiqueteando en mi cabeza, pero poco a poco su rostro se difumina de mi mente. Nunca pude descifrar con exactitud el olor de aquella tienda, pero no me agrada. Creo que es porque no huele a libros, sino a una tienda más. Me agradan las tiendas que venden libros antiguos, la idea de que alguien más haya leído aquellas páginas, por algún motivo me fascina. Mi parte favorita, es encontrar antiguas dedicatorias, con distintos tipos de letras y tintas. Cada libro es un mundo. Asiento con mi cabeza cuando la chica de la caja registradora me saluda. Camino hasta la mesa de libros nuevos, pero nada parece interesarme. Todas las portadas muestran un rostro distinto. Hoy en día, todo el mundo saca un libro. Hay una moda que cada vez arrasa más que no termino de comprender. Para ser honesta, nunca comprendí las modas. Encuentro un libro de tapa naranja que Amber me recomendó hace un tiempo, y comienzo a leer la primer página. 

"Zoe" Una voz me distrae. Levanto mi mirada y me encuentro con Beck. Carga una bolsa marrón en su mano. Lo miro a los ojos, y al notar una expresión calmada, recuerdo que hace sólo unos minutos se molestó sin motivo alguno. Observo mi alrededor, había olvidado que estaba en la tienda de libros "¿Comprarás eso?" 

"Eso creo" Respondo, insegura de cómo es su estado de ánimo. No pasa ni un segundo de mi respuesta, cuando lo toma de mis manos y camina hasta la caja registradora "¿Qué haces?" 

"Comprándote el libro" Quita su billetera del bolsillo y le entrega una tarjeta de crédito a la cajera, quien luce muy confundida por mi expresión "Creí que lo querías" 

"No" Digo sin pensar y la chica del mostrador se detiene "No, quiero decir que si lo quiero...pero puedo comprarlo yo" 

"Déjame a mí" La tarjeta hace un pequeño ruido al deslizarse por la máquina "Además, he sido un idiota contigo hace un rato" 

Oh. Detengo mi mano que incómodamente estaba en el aire, insegura de si arrebatar el libro, la tarjeta o a Beck. Decido aceptar su regalo, por más incómoda que me ponga por la forma en la que la chica de la caja intenta no sonreír ante nuestra escena. Me lo merezco, porque fue un poco un idiota y además... ¿Por qué no? Nunca debería haber excusas a la hora de comprar un libro. En menos de un minuto, estamos saliendo de la tienda, yo con una bolsa con un libro y Beck con una bolsa con un sweater dentro. 

"¿A dónde vamos ahora?" Pregunto mientras caminamos por los pasillos del centro comercial. Hay un gran ventanal que me permite ver las nubes grises cubriendo el cielo. Estoy más que preparada para que llegue el otoño. Necesito que llegue el frío, aunque se que una vez que se instale, comenzaré a añorar el calor. 

"Te prometí algo para tomar, pero no me agradan las cafeterías porque hay gente y no me agrada la gente" Dice con una mirada seria, pero en cuanto frunzo mi ceño, horrorizada por su palabras, sonríe "Vamos a mi casa" 

Apoya su mano en mi espalda, obligándome a caminar hasta la entrada. No me quejo, la realidad es que me agrada la idea de ir a su casa. Me gusta el olor a té que envuelve el pequeño espacio. Me encanta llegar y quitarme el abrigo, porque se que Beck lo colgara sobre el suyo y luego mi ropa huele a su perfume. No hay ruido, no hay gente que nos moleste, sólo somos nosotros. 

Conducimos por las calles usualmente desérticas, hasta llegar a la casa de rejas negras. Aquel pasillo largo comienza a hacerse cada vez más propio de mis pies. La puerta se cierra sola detrás nuestro con un gran estruendo. Puedo escuchar el viento silbar afuera. Menos mal que estoy en casa de Beck y no afuera. Respiro con fuerza, embriagándome en la fragancia que me rodea una vez más. Me arrojo en el sillón, impaciente por continuar leyendo mi nuevo libro. Enfocada completamente en mi lectura, siento los dedos de Beck desatar los cordones de mis zapatillas. Me quita el calzado y lo acomoda en el suelo, junto a mí. No se quedará tranquilo si no estoy descalza en su sillón. Me pregunto a qué se debe aquella obsesión. Tal vez su mamá sea así de limpia. 

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