Linaje/ Historia Corta

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Taliyah casi había olvidado cuanto extrañaba el sofocante calor de Shurima. El sudor y la fuerza de cientos de personas empujando, maldiciendo, regateando y hablando con tanta pasión y rapidez que los forasteros solían pensar que estaban peleando.

En todos sus viajes, nunca encontró un lugar con el alboroto y la energía de su país natal. Jonia era un lugar maravilloso, y los paisajes congelados del Fréljord eran impresionantes, a su modo, pero el sol abrasador de Shurima derritió cualquier recuerdo de aquellos lugares mientras caminaba sobre el muelle de piedra de Bel'zhun.

Sintió cómo su conexión con los cimientos de esta tierra inundaban su espíritu, como si bebiera uno de los tés con especias de Babajan. Sonreía de oreja a oreja mientras subía los peldaños desde el puerto, y ni siquiera pasar bajo la piedra negra de un Noxtoraa pudo disminuir su entusiasmo.

Taliyah no pasó mucho tiempo en Bel'zhun. Los barcos de guerra noxianos anclados en el muelle la ponían demasiado nerviosa, y le traían malos recuerdos. Se quedó suficiente tiempo para comprar suministros y escuchar los últimos rumores del mercado, traídos desde las profundidades del desierto por las caravanas de comerciantes. La mayoría de ellos eran contradictorios y fantásticos; visiones de guerreros de arena, tormentas de truenos bajo cielos despejados y ríos que fluían en lugares por los que no había corrido agua desde tiempos inmemoriales.

Para acompañarse de rostros amigables, abandonó Bel'zhun junto con una caravana de mercaderes de seda Nerimazeth altamente armados que se dirigía hacia el sur, a Kenethet. Soportó el movimiento de la caravana lo suficiente para llegar a los zocos de huesos de la famosa ciudad de la frontera norte de Sai, donde se fue por su cuenta. La maestra de la caravana, una mujer llamada Shamara, delgada como un látigo y con ojos del color del azabache pulido, le aconsejó no viajar más al sur, pero Taliyah le dijo que su familia la necesitaba, y no hubo más advertencias.

Desde Kenethet, siguió avanzando hacia el sur, siguiendo el retorcido camino del gran río que la gente había vuelto a llamar la Madre de la Vida, cuyo origen, según los rumores, estaba en la capital del antiguo imperio shurimano. Al viajar sola podía moverse mucho más rápido, usando la piedra como transporte, montando su cresta, dándole la forma de olas que la llevaban al sur hacia Vekaura, una ciudad que supuestamente estaba a medio enterrar en la arena que sale de Sai.

Shamara le dijo que no era nada importante, poco más que un campamento tribal construido en las ruinas de una ciudad abandonada, un lugar de encuentro para viajeros cansados y nómadas vagabundos. Pero incluso a una legua de distancia, Taliyah pudo ver que le habían mentido; Vekaura había renacido.

Si tan solo no hubiera encontrado a aquella mujer moribunda...


II.


El zoco de la ciudad estaba lleno de color y ruido. Un aire penetrante atravesaba las calles, sus arcos y toldos en una oleada, acarreando el sonido de regateos furiosos y el aroma de especies picantes y carne asada. Taliyah atravesó la multitud, ignorando a los mercaderes, sus extravagantes promesas y sus peticiones por sus hijos hambrientos. Una mano agarró sus ropas, tratando de llevarla a un puesto cubierto de repisas llenas de animales del desierto asados, pero logró escapar.

Cientos de personas repletaban la amplia calle que llevaba hacia los muros rotos de la ciudad. Un humo aromático flotaba como niebla desde las pipas burbujeantes de ancianos sentados en sus puertas, como sabios arrugados. Vio las marcas tribales de Barbae, Zagayah y Yesheje, aunque había muchas más que no conocía. Vio a gente de tribus que eran enemigos jurados cuando se fue de Shurima, pero que ahora caminaban juntos como hermanos de armas.

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