La lanza de Targón/ Historia corta

25 0 0
                                    


Una figura solitaria esperaba a la caravana armada, una silueta frente al sol. Su pesada capa y la larga pluma que coronaba su yelmo danzaban al caluroso viento seco del desierto. Tenía una larga lanza apoyada en el costado.

La comitiva estaba formada por treinta fornidos. La mayoría eran mercenarios contratados, hombres y mujeres de aspecto tosco y belicoso ataviados con cotas de malla, cuero y cadenas que portaban ballestas, alabardas y espadas. Avanzaban por el polvoriento sendero junto a sus mulas cargadas, hasta que interrumpieron su marcha, y los insultos y bromas vulgares desaparecieron de sus labios al ver al guerrero parado inmóvil frente a ellos. El líder de la expedición, vestido de negro, frunció el ceño mientras detenía su corcel azabache.

La figura parada sobre la estructura de rocas no tenía intención de hacerse a un lado.

—Vienen con la muerte en sus corazones —dijo.

Su voz era tan dura como el hierro y tenía un extraño acento.

—Soy de la Montaña. No darán uno solo paso más.

Los mercenarios sonrieron de forma burlona.

—Vete al infierno, demente —gritó uno de ellos— o encajaremos tu cabeza en una pica para indicar que por aquí pasamos.

—Estás muy lejos de casa, amigo —dijo el líder de la caravana—; viajamos hacia la montaña por nuestra cuenta. No hay necesidad de derramar gota de sangre alguna.

El guerrero solitario parecía indiferente.

—Somos simples peregrinos, y aún nos queda un largo trecho por recorrer —dijo el líder.— Y, además, no podemos regresar. Nuestros barcos ya zarparon, ¿lo ves? —dijo, señalando hacia sus espaldas.

Detrás de la comitiva, a menos de un kilómetro de distancia, el mar brillaba como escamas de dragón a la luz de una vela. Podía verse a lo lejos un trío de galeones con las velas desplegadas en dirección hacia el norte, un largo camino a casa.

—Venimos en son de paz, te lo aseguro —prosiguió el líder—. Solo buscamos sabiduría.

—Hablas con lengua de serpiente —dijo el guerrero solitario—. Vienes en busca de la sangre de los profetas. Aléjate, o serás aniquilado.

El jinete frunció aún más el ceño, y dio media vuelta con un gesto de desdén.

—Que así sea, entonces —dijo—. ¡Mátalo!

En un instante, los hombres tomaron sus ballestas y cientos de flechas surcaron el aire. Sin embargo, el guerrero solitario seguía en su misma posición; las flechas sonaban al rebotar en su pesado escudo circular. Entonces, comenzó a avanzar.

No parecía tener prisa. Avanzó a zancadas con determinación sombría, aún una silueta contra el sol, bajando la punta de su lanza en dirección hacia sus enemigos. Otra ráfaga de flechas oscureció el cielo. Y una vez más eran bloqueadas por su escudo.

Gruñendo, una de los mercenarios se abalanzó hacia él con una cimitarra dentada apuntando hacia su garganta. Murió en un abrir y cerrar de ojos, con la lanza del guerrero enterrada en el pecho. Los dos siguientes murieron tan pronto como la lanza del guerrero dibujó una línea carmesí a lo largo de la garganta de uno y el borde de su escudo aplastó el cráneo de otro.

—Atrápenlo —rugió el líder de la expedición, desenfundando una fina pistola de diseño especial de su cinturón.

Una nube pasó frente al sol, permitiendo ver al guerrero con más claridad. Estaba ataviado con una armadura de diseño arcaico, aunque sus brazos y piernas estaban desnudos y con los músculos tensos. Su capa era de un rojo carmesí, aunque en la penumbra parecía como si las estrellas brillaran en la tela resplandeciente. La luz estelar también relucía en su implacable mirada, ensombrecida por las aberturas del visor de su yelmo.

El guerrero solitario se movía como si fuera líquido, y cada uno de sus movimientos era fluido, eficaz y letal. Era demasiado rápido, más de lo que cualquier hombre podría llegar a ser. Más mercenarios cayeron, con su sangre inundando el seco suelo del desierto. Nadie era capaz de asestar un golpe al letal luchador. Avanzó sin esfuerzo alguno entre los mercenarios, acercándose irremediablemente al jinete. Uno por uno los mercenarios fueron aniquilados. En instantes, quienes aún quedaban en pie, dieron la vuelta y huyeron para alejarse de este enemigo imparable.

El jinete apuntó con su pistola al guerrero solitario y disparó. De manera casi imposible, esquivó el impacto en el último momento, y el tiro solo logró raspar un lado de su yelmo. El líder maldijo y apuntó con su pistola para dar el segundo tiro... pero fue demasiado lento.

El escudo del guerrero lo impactó justo en el pecho, y salió volando del caballo. Cayó con fuerza, haciendo una mueca mientras el guerrero se acercaba y lo apretaba contra el suelo.

—¿Quién eres? —susurró con dificultad.

—Soy tu muerte —dijo el guerrero solitario—. Soy Pantheon.

El líder de la caravana movió la cabeza a un lado, notando que su pistola estaba tirada en el suelo muy cerca. Intentó alcanzarla, pero fue un acto inútil de desesperación.

—Regocíjate, mortal —dijo Pantheon—. Es un gran honor morir por la Lanza de Targón.

El desdichado intentó hablar, pero sus palabras fueron interrumpidas cuando Pantheon clavó su lanza en su pecho. De la boca del moribundo emergieron burbujas de sangre, hasta que dejó de moverse.

Pantheon sacudió su lanza y la apartó hacia un lado. El atardecer había dado paso al anochecer, y numerosas estrellas iluminaban el cielo nocturno.

Un cometa de fuego cruzó el cielo hacia las montañas distantes, a cientos de millas al este.

Pantheon entrecerró los ojos.

—Llegó el momento —dijo hacia la oscuridad, y comenzó su largo viaje de regreso hacia el Monte Targón.

Universo lol / League Of LegendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora