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Rengar El orgullo acechante/ Campeones

''Caza a los débiles y tal vez sobrevivas. Caza a los fuertes y vivirás de verdad''.

~ Rengar

Rengar es un feroz vastaya cazador de trofeos que vive para sentir la emoción de rastrear y asesinar a criaturas peligrosas. Recorre el mundo en busca de las bestias más salvajes que puede encontrar y en particular persigue cualquier rastro de Kha'Zix, la criatura del vacío que le arrancó el ojo. Rengar no acecha a su presa ni para alimentarse ni por la gloria, sino por la auténtica belleza de la persecución.

Proviene de una tribu vastaya del este de Shurima conocida como los kiilash, cuya sociedad veneraba el honor y la gloria de la cacería. Rengar es el más pequeño de la camada del jefe de la tribu: un kiilash llamado Ponjaf. Ponjaf creía que el diminuto tamaño de Rengar lo haría un cazador inútil. Ignoró a su hijo y supuso que el pequeño moriría de hambre.

El cachorro Rengar huyó del grupo, avergonzado por haber decepcionado a su padre. Se alimentó con larvas y plantas durante semanas, hasta que un día, estuvo cerca de morir a manos de un legendario cazador humano llamado Markon. Al ver el estado en que se encontraba Rengar, sintió lástima por la criatura y lo dejó vivir. Además, no era ningún poderoso guerrero vastaya digno de la hoja de Markon.

Rengar pasó meses siguiéndolo, alimentándose de los cadáveres que el cazador dejaba. Aún tenía la esperanza de volver a unirse a su tribu, así que observaba con atención cuando Markon derribaba a sus presas.

Después de un tiempo, Markon se hartó del patético kiilash que lo seguía. Puso un cuchillo en la garganta de Rengar y le informó que la única manera de convertirse en un cazador era cazando. Le lanzó a Rengar el cuchillo y lo arrojó por un barranco, donde el joven vastaya se vio obligado a realizar su primer asesinato para sobrevivir.

Desde entonces, Rengar pasó años entrenando hasta llegar al límite. Recorrió Shurima en búsqueda de la presa más poderosa y peligrosa que pudiera encontrar. Aunque nunca sería tan grande como los otros kiilash, Rengar estaba determinado a ser el doble de feroz. Con el tiempo, en lugar de regresar a su campamento con nuevas cicatrices, empezó a regresar con trofeos. Pulió un cráneo de halcón de arena hasta sacarle brillo; entrelazó los dientes de un aullador en su pelo.

Poco después, decidió que había llegado la hora y Rengar regresó a su tribu, preparado para ser aceptado como un auténtico cazador.

Ponjaf se burló de Rengar y sus trofeos. Decretó que solo sería recibido otra vez en la tribu si traía la cabeza de una esquiva abominación del vacío.

Cegado por las ansias de regresar a su tribu, Rengar dejó que la astuta bestia lo sorprendiera. La criatura del vacío le arrancó uno de los ojos y escapó.

Furioso y derrotado, Rengar admitió su fracaso ante Ponjaf. Como era de esperarse, su padre lo reprendió.

Mientras Ponjaf hablaba, Rengar notó que los trofeos que adornaban la cabaña de su padre estaban polvosos y viejos. El jefe de la tribu no cazaba nada desde hacía rato, seguro había enviado a Rengar tras la bestia del vacío porque tenía mucho miedo de hacerlo él mismo.

Rengar interrumpió a su padre y lo llamó cobarde. Muchos kiilash habían sido bendecidos con cuerpos fuertes o cómodos hogares. En cambio, Rengar había nacido enfrentándose a la muerte. Se había enseñado a sí mismo a cazar y tenía trofeos, y cicatrices, que lo demostraban. Incluso su cuenca ocular era un trofeo, una prueba de que, a pesar de que Rengar había nacido con desventajas, jamás se había rendido.

Rengar saltó sobre su padre y lo destripó, desde el cuello hasta el estómago. Los cazadores más feroces de la tribu lo coronaron con rosas de fuego y lo nombraron su nuevo jefe.

Pero Rengar no necesitaba la aceptación de su pueblo. Lo único que necesitaba era la adrenalina que recorría sus venas cuando acechaba a su presa. Rengar abandonó la aldea, sin detenerse a tomar un trofeo de lo que quedaba de Ponjaf, el jefe no era digno de ser recordado. En lugar de eso, partió determinado a encontrar y asesinar a la criatura del vacío que había intentado cegarlo.

No para la satisfacción de la aldea, sino para satisfacción propia.