Ekko El joven que fragmento el tiempo/ Campeones

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''Mis dispositivos funcionan mejor cuando no tienen el efecto esperado... lo que ocurre casi todo el tiempo''.

~ Ekko


Ekko, un prodigio surgido de las duras calles de Zaun, manipula el tiempo para su propio beneficio. Usando su propio invento, el Pulsar-Z, Ekko explora las diferentes posibilidades de la realidad para crear el momento perfecto. Aunque disfruta su libertad, si algo amenaza a sus amigos hará lo que sea para defenderlos. Para los forasteros, Ekko logra lo imposible a la primera, siempre.

Poseedor de un intelecto fenomenal, Ekko construía máquinas simples incluso antes de que pudiera gatear. Asombrados con estas muestras de genialidad, sus padres, Inna y Wyeth, prometieron darle un buen futuro a su hijo. En su mente, Zaun, con su contaminación y crimen, no era lugar para un niño con su genialidad. Trabajaron duras jornadas en una fábrica, bajo condiciones peligrosas, para forjar un camino de oportunidades para su hijo en Piltóver.

Pero Ekko veía las cosas de manera diferente.

Vio cómo sus padres envejecían prematuramente, intentando que sus bajos salarios rindieran, mientras que su mercancía hecha a mano era vendida a la gente adinerada de Piltóver por cantidades exorbitantes, ganancias que nunca vieron gracias a los supervisores codiciosos de la Atarazana y sus astutos compradores. Los piltillos recorrían el Malecón en busca de experiencias buenas y baratas, o acudían al Entresol para darse el gusto en clubes del tipo ''vale todo''. No, Ekko no compartía la visión que tenían sus padres de él viviendo una buena vida en la privilegiada Ciudad del Progreso.

Por otro lado, Zaun... Donde sus padres solo veían las opresivas capas de asfixiante contaminación y los altos índices de criminalidad, Ekko veía más allá y descubría una ciudad dinámica que desbordaba energía y potencial. Era un semillero de innovación pura, un crisol de culturas remotas, inmigrantes unidos por el deseo de ser pioneros del futuro. Pero ni siquiera ellos estaban a la altura de los zaunitas nativos. No las pandillas amplificadas con tecnología ni la escoria que encabezaba los periódicos de Piltóver por sus fechorías; sino los chatarreros del sumidero, los ladrones químicos, los horticultores que cuidaban los cultivaires. Estos, y muchos otros más, eran el corazón y el alma de la ciudad. Eran capaces, resistentes, y laboriosos. Ellos construyeron una cultura próspera a partir de la catástrofe y florecieron donde otros hubieran perecido. El espíritu de Zaun cautivó a Ekko, lo llevó a construir sus máquinas exclusivamente con los desperdicios que nadie más valoraba y lo empujó a probarlas en sí mismo.

No era el único que poseía ese espíritu. Ekko se hizo amigo de huérfanos pobres, de fugitivos inquisitivos y de cualquiera cuya sed por la emoción fuera tan contagiosa como la viruela gris. Todos tenían talentos únicos: desde escalar hasta esculpir, desde pintar hasta diseñar. Muchos zaunitas descartaban la idea de una educación formal en favor de convertirse en aprendices de oficios. Los autoproclamados Niños Perdidos de Zaun concebían las laberínticas calles de Zaun como mentoras y gastaban todo su tiempo de manera gloriosa y juvenil. Se retaban a correr carreras a pie por los Mercados de los Linderos. Se desafiaban a trepar las precarias rutas del Sumidero al Entresol y hacia el Malecón. Corrían libres y salvajes, respondiendo únicamente a sus caprichos.

Para diferenciarse de las pandillas criminales y otros químico-punks, él y sus amigos optaron por no modificar sus cuerpos. La amplificación era, para ellos, una pérdida de dinero y motivo de desapruebo. La misma actitud sostenían con respecto a robarle a alguien que no tuviera nada o menos de lo que ellos poseían. Esto hizo que los piltillos de clase alta y los matones con mejoras tecnológicas se convirtieran en atractivos blancos para sus travesuras. Decoraron sus escondites secretos con bienes hurtados y obras de arte pintadas directamente sobre las paredes. Los Niños Perdidos de Zaun se sentían invencibles.

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