El regalo del veneno/ Historia corta

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Para la mayoría, cien años es un periodo muy largo. En un siglo se podría explorar el mundo entero, conocer miles de personas o realizar incontables obras de arte. Por eso sería fácil pensar que permanecer en el mismo lugar durante más de un siglo es un desperdicio brutal de tiempo. Pero durante ese siglo, Ivern Pies de Espino logró más de lo que nadie alcanzaría siquiera a soñar.

Por mencionar algunas de sus hazañas, consiguió mediar en una disputa entre una colonia de líquenes y la roca en la que vivían, ayudó a todas las generaciones de ardillas a encontrar las bellotas que habían escondido durante el otoño para pasar el invierno y convenció a un lobo solitario a volver a la manada que había abandonado porque le habían dicho que su aullido era muy agudo.

Ivern enterró los pies y los enrolló entre tubérculos vigilantes y gusanos despistados para relacionarse con las raíces de otros árboles ancianos, y el bosque a su alrededor floreció. Esos son solamente algunos ejemplos de todo lo que hizo Ivern durante aquel siglo.

Todo iba bien hasta que los sasafrases comenzaron a murmurar que estaban ocurriendo cosas oscuras en los límites del bosque.

¡Cazadores!, gritaron sus raíces, y alarmaron a medio bosque.

Ivern sabía que los sasafrases eran unos árboles que se alarmaban por todo y entraban en pánico por la más mínima desviación en el camino de un caracol y que, después de todo, cazar no era algo tan grave, puesto que nada se desperdicia en el ciclo de la vida. Pero los sasafrases habían preocupado a los petirrojos, y estos se lo habían contado a las mariposas... y contarle un secreto a una mariposa es como contárselo a todo el bosque.

Así que Ivern se puso en pie, allanó una colonia de hormigas que había alterado al moverse y se alejó sacudiéndose la corteza. A medida que avanzaba, veía lo alarmados que estaban todos.

Hay tres de ellos, aseguraban las ardillas.

Sus ojos son como lunas de sangre, farfullaban los cangrejos escurridizos antes de ocultarse en el río.

Más sedientos de sangre que los elmarks, advirtieron los elmarks.

Las aves migratorias juraban que los cazadores iban tras sus huevos. Los crisantemos temían por sus pétalos, y eso preocupaba muchísimo a Daisy, pues les tenía mucho cariño a las flores. Ivern los calmó a todos y les pidió que permanecieran ocultos hasta que el peligro hubiera pasado. Fingió no darse cuenta de que Daisy lo seguía, porque sabía que ella se creía bastante sigilosa.

Un octoyak yacía muerto en la hierba. Tenía tres flechas clavadas profundamente en la base del cuello. Mientras una lágrima descendía por el arbóreo rostro de Ivern, una ardilla que había bautizado como Mikkus subió rápidamente por su tronco y se posó en su mejilla para darle solaz.

''Los cazadores comen carne'', dijo en voz bien alta. ''Los cazadores hacen juguetes y herramientas con los huesos. Los cazadores cosen las pieles y se visten con ellas''.

Al cadáver le habían sido retirados los ocho colmillos. Ivern tocó el suelo, y un círculo de margaritas floreció alrededor del octoyak muerto. Vio a una pequeña víbora pétrea serpenteando en la lejanía. Las víboras pétreas son muy sabias sin importar su edad.

''¿Sssssssseguro?'', preguntó la serpiente.

Ivern sabía que a las serpientes les avergonzaba el siseo, y que evitaban las palabras con sonidos sibilantes. Él las había instado a aceptar las palabras que más temían, pero se lo tomaron demasiado a pecho y ahora solo utilizaban palabras que comenzaran con "s".

Las serpientes son alumnos sobresalientes.

''Sí, ya vuelve a ser seguro, pequeño.'' El pobre debe de haberlo presenciado todo. ''Quédate por aquí y vigila al octoyak por mí,'' le pidió. ''Volveré cuando llegue al fondo del asunto''.

Universo lol / League Of LegendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora