Renacer en la oscuridad/ Historia corta

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¿Soy un dios?

Ya no lo sabe. Tal vez lo fue, cuando el disco solar brillaba como el oro en lo alto del Palacio de los Diez Mil Pilares. Recuerda cómo llevó a un ser ancestral en brazos, y cómo ambos se elevaron hacia el cielo, transportados por los rayos del sol. Todo el dolor y el sufrimiento que albergaba fue limpiado por aquella luz que había de transformarlo. Si este recuerdo es suyo, ¿acaso ha sido mortal? Cree que sí, pero es incapaz de recordarlo. Sus pensamientos no son más que una nube de moscas del desierto, el zumbido irritante de recuerdos fragmentados que retumban en su alargado cráneo.

¿Qué es real? ¿Qué soy ahora?

Este lugar, esta caverna bajo la arena. ¿Es real? Eso cree, pero no está seguro de poder confiar en sus sentidos. Solo alcanza a recordar las tinieblas, una terrible e infinita oscuridad aferrada a él como una mortaja. Pero entonces la oscuridad se desvaneció, arrojándolo de vuelta a la luz. Recuerda haber trepado entre la arena mientras la tierra se desplomaba a su alrededor, y el rugir de la piedra viva mientras algo sepultado y olvidado largo tiempo emergía de nuevo hacia la superficie.

Colosales estatuas de aspecto vasto y terrible brotaron de la arena. Sobre el héroe se cernían guerreros con armadura y cabeza diabólica, dioses ancestrales de una cultura extinta tiempo ha. Huyó de la ira de los espectros beligerantes que emergían de la arena, y logró escapar de aquella ciudad que ascendía entre llamas bajo la luna y las estrellas. Recuerda haber deambulado por el desierto, su mente encendida por visiones de sangre y traición, de palacios colosales y templos dorados derribados en un abrir y cerrar de ojos. Siglos de progreso desmantelados por el orgullo y la vanidad de un solo hombre. ¿Acaso fue suyo el orgullo? No lo sabe, pero teme que así fuera.

Aquella luz que lo había transformado ahora le provocaba un gran dolor. Quemaba su alma hasta la médula mientras vagaba por el desierto, solo y perdido, atormentado por un odio que no alcanzaba a entender. Buscando refugio de su despiadada luz, halló cobijo en una húmeda caverna; y así, encogido y entre lágrimas, el Susurrante lo encontró. Aquella sombra se deslizaba por las paredes que lo rodeaban, balbuceando y conspirando incesantemente para alimentar su amargura. Apretaba sus retorcidas manos, coronadas por negras zarpas, contra las sienes, pero era incapaz de silenciar a su eterno acompañante en aquella oscuridad. Nunca lo consiguió.

El Susurrante le contó historias de vergüenza y culpa. Habló de los miles de inocentes que murieron por su culpa, que jamás tuvieron ocasión de vivir gracias a su fracaso. Una parte de él cree que no son más que falacias edulcoradas, historias tergiversadas y repetidas tantas veces que se hace imposible distinguir verdad y mentira. El Susurrante le recuerda la luz extinguida en su encierro, le muestra el rostro de chacal de su traidor, que contempla la escena mientras lo condena a la oscuridad eterna del abismo. Las lágrimas brotan de sus ojos ajados y él las enjuga con ira. El Susurrante conoce cada senda, cada camino oculto hacia su mente, y distorsiona todas las certezas a las que alguna vez se aferró, todas las virtudes que lo convirtieron en un héroe endiosado y reverenciado por toda... ¡Shurima!

Ese nombre significa algo para él, pero se desvanece como un brillante espejismo, anclado a la prisión de su mente con las cadenas de la locura. Sus ojos, antaño astutos y penetrantes, están velados por los siglos de absoluta e insondable oscuridad. Su piel, que una vez fue fuerte como una armadura de bronce, ahora está opaca y resquebrajada; de su infinidad de heridas brota el polvo, como arena que cae en el reloj de un verdugo. Tal vez se esté muriendo. Cree que es posible, pero el pensamiento no le inquieta en demasía. Ha vivido y sufrido lo suficiente para no temer su propia desaparición.

Peor aún, no está seguro de poder morir. Contempla el arma ante él, un hacha con sable de medialuna sin mango. Perteneció a un rey guerrero de Icathia, y un fugaz recuerdo le ilumina, le muestra cómo rompió aquella empuñadura tras acabar con el ejército de su portador. Recuerda haberla vuelto a crear, pero no sabe por qué. Tal vez la utilice para rebanar su propio cuello y ver qué ocurre. ¿Brotará sangre o polvo? No, no piensa morir ahí. Todavía no. El Susurrante le informa de que es otro el destino que lo aguarda. Todavía queda sangre por derramar y una sed de venganza que saciar. El rostro de chacal de aquel que lo condenó a la oscuridad flota en su memoria y, cada vez que lo ve, hierve hasta la superficie el odio grabado a fuego en su corazón.

Contempla las paredes de la cueva mientras las sombras se disipan, revelando las rudas pinturas rupestres de los mortales. Imágenes atávicas y descascarilladas, tan desdibujadas que son casi invisibles, muestran la ciudad del desierto en todo su esplendor. Ríos de agua fresca y cristalina discurren entre las columnas de sus calles y los rayos revitalizantes del Sol alumbran la exuberante vegetación de un paisaje que ahora es fértil. Ve a un rey con yelmo de cabeza de halcón junto a una figura con vestiduras oscuras, ambos en lo alto de un palacio elevado. A sus pies, dos gigantes ataviados con armadura militar: uno es una bestia colosal con forma de cocodrilo y un hacha con hoja de medialuna; el otro es un guerrero erudito con cabeza de chacal. Reconoce en la criatura reptiliana la representación, exaltada por los mortales, de su encarnación ascendida. Entonces posa su mirada sobre el otro guerrero. El tiempo ya casi ha borrado la escritura angular bajo la imagen descolorida, pero sigue siendo lo suficientemente legible para que se adivine el nombre de su traidor.

—Nasus —pronuncia—. Hermano...

Y nombrada la fuente de su tormento, su propia identidad es revelada, como el sol que emerge tras una nube de tormenta.

—Soy Renekton —sisea entre dientes curvos—. El Carnicero de las Arenas.

Alza su filo de medialuna y se pone en pie, sacudiendo el polvo de los siglos de su cuerpo acorazado. Viejas heridas sanan, la piel agrietada recupera su tersura y el color vuelve a su verde y elástica forma reptiliana a medida que se imbuye de determinación. Hubo un día en el que el sol lo transformó, pero ahora la oscuridad es su aliada. La fuerza invade su monstruoso y poderoso cuerpo, los músculos se hinchan, y sus ojos arden de odio hacia Nasus. Oye cómo el Susurrante vuelve a hablar, pero ya no le presta atención. Empuña el hacha con sus poderosas garras y posa la punta del filo sobre la imagen de guerrero con cabeza de chacal.

—Me dejaste solo entre las tinieblas, hermano —dice—. Y ahora morirás por aquella traición.

Universo lol / League Of LegendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora