Mía y sólo mía

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Estaban abrazados, sentados en el banco de un parque mirando el atardecer, ninguno decía nada, sólo tenían la vista fija en el frente, viendo pasar a la gente, viendo como el sol desaparecía lentamente y las luces empezaban a llenar de colores la ciudad... viendo como todos corrían para ir a sus hogares o algún otro lugar...

Él la abrazó con más fuerza, logrando que ella apoyara la cabeza en su hombro y lo apretujara.

—Eres mía, sólo mía y así será siempre... Al fin lo eres.

Pero ella no dijo nada, simplemente soltó una risita burlona y continuó mirando al frente.

—A veces aún me cuesta creer que eres mía al fin... —siguió hablando omitiendo la burla de ella—. A veces aún creo que estoy soñando. Mía, sólo mía —suspiró y la besó en la cabeza.

—Si sigues así pensaré que me llamo Mía...

Él la apretó con un poco más de fuerza a la vez que hacía una mueca de fastidio con los labios.

—De todas maneras, al ser mía, tengo todo el control sobre ti...

—¡Por favor! ¿Cuántas veces hemos hablado de esto y sigues con lo mismo?

Levantó la cabeza para mirarlo fijamente y verlo fruncir el ceño.

—No soy tuya ni me controlarás nunca...

—Pero...

—Bien sabes que no, sólo te gusta repetir esas palabras una y otra vez para saber si al fin te las crees.

A él se le pusieron las orejas rojas de la vergüenza. Ella continuó mirándolo.

—Sabes, desde que me conoces, que no pertenezco a nadie y que no puedo ser domada, esté donde esté haré lo que crea correcto y lo que quiera, cuando pueda...

Él torció la boca, miró hacia el frente y se encogió de hombros.

—Yo pertenezco al viento... a las hojas... al suave césped primaveral... al amanecer... al crepúsculo... al mar y las nubes... Pertenezco a mi madre: la Tierra...

—Pero...

—Aunque hay algo que no te puedo negar —añadió tomándole la cara para que la mirara fijamente y le sonrió—. Estaré contigo hasta que dejes de respirar.

—Sí, porque eres mía.

—No, estoy contigo porque te quiero y te amo y no me quiero separar de ti. Yo no soy tuya, ni lo seré, pero me quedaré contigo hasta el fin.

—Algo es algo, ¿no?

Sonrió y la volvió a acomodar con la cabeza sobre su hombro para estrecharla junto a él.

—Y también soy de las suaves luces que cubren la ciudad...

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