Diferente

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Él ya no recordaba cuando fue la última vez que la vio, sólo tenía una vaga imagen de cuando jugaban hace muchos, muchos años atrás siendo apenas unos niños de cuatro y cinco años de edad... Y después la separación cuando apenas tenían seis.

Nunca más se volvieron a ver, ella se fue a otro país, él continuó donde siempre... Y fue precisamente allí donde se volvieron a encontrar...

Transcurría una tibia tarde primaveral, ella regresó después de más de doce años viviendo en el extranjero. Había cambiado, tanto en su aspecto físico como psicológico, fue lo primero que le dijeron sus abuelos y ella lo sabía... lo sabía muy bien, aquello la hacía diferente y esa misma diferencia la alejaba del resto.

Él, en cambio, casi no había cambiado. Su cara seguía siendo la misma, con rasgos de niño pequeño y no se le notaban los años que le pesaban encima, su espalda se había ensanchado, sus músculos se hicieron notorios tanto en los brazos, piernas y pecho, se le oscurecieron los ojos y se le aclaró el cabello, algo que no entendía aún, pero había pasado... Sus pensamientos... claro que cambiaron, ya no tenía seis, ahora era un adolescente de dieciocho años a quien no le faltaban chicas. Al fin y al cabo casi todas caían rendidas por esos ojazos azules, el auto deportivo y la billetera que siempre estaba llena. Él simplemente disfrutaba, le gustaba tenerlas a todas así, aunque sabía cuando parar y qué dar, no era tan tonto, conocía la finalidad de por qué lo querían.

No se encontraron hasta una tarde de verano, a pesar que vivían sólo a unas pocas casas. Ella tenía mucho que hacer, transportar las cosas desde el extranjero hasta la casa de sus abuelos donde viviría, arreglar los asuntos para entrar a estudiar, escribir a diario a sus padres que llevaban una buena vida lejos y no ansiaban regresar... Poner su vida de pie luego de tan difícil decisión, otra vez había vuelto a dejar todo atrás por cumplir un sueño, aunque esta vez era su sueño, el anterior era el de sus padres.

Él esperaba en el paradero del bus, un amigo estaba por llegar a quedarse unos días en su casa. Ella necesitaba ir a firmar unos papeles para que le terminaran de trasladar sus cosas. Se vieron, se miraron, ella lo reconoció, él creyó haberla visto en un sueño, ella le sonrió, él habló.

—Hola...

Ella sonrió aún más al notar que él no la recordaba, pero la saludaba porque quizás la encontró bonita y esas pocas palabras eran un buen pretexto para entablar una conversación y llegar a algo más. Suspiró, otra vez aquella manía de intentar leer la mente le estaba jugando una mala pasada. Decidió responder.

—Hola, ¿no me recuerdas? —Él parpadeó confundido por varios instantes, luego negó con la cabeza—. Normal, nos conocimos cuando teníamos como cuatro años, luego yo me fui y con el clima de esos lados mi piel cambió, antes era más blanca.

Él continuó mirándola y le llegó el susurro de su madre, hace unos días cuando la ignoró mientras hablaba, que le decía que aquella niña de la foto que guardaba en el cajón de su mesita de noche había regresado a vivir con sus abuelos, nada más que crecida y más bonita. ¡Y sí que lo estaba! ¿Por qué ignoró a su madre cuando le hablaba cosas tan importantes? Quizás porque lo que hacía en el computador, en aquel momento, era más importante...

—Bueno, hablamos otro día porque tengo cosas que hacer...

—¿Quieres que te lleve a algún lado? —preguntó interrumpiéndola, esperando una respuesta afirmativa y olvidando que esperaba a un amigo.

—No, sé a donde debo ir y no me pierdo —contestó con una sonrisa para no parecer antipática.

—Te puedo llevar en auto —dijo acercándose, ahora sólo le bastaba que ella aceptara, cosa que era segura que haría, ¿qué chica se resiste a un chico con auto? O a un auto quizás... O más bien a un paseo seguro en auto y no tener que usar los molestos buses.

—No, gracias, me gusta andar en bus. —Él casi se le cayó la mandíbula al escuchar aquellas palabras.

—Te acompaño, te puedo pagar el pasaje —añadió, con eso sí que debía caer, es decir, no auto pero sí dinero, las chicas siempre son interesadas.

—Tengo dinero, no te preocupes —respondió y él se sintió aturdido, ¿de dónde había salido? ¡Pero sí todas son iguales! ¿Y si le ofreciera salir en un programa de televisión?—. ¿Sabes? Si estás intentando ligar conmigo de la manera usual, te aviso que no podrás, lo siento pero yo soy diferente.

—¿De dónde saliste?

—Soy de otro mundo —sonrió, él también lo hizo.

Ella le estiró la mano y le dijo su nombre, él le correspondió y contestó con el suyo. Ambos sonrieron y él de a poco comenzó a recordar a aquella niña con quien solía jugar, una que tampoco era como recordaba al resto de las niñas de esa edad.

Y entonces él comprendió que no todas eran iguales, había excepciones, escasas pero las había. Aunque luego entendió que en realidad la culpa era de él, diciendo que todas eran iguales cuando sólo buscaba siempre en los mismos lugares, y cuando comenzó a frecuentar otros espacios donde ella lo llevaba, notó que sus pensamientos eran limitados y deseó aprender más.

Ella, por otro lado, dejó de «leer mentes» con tanta frecuencia y comenzó a esperar acciones de los demás, ella no era la sabiduría en persona, ella no era el centro de atención, ella no era tan diferente como se creía...

Y de esa manera ambos entendieron que las diferencias sólo las hacen para catalogar a las personas, a veces sin siquiera conocerlas, se prejuzgan sin tomarse ni un tiempo, sólo hablar y pensar erróneamente, en ocasiones.

Y por eso decidieron dejarse llevar y que el tiempo les dijera lo que sucedería con ellos, quizás llegarían a amarse locamente y no se volverían a separar jamás, o quizás simplemente su destino es ser amigos. ¡Quién sabe! Pero lo que sí sabían es que él buscaba algo diferente a lo que estaba acostumbrado y ella deseaba poder ser ella misma en las relaciones y no tener que actuar de alguna manera específica para caer bien, y con él podía hacerlo, porque él necesitaba aquella diferencia.

Una diferencia que hasta el día de hoy los mantiene unidos.

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