Bodas y lazos

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—Y bien... ¿Cómo te gustaría que fuera tu boda?

—¿Eh? Hmmp... No lo sé, ni siquiera lo he pensado, apenas tengo catorce años... Tú por supuesto que no puedes pensar en eso, no tienes permiso ni para imaginar que tendrás novio...

—Ajá, como digas... igual sabes que me dedicaré a criar gatos, tendré miles y miles y todos me llorarán cuando me muera...

—Puaj, no te gustan los gatos, son hediondos y asquerosos...

—¿Y por qué crees que los coleccionan las solteronas? Son lo más parecido a un hombre... Bueno, de lo que pueden encontrar con facilidad, traicioneros, hediondos, asquerosos, aprovechados, llegan sólo cuando les conviene...

—Ajá, sí, como no, yo no soy así...

—Eso es porque aún no eres un hombre completo, tú lo dijiste, apenas tienes catorce.

—¿Me puedes recordar por qué somos amigos, a pesar que me trates peor que a un perro?

—Gato, peor que a un gato, yo a los perros los trato con todo el amor que pueda darles.

—No sé cómo te aguanto.

—No puedes vivir sin mí, acéptalo, me conoces desde tus doce, mis doce, ambos tenemos catorce y ya eres adicto a mis locuras.

—¡Yo no soy adicto a ti!

—¡Ah, lo olvidaba! ¡Son mentirosos, los gatos son mentirosos, tanto como los hombres!

—Y vas a seguir... Bueno, quizás sí soy un poco adicto, ¡pero a lo que haces, tus travesuras y juego! No a ti, claro que no.

—Como digas...

—¿Qué pasa? ¿En qué piensas?

—Me gustaría casarme en un bosque, de mañana, cuando la neblina esté por la mitad de los árboles y no pueda distinguirse nada más allá de diez metros. Que haga frío, que se me ponga la piel de gallina bajo el vestido y que mi novio tenga sombrero de copa...

—Ya te dije que no tienes permiso para eso...

—Me gustaría que mi vestido fuera verde claro, que combinara con los adornos que se pondrán en los asientos, que las pequeñas niñas que me lleven la cola vistan algo parecido a mí, aunque más abrigados, y los niños parecidos al novio, con sombrerito de copa y todo...

—Ajá...

—Me gustaría casarme en un bosque... sí, en un bosque, y cuando empiece el otoño.

—Me gustan los sombreros de copas...

—No te quedan, tienes una cabeza muy grande.

—Nunca te das cuenta de nada, ¿verdad?

Aunque eso último ella nunca lo escuchó, ya que daba saltitos más adelante, diciendo que le gustaría casarse en un bosque. Él simplemente suspiró, quizás era mejor que ella nunca supiera que estaba dispuesto a ponerse un sombrero de copas por ella, sólo por ella.

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