La luz entraba en la estancia desde dos lados: una ancha ventana situada encima del fregadero y unas ventanas alargadas en el rincón para desayunar que aún tenían pegadas las etiquetas adhesivas del fabricante.
Sobre la mesa de la cocina «cuyo tablero era del mismo color rojo cereza» había una caja de donuts, vasos de plástico usados y unos periódicos.
April apoyaba con gracia una mano sobre el respaldo de una silla de madera laminada mientras sujetaba un teléfono móvil con la otra.
Llevaba los mismos vaqueros rotos del día anterior con una blusa suelta, unos pendientes de plata y zapatos planos de piel de serpiente.
—Se suponía que tenías que estar aquí a las siete, Sanjay. —Saludó a Blue con la cabeza y le señaló la cafetera—. Entonces tendrás que conseguir otro transporte. Las encimeras tienen que estar colocadas a última hora de la mañana para que los pintores puedan hacer su trabajo.
Justin entró en la cocina.
Su expresión no revelaba nada cuando se acercó a la caja de donuts, pero cuando llegó a la mesa un rayo de sol se reflejó en su pelo y en el de April, y Blue tuvo la absurda idea de que Dios había lanzado un rayo especial justo para iluminar a esas dos criaturas doradas.
—No queremos retrasos —dijo April—. Será mejor que estés aquí en una hora.
Colgó y atendió a otra llamada, cambiándose el teléfono de oreja.
—¿Sí? Hola. —Habló en voz baja y les dio la espalda—. Te devolveré la llamada en diez minutos. ¿Dónde estás?
Justin se dirigió a las ventanas de la rinconera del desayuno y miró el patio trasero.
Blue se imaginaba que estaba intentando asimilar el inminente fallecimiento de su madre.
El electricista, que momentos antes estaba arreglando la lámpara de araña del comedor, entró en la cocina.
—Susan, ven a echarle un vistazo a esto.
Ella le hizo una señal para que esperara a que finalizara la conversación y luego cerró el teléfono.
—¿Qué sucede?
—Los cables del comedor son demasiado viejos. —El electricista se la comía con la mirada—. Hay que cambiarlos.
—Déjame verlos. —Lo siguió afuera.
Blue le echó al café una cucharada de azúcar y se acercó a examinar la cocina.
—Estarías perdido sin ella.
—Bueno, quizá tengas razón.
Justin ignoró los donuts glaseados y escogió el único que había de chocolate, el mismo al que ella le había echado el ojo.
Se oyó un taladro.
—Esta cocina es increíble —dijo ella.
—Supongo que está bien.
—¿Sólo bien? —Pasó el pulgar sobre el anagrama de O'Keefe & Merrit que había sobre el panel frontal de la cocina y despegó un trozo de plástico—. Podría pasarme el día entero aquí dentro cocinando. Pan casero, tarta de fruta y...
—¿Sabes cocinar de verdad?
—Por supuesto que sé cocinar.
Quizá trabajar de cocinera en aquella cocina esmaltada pudiera ser su pasaporte.
El pasaporte para una seguridad temporal.
Pero él ya había perdido el interés en el tema.
—¿No puedes ponerte algo rosa?
Ella se miró los pantalones cortos de ciclista y la camiseta de camuflaje.
—¿Qué le pasa a esto?
—Nada, si piensas invadir Cuba.
Ella se encogió de hombros.
—No me interesa la ropa.
—Vaya sorpresa.
De todas maneras ella fingió considerar la idea.
—Pero si de veras quieres que me ponga algo rosa, tendrás que prestarme tu ropa.
Su sonrisa ya no fue tan agradable y lo lamentó, pero si bajaba la guardia y dejaba de provocarle, acabaría confundiéndola con una de sus conquistas sexuales y ella no quería eso.
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Juego de Seducción.
RomanceSrta. Bailey... Usted estará en mi cama... Por siempre. -Sr. Bieber... ¿ y si usted cae en la mía y se enamora primero? -Do you love me? -Yes... -Game Over.