Acababa de observar el poco impresionante paisaje —un montón de contenedores y postes de alumbrado— cuando ella salió con un montón de ropa entre los brazos.
—La esposa de Ben se cortó la mano y tuvo que llevarla a urgencias. Por eso no me fueron a buscar. Por desgracia, no puedo quitarme esto yo sola. —Le dirigió una mirada malhumorada al tío del almacén—. Y me niego a dejar que ese pervertido me abra la cremallera.
Justin sonrió. ¿Quién podía suponer que un estilo de vida alternativo podía tener tantas ventajas?
—Estaré encantado de ayudarte.
La siguió por un lateral del edificio hasta una puerta metálica con la silueta descolorida de un castor con una diadema en la cabeza.
En el baño había un inodoro no muy limpio, aunque podía considerarse aceptable; suelo blanco, paredes grises y un espejo lleno de manchas encima del lavabo.
Cuando ella buscó con la mirada un lugar limpio donde dejar su ropa, él bajó la tapa del inodoro y —por respeto a sus hermanos gays— la cubrió con papel higiénico.
Ella dejó las ropas y le dio la espalda.
—Tiene una cremallera.
En ese espacio mal ventilado, el disfraz de castor olía peor que un vestuario, pero como veterano de más entrenamientos de los que podía recordar, había olido cosas peores.
Mucho peores.
Algunos rizos oscuros se habían soltado de esa pobre imitación de coleta, y él se los apartó de la nuca que era blanca como la leche salvo por el leve trazo de una vena azul pálido.
Hurgó entre el pelaje hasta encontrar una cremallera.
Era un experto en desnudar mujeres, pero apenas había deslizado la cremallera unos centímetros cuando se enganchó en el pelaje.
La liberó, pero tras otros centímetros, la cremallera se volvió a enganchar.
A trompicones, el pelaje fue dejando al descubierto una leve porción de piel lechosa, y cuanto más se abría la cremallera, menos homosexual se sentía.
Intentó distraerse conversando.
—¿Qué fue lo que me delató? ¿Cómo supiste que era gay?
—¿Me prometes que no te ofenderás? —preguntó ella con fingida preocupación.
—La verdad nos hará libres.
—Bueno, tienes un buen bronceado y músculos de diseño. Ese tipo de tórax no se consigue cambiando tejados.
—Muchos tíos van al gimnasio.
—Resistió el deseo de tocar su húmeda piel.
—Sí. Pero esos tíos tienen alguna cicatriz en la barbilla o en alguna otra parte del cuerpo, y la nariz rota.
Tus facciones están mejor esculpidas que las caras del monte Rushmore.
Era cierto.
La cara de Justin permanecía intacta.
Su hombro, sin embargo, era otra historia.
—Y además está tu pelo.
Es dorado, espeso y brillante.
¿Cuántos potingues utilizaste esta mañana? No importa, no me lo digas.
No quiero sentirme acomplejada.
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Juego de Seducción.
RomanceSrta. Bailey... Usted estará en mi cama... Por siempre. -Sr. Bieber... ¿ y si usted cae en la mía y se enamora primero? -Do you love me? -Yes... -Game Over.