Justin descargó las compras y dejó que Blue decidiera dónde ponerlas mientras él metía el coche en el granero.
Ni siquiera Annabelle conocía la verdadera identidad de su padre, pero Blue la había descubierto en sólo cuatro días.
Era la persona más intuitiva que había conocido nunca, por no mencionar esa mente retorcida que lo mantenía en guardia para ser el más listo del juego.
Después de despejar un espacio en el granero para su coche, buscó una pala y un azadón en el cobertizo y comenzó a arrancar la maleza que rodeaba la casa.
Mientras aspiraba el olor a madreselva, recordó por qué había comprado ese lugar en vez de la casa en el sur de California que pensaba adquirir.
Porque estar allí lo hacía sentir bien. Le encantaban los antiguos edificios y las colinas que resguardaban la granja.
Le encantaba saber que esa tierra había durado más que un partido de fútbol americano.
Pero sobre todo, le encantaba la privacidad.
Ninguna abarrotada playa del sur de California podría ofrecerle eso, y si en algún momento añoraba el aire del océano, siempre podía volar a la costa.
Apenas sabía lo que era disfrutar de privacidad. Primero, había crecido en internados, luego había pasado a una universidad donde su carrera deportiva lo había convertido en el centro de atención.
Después de eso, hizo del fútbol su profesión.
Por último, debido a esos malditos anuncios de Zona de Anotación, lo reconocían incluso los que no seguían el fútbol americano.
Se tensó al oír el tintineo de unas pulseras. Sintió que la amargura le retorcía el estómago.
Ella estaba intentando cargarse ese lugar como se había cargado todo lo demás.
—Pensaba contratar un equipo de jardineros —le dijo su madre.
El clavó la pala en la maleza.
—Ya me ocuparé de eso cuando sea necesario. —No le importaba cuánto tiempo llevara sobria. Cada vez que la miraba, recordaba el maquillaje corrido por las lágrimas, sus palabras balbuceantes, y el peso de sus brazos en el cuello cuando le suplicaba, drogada y borracha, su perdón.
—Siempre te ha gustado estar al aire libre. —Ella se acercó—. No sé mucho de plantas, pero creo que estás a punto de arrancar una mata de peonías.
Considerando la vida que había llevado, su madre debería parecerse a Keith Richards, pero no lo era así.
Su cuerpo era esbelto, la línea de la mandíbula era demasiado firme para ser totalmente natural.
Incluso le ofendía ese pelo largo.
Tenía cincuenta y dos años, por el amor de Dios.
Era una edad apropiada para cortárselo.
Cuando era adolescente, se había metido en más de una pelea con sus compañeros de clase por haber dado una descripción demasíado detallada de su culo o de cualquier otra parte del cuerpo que ella hubiera decidido enseñar en alguna de sus raras visitas.
Ella desenterró una lata con la punta del zapato.
—No me estoy muriendo.
—Bueno, de eso ya me di cuenta anoche. —Y Blue pagaría por esa mentira.
—Ni siquiera estoy enferma, lamento que no lo puedas celebrar.
—Quizás el año que viene.
Ella no se inmutó.
—Blue tiene un gran corazón. Es una persona interesante. Distinta a lo que hubiera esperado.
Al parecer April había ido a recabar información, pero ya se podía ir olvidando.
—Por eso le pedí que se casara conmigo.
—Tiene los ojos inocentes de una niña, pero además hay algo sexy en ella.
Como un libro de rimas infantiles de Mamá Ganso no apto para menores.
—No es que no sea guapa —continuó April— aunque podría mejorar. No sé. Sea lo que sea, ella no parece consciente de ello.
—Es un desastre. —Demasiado tarde, se acordó que debía mostrarse loco por ella—. Que esté enamorado de ella no quiere decir que esté ciego. Me siento atraído por su personalidad.
—Ya, de eso me he dado cuenta.
Cogió el azadón y se dispuso a arrancar la maleza que rodeaba un rosal.
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Juego de Seducción.
RomanceSrta. Bailey... Usted estará en mi cama... Por siempre. -Sr. Bieber... ¿ y si usted cae en la mía y se enamora primero? -Do you love me? -Yes... -Game Over.