Uno más, solo uno mas y esta novela se elimina.
*
Riley Patriot vivía en Nashville, Tennessee, en una casa con seis columnas blancas, suelos de mármol blanco y un deslumbrante Mercedes blanco en el garaje.
En la sala había un piano de cola blanco cerca de unos sofás blancos con una alfombra blanca.
A Riley no le habían dejado entrar en la sala desde que lo había manchado todo con zumo de uva cuando tenía seis años.
Aunque Riley tenía ahora once años, su madre nunca había olvidado ni perdonado —no sólo el zumo de uva, sino muchas más cosas— y ahora ya era demasiado tarde.
Diez días antes, un montón de gente había sido testigo de cómo su madre, Marli Moffatt, se caía al río Cumberland desde la cubierta del Old Glory.
Al parecer se había golpeado la cabeza con algo al caer al agua, era de noche y tardaron en encontrarla.
Ava, la enésima au-pair de Riley, la había despertado para darle la noticia.
Y hoy, una semana y media después, Riley acababa de salir en busca de su hermano.
Aunque sólo se había alejado una manzana de su casa, la camiseta se le pegaba al cuerpo, así que se abrió la cremallera del plumífero rosa. Su pantalón de pana de color lavanda era de la talla doce, pero le quedaba muy apretado.
Su prima Trinity usaba la talla ocho, pero para que Riley entrara en una talla ocho tendría que ser sólo piel y huesos.
Se cambió la pesada mochila de brazo.
Pesaría menos si hubiera dejado el álbum en casa, pero no podía hacerlo.
Las casas de la calle por donde iba Riley estaban separadas de la carretera por un jardín delantero y no había aceras, pero sí farolas, y Riley las fue sorteando.
Por ahora no la seguía nadie.
Comenzaron a picarle las piernas y se intentó rascar a través de la tela de pana, pero fue peor.
Cuando llegó al destartalado coche rojo de Sal, aparcado al final de la siguiente manzana, estaba ardiendo.
Sal, el muy tonto, había aparcado el coche bajo una farola, y estaba fumando un cigarrillo con rápidas caladas.
Cuando la vio, se puso a mirar hacia todos lados como si pensara que la policía podía aparecer en cualquier momento.
—Dame la pasta —le dijo cuando se acercó al coche.
A Riley no le gustaba estar parados bajo la luz donde cualquiera que pasara podía verlos, pero discutir con él le llevaría más tiempo que darle el dinero.
Riley odiaba a Sal.
Trabajaba de jardinero para la empresa de su padre cuando no estaba en el instituto, por eso lo conocía, pero no era por eso por lo que lo odiaba.
Lo odiaba porque se tocaba cuando pensaba que nadie lo miraba, y escupía y decía cosas sucias.
Pero tenía diecisiete años, y como ya tenía el carnet de conducir desde hacía cuatro meses, Riley le había pagado para que la llevara.
No era un buen conductor, pero hasta que Riley cumpliera los diecisiete años no tenía otra elección.
Sacó el dinero del bolsillo delantero de la mochila verde.
—Cien dólares ahora. Te daré el resto después de llegar a la granja.—Había visto suficientes películas antiguas para saber que no tenía que entregar el dinero de una vez.
Él la miraba como si quisiera mangarle la mochila, pero no le habría servido de nada, porque había escondido el resto del dinero en el calcetín.
Sal contó los billetes, lo que era una grosería ya que ella estaba delante y era como decirle que era una timadora.
Al final, se metió el dinero en el bolsillo de los vaqueros.
—Si mi viejo se entera de esto, me dará una paliza.
—Por mí no se va a enterar. Si lo hace será porque tú eres un bocazas.
—¿Qué le has dicho a Ava?
—Peter se ha quedado a dormir. No se dará cuenta de nada. —La au-pair de Riley había venido de Alemania dos meses antes.
Peter era el novio de Ava, y se andaban besando todo el rato.
Cuando la madre de Riley estaba viva, Ava no podía meter a Peter en casa, pero su madre ya no estaba y él dormía en su casa todas las noches.
Ava no se daría cuenta de que Riley se había fugado hasta la hora del desayuno, y tal vez ni siquiera entonces, porque al día siguiente no tenían clase con motivo del claustro de profesores por el final del curso.
Riley había dejado una nota en la puerta de Ava diciendo que le dolía el estómago y que no la molestara.
Sal aún no se había subido en el coche.
—Quiero que me des doscientos cincuenta. Para los gastos de gasolina.
Ella intentó abrir la puerta del coche, pero él lo había cerrado con llave.
Se rascó de nuevo las piernas.
—Te daré veinte dólares más.
—Eres rica. No deberías ser tan tacaña.
—Veinticinco y es mi última oferta. Lo digo en serio, Sal. Tampoco tengo tantas ganas de ir.
Una mentira de las grandes.
Si no conseguía llegar a la granja de su hermano, se encerraría en el garaje, pondría en marcha el Mercedes de su madre —sabía cómo hacerlo— y se sentaría en el coche hasta asfixiarse.
Nadie podría conseguir que saliera, ni Ava, ni su tía Gayle, ni siquiera su padre (como si a él le importara algo que ella muriera).
Sal debió creerla porque finalmente abrió las puertas del coche.
Ella dejó caer su mochila en el suelo del asiento del acompañante, luego se sentó y se puso el cinturón de seguridad. El interior del vehículo olía a cigarrillos y hamburguesas rancias.
Sacó las indicaciones que había obtenido en MapQuest del bolsillo de la mochila.
Él salió del arcén sin ni siquiera mirar si venía algún coche.
—¡Cuidado!
—Relájate. Es medianoche. No hay nadie en la carretera. —Sal tenía el pelo castaño oscuro y se dejaba crecer una perilla porque se creía que le daba un aire interesante.
—Tienes que tomar la I-40 —le dijo ella.
—Como si no lo supiera. —Lanzó el cigarrillo por la ventanilla abierta—. En la radio no hacen más que poner el CD de las Hermanas Moffatt. Supongo que te harás rica.
Sal sólo quería hablar de dinero y sexo, y, como Riley tenía claro que no quería hablar de sexo, fingió examinar los apuntes de MapQuest, aunque ya se los había aprendido de memoria.
PD: Patriot es el apellido artístico del padre de Justin.
ESTÁS LEYENDO
Juego de Seducción.
RomantizmSrta. Bailey... Usted estará en mi cama... Por siempre. -Sr. Bieber... ¿ y si usted cae en la mía y se enamora primero? -Do you love me? -Yes... -Game Over.