Capitulo 56.

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El invierno pasado, le había mandado una carta a las oficinas de los Chicago Stars.

No había obtenido respuesta, pero sabía que las personas como su padre y su hermano tenían tanto correo que no lo leían ellos mismos.

Cuando los Stars habían ido a Nashville para jugar contra los Titans, había ideado un plan para conocerlo.

Pensaba escaparse y buscar un taxi que la llevara al estadio.

En cuanto llegara, buscaría la puerta por donde salían los jugadores y lo esperaría.

Se había imaginado llamándolo por su nombre y que él la miraría, y ella le diría: «Hola, soy Riley. Tu hermana.» Y a él se le iluminaría la cara de alegría, y una vez que la conociera, le diría que viviera con él o simplemente que pasaran las vacaciones juntos y así no tendría que quedarse con tía Gayle y Trinity.

Pero en lugar de ir al partido contra los Titans, había tenido una faringitis y se había visto obligada a guardar cama toda la semana.

Desde entonces, había llamado a las oficinas de los Stars un montón de veces, pero no importaba lo que le dijera a la operadora, nunca le daban su número de teléfono.

Llegaron a las afueras de Nashville, y Sal subió tanto el volumen de la radio que el asiento de Riley vibraba.

A ella también le gustaba la música alta, pero no esa noche cuando estaba tan nerviosa.

Se había enterado de que su hermano tenía una granja el día después del entierro, cuando había oído a su padre hablando con alguien sobre eso.

Cuando había buscado el pueblo que oyó mencionar, descubrió que estaba en el este de Tennessee, y se excitó tanto que se mareó.

Pero su padre no había dicho dónde estaba exactamente la granja, sólo que estaba cerca de Garrison, y como no podía preguntarle, tuvo que jugar a los detectives.

Sabía que la gente compraba casas y granjas a través de las agencias inmobiliarias porque el novio de su madre tenía una, así que había buscado todas las inmobiliarias de los alrededores de Garrison en Internet.

Luego había ido llamando una por una diciendo que tenía catorce años y que estaba haciendo un trabajo sobre personas que se habían visto obligadas a vender sus granjas.

La mayoría de la gente de las inmobiliarias había sido simpática y le había contado todo tipo de historias sobre granjas, si bien ninguna pertenecía a su hermano pues todas estaban aún a la venta.

Sin embargo, dos días antes, había conversado con una secretaria que le había hablado de la granja Callaway, añadiendo que la había comprado un famoso deportista pero que no podía decir quién era.

La señora le había dicho dónde estaba ubicada la granja, pero cuando Riley le había preguntado si el famoso deportista estaría allí ahora, comenzó a tener sospechas y le dijo que tenía que colgar.

Riley entendió aquello como un sí.

Al menos eso esperaba.

Porque si no estaba allí, no sabía qué iba a hacer.

Sal parecía estar conduciendo bien por una vez, quizá porque las interestatales eran carreteras rectas.

Él señaló con el pulgar la mochila y gritó por encima del volumen de la música.

—¿Llevas algo de comer?

Riley no quería compartir sus bocadillos, pero tampoco quería que él se detuviera.

No sólo porque tendría que pagar ella, sino porque el viaje se haría más largo, así que abrió la mochila y le dio una bolsa de ganchitos de queso.

—¿Qué le has dicho a tu padre?

Él abrió la bolsa con los dientes.

—Cree que voy a pasar la noche en casa de Joey.

Riley solo había visto a Joey una vez, pero pensaba que era mucho más agradable que Sal.

Le dijo a Sal el número de salida que tenía que tomar mucho antes de que llegaran.

Tenía miedo de quedarse dormida y que él se la pasara, así que se concentró en las líneas blancas de la carretera; le resultaba difícil mantener los ojos abiertos y...

Lo siguiente que supo fue que el coche se sacudía, patinaba y comenzaba a girar.

Dio con el hombro contra la puerta y sintió en el pecho el tirón del cinturón de seguridad.

En la radio sonaba «50 Cent» y le pareció que la valla publicitaria se acercaba a una velocidad de vértigo.

Gritó por encima de la música y todo lo que pudo pensar fue que nunca conocería a su hermano ni viviría en una granja con un perro.

Pero al final, antes de estrellarse contra la valla publicitaria, Sal dio un volantazo y el coche pasó rozando.

Riley se vio la cara reflejada en la ventanilla.

Tenía la boca y los ojos abiertos por el pánico.

No quería morir, no importaba lo que hubiera pensado sobre el Mercedes de su madre y el garaje.

Fuera, la quietud rodeaba el coche. Dentro, seguía sonando «50 Cent», Riley sollozaba y Sal tragaba saliva e intentaba recuperar la respiración.

La interestatal se extendía ante ellos sumida en la oscuridad excepto por la gran luz brillante que iluminaba una valla publicitaria donde se leía «Tienda del Capitán G: Cebo, Cerveza y Sándwiches».

A pesar de cuánto deseaba conocer a su hermano, ahora lo único que quería era estar en su cama.

El reloj del salpicadero marcaba las 2:05.

—¡Deja de comportarte como un bebé! —gritó Sal—. Sólo tienes que seguir leyéndome esas estúpidas indicaciones.

Él tuvo que girar el coche en medio de la carretera oscura pues se habían quedado parados en dirección contraria.

Estaba sudada y sentía el pelo húmedo.

Le temblaron las manos cuando extendió los apuntes del MapQuest para mirar las indicaciones.

Él apagó la radio sin ni siquiera preguntar y ella le indicó el camino a seguir: tenían que continuar por esa carretera oscura y desierta otros doce kilómetros, luego tomarían la carretera de Callaway y a unos cinco kilómetros encontrarían el desvío hacia la granja.

*

Recuerden el concurso :3

Juego de Seducción.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora