-¡Me lo prometiste! –el grito de Damian Wayne fue alto y lleno de ira, sus ojos eran dos trozos de hielo cargados de ira, odio e indignación y miraban fijos a su padre, era joven y atractivo, su belleza exótica lo habían convertido en uno de los miembros más deseados de Gotham, pero su corazón de piedra lo hacía inalcanzable para la mayoría... el hombre que era el destinatario de su reclamo se hallaba frente suyo, era su padre.
-Escúchame Damián –ordeno, tono cruel y seco, pero el joven apretó los labios ante este, no estaba dispuesto a soportar el caprichoso carácter de su padre, no en aquella ocasión, su sangre ardiente como la arena del desierto se rebelaba.
-¡No, no, no! ¡Escúchame tú! ¡Queen me ha solicitado y tú vas a aceptar su petición! –rugió, sosteniendo en crueldad su mirada.
-¡No te merece!
-¡¿Y quién si?! –Elevo la voz por encima sus cabezas -¿Tus pupilos? –escupió y luego echo la cabeza a un lado –No lo esperes padre, Queen me quiere y solo con él me uniré –los dientes se le apretaron y su expresión fue la de reto.
-¡Te prefiero muerto a permitir eso! –fue la respuesta, llena de furia y frustración, peligrosa combinación, el grito no tuvo eco pero fue como si lo fuera, porque el rostro de su hijo se convirtió en una fría mascara de hielo.
Bruce Wayne habría querido retroceder en el tiempo, pero no tuvo tiempo ni valor, le falto amor o decencia ¿Quién podía saberlo? En segundos el rostro de su hijo había perdido color y parecía haber tomado una decisión terrible, las palabras que dijo entonces fueron suaves y lentas... y fueron su sentencia.
-Prometiste que me entregarías si él cumplía su promesa, te ha traído lo que le has pedido, ha probado ser digno, si no me entregas a él... te juro... me veras muerto.
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¿Pensó en morir?
En realidad no, pero tenía una vena dramática que lo llevaba a ser creíble cuando las emociones le gobernaban y su vanidad ganaba a leguas al amor.
Damián amaba a Queen, lo hacía con esa dedicación que nace de quién hace algo porque le da la regalada gana hacerlo, y no podía entender porque su padre se oponía con tanta pasión a la maldita unión, la fortuna de Queen lo hacía perfecto para unirse a él, pues incluso la familia materna aprobaba su elección –él suponía que por el hecho de que Queen era mucho mayor y cabía la posibilidad de que enviudara joven y pudiese hallar a otro consorte incluso más rico – pero su padre se resistía con brusca e injusta terquedad.
Moriría antes de decirle que sí, y Damián comenzaba a pensar que si solo la muerte lo llevaría a aceptar, entonces eso podía hacerse, la traición habitaba sus venas y en aquel momento su corazón estaba en contra del gran duque.
No guardaba odio contra su padre, pero sus caprichos a menudo tenían mucho más peso que los afectos devotos y con-sanguíneos.
De haber sido otro el que se opusiera –Richard Grayson, el primer pupilo de su padre- posiblemente hubiera pensado mejor las cosas... pero no estaba en el reino quién podía contenerlo con palabras suaves y caricias sobradas.
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Oliver sabía que el gran duque Wayne incumpliría su palabra, era imposible que le diese sin resistencia su más hermosa joya, su heredero perfecto, su único hijo de sangre, aún menos después de perder a su otro hijo en la guerra.
Sabía que Damian se había impuesto a su padre y que por eso este había fingido ceder, fingido porque la misión que le dieran era imposible, pero había cumplido... y ahora ocurría aquello, devolvió la mirada a los fríos orbes de hielo eterno que eran los ojos de Bruce Wayne.